Dios escucha esos alaridos dolientes y quiere potenciarlos con su megáfono divino, pero, en muchos casos, ese nuestro Dios se encuentra con personas ensordecidas ante el sonido de su megáfono divino.
Vuelvo al tema del dolor: Dos dolores. Los que conocen toda mi involucración en Misión Urbana, sabrán el porqué. Muchos creyentes han dicho o han escrito sobre el dolor en la enfermedad, el dolor de las torturas, el dolor psicológico o del alma ante la muerte de un ser querido que nos haya sido muy cercano. El dolor en situaciones de los enfermos terminales que, afortunadamente, en muchos casos puede ser paliado con la medicina y los muchos medios de cuidados paliativos que hoy existen. Ha habido una frase que, en estos campos del dolor, ha sido muy repetida: “El dolor es el megáfono de Dios”.
Es como si Dios nos elevara su voz potenciada y aumentada por el megáfono divino que le llega al hombre a través del dolor. Jesús sabe lo que es el dolor. Éste se puede ver como si el megáfono de Dios nos tocara o, en su caso, tocara al mundo como en un toque de atención. Pregunta: ¿Nos habla Dios a través del dolor? Sin embargo, hay que tener en cuenta esto: Hay dos dolores.
Yo pienso que, en el mundo en el que estamos como casa de todos, el dolor y el sufrimiento no se restringe a los enfermos, torturados o el del duelo por la pérdida de seres queridos. El megáfono de Dios en el mundo hoy, grita por otro ángulo, desde otra perspectiva, desde otra mirada, desde la contemplación de otro escándalo en donde miles y miles de humanos son la base para que el megáfono de Dios a través del dolor suene de una forma muy especial. Hay otro dolor, un dolor existencial, vital, inhumano.
El megáfono de Dios suena hoy en medio del mayor dolor, el mayor escándalo de la humanidad, un escándalo del que la Biblia se hace eco y clama contra él. Un escándalo doloroso que afecta a más de media humanidad, y cuyos gritos, lamentos y, en su caso, alaridos, si es que no tienen la garganta sesgada o seca, se une a la fuerza de ese megáfono potenciándolo hasta casi el infinito.
Hay dos dolores. Hay otro dolor. Dios escucha esos alaridos dolientes y quiere potenciarlos con su megáfono divino, pero, en muchos casos, ese nuestro Dios se encuentra con personas ensordecidas ante el sonido de su megáfono divino, hombres y mujeres que miran hacia otro lado, como si ese dolor o sufrimiento, como si ese grito no fuera con ellos, como si fuera algo ajeno incluso para muchos de los llamados cristianos. Llamados cristianos, pero que muchos son insolidarios y que no conocen la misericordia. Es el grito de los empobrecidos del mundo que son legión, el sufrimiento de los privados de hacienda y dignidad, el alarido de los explotados y oprimidos, el clamor de los excluidos de los bienes de la tierra. ¡Gran dolor!
¡Que suene fuerte el megáfono de Dios! Que sus sonidos sean tan estridentes que lleguen a despertar no solo los oídos de los hombres, de los seguidores del Maestro, sino sus conciencias. ¿Será que es difícil entender el megáfono de Dios sobre estos temas? ¿Será que nuestras conciencias se han endurecido ante estos clamores y alaridos del mundo? ¿Será que el egoísmo humano forma tapones de negra cera endurecida en nuestros oídos?
Dos dolores. Uno de ellos, el de los despojados de los bienes de la tierra, los pobres, los excluidos del sistema mundo. La propia Biblia ya es el megáfono de Dios, pero, a veces, la leemos y estos sonidos estentóreos no nos interesan. Cerramos las puertas de nuestras conciencias hacia ellos. ¿Por qué no se escucha con claridad el clamor del megáfono bíblico en torno al dolor de los pobres, de la justicia social, contra la opresión, a favor de la defensa de los débiles del mundo, de los huérfanos, las viudas y los extranjeros que hoy representarían a todos los colectivos empobrecidos y abandonados del mundo?
Du nuevo unas preguntas: ¿Deberíamos unir los cristianos nuestro grito a ese megáfono de Dios que ya suena en la Biblia de una forma ensordecedora? ¿Deberíamos incluir ese grito en la vivencia de nuestra espiritualidad cristiana? ¿Se debería asumir ese grito como parte esencial del seguimiento del Maestro? ¿Se debería asumir la lucha contra la injusticia como parte del discipulado cristiano? Quizás es que ese grito y estas preguntas no han sido asumidos ni entendidos por la mayoría de los cristianos en el mundo hoy, pero sí, hay dos dolores.
Quizás es que no entendemos uno de los dos dolores. Quizás es que no nos han explicado que asumir el dolor, la causa y el grito de los pobres es una cuestión de fe, una verdad bíblica, una identificación con el Maestro que anduvo haciendo bienes y dignificando a personas. Quizás es que, tampoco, hemos asumido el concepto de projimidad como algo esencial en la vida cristiana. Quizás sea que, por todo esto, el grito del megáfono de Dios, unido al grito de dolor de los pobres y desheredados de la tierra, nos resbala y no llega a entrar dentro de nuestros oídos ni hasta dentro de nuestro corazón.
Ruego bíblico: No seamos ciegos ante uno de esos dos dolores en el mundo. No seamos sordos al dolor o al gemido de los pobres de la tierra, de los desheredados, de los niños que mueren por el hambre o por falta de agua potable, al grito de la mujer marginada y en las redes de lo que hoy llamamos feminización de la pobreza, al grito de los oprimidos, torturados o injustamente tratados. Yo creo que, bíblicamente, se puede decir que es una cuestión de fe, de fe viva, de que en el mundo se puedan observar las obras de la fe. Así, pues, no seamos sordos al megáfono de Dios en estas áreas de dolor en donde se mueve y se da el mayor escándalo de la humanidad. Hay dos dolores. Sí. Hay dos tipos de dolor.
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