Experimentamos que cuando amamos como a nosotros mismos, o lo más parecido a nosotros mismos que seamos capaces de amar, no sólo el otro recibe lo bueno sino que nosotros recibimos a través de darnos.
Después de haber salido Judas, Jesús dijo:
–Ahora se manifiesta la gloria del Hijo del hombre, y la gloria de Dios se manifiesta en él. Y si él manifiesta la gloria de Dios, también Dios manifestará la gloria del Hijo del hombre. Y lo hará pronto. Hijitos míos, ya no estaré mucho tiempo con vosotros. Me buscaréis, pero lo mismo que dije a los judíos os digo ahora a vosotros: No podréis ir a donde yo voy. Os doy este mandamiento nuevo: Que os améis los unos a los otros. Así como yo os amo, debéis también amaros los unos a los otros. Si os amáis los unos a los otros, todo el mundo conocerá que sois mis discípulos.
Evangelio: Juan 13: 31-35
Después de mojar el pan en el plato y dárselo a Judas, después de pedirle que haga pronto lo que tiene pensado hacer y no se demore en ello, Jesús parece entrar en un momento especial de intimidad y ternura.
Vemos que la traición del discípulo sigue en pie y, con ella, comienza el final del proceso del ministerio de Jesús. Judas se ha ido sin que Jesús intente persuadirle para que cambie de opinión y ninguno parece darse cuenta de adónde va. Sólo el Señor lo sabe y lo sufre. Nadie percibe esta traición, esta falta de amor. Los que acompañan al festejo están ciegos, a dos velas de lo que para el Maestro es tan evidente.
Como digo, se va Judas y es entonces cuando parece que hay un cambio de tercio en aquella cena. Ninguno de los presentes entiende con pleno conocimiento que es la última vez que comerán juntos y, Jesús, llamando a sus discípulos hijitos míos comienza a despedirse anunciando que su muerte ocurrirá en breve.
Ahora, dice, ha sido glorificado el Hijo del hombre y Dios ha sido glorificado en él (13, 31). Esta glorificación afecta a la humanidad de Jesús en su Pasión, Resurrección y Ascensión.
Cuando en el versículo 33 les dice no podréis ir a donde yo voy, está expresando que ha de pasar por este trance él solo. Solo una vez más, como solo estará orando al Padre mientras vienen a buscarlo.
A partir de aquí, el texto continua con los versículos que Jesús nos entrega sobre el amor.
Unos quinientos años antes del nacimiento de nuestro Señor era conocido el dicho de Confucio que decía: no hagas a los demás lo que no te gustaría que te hicieran a ti. Sin embargo, Jesús cambia este dicho negativo no hagas a los demás... formulándolo positivamente (v. 34): Os doy este mandamiento nuevo: Que os améis los unos a los otros. Así como yo os amo, debéis también amaros los unos a los otros.
No dice no hagas al otro el mal que no quieres para ti, sino ama bien al otro.
Es un mandato, un encargo importante, es su última voluntad, su testamento. Si en el Antiguo Pacto, Moisés recibe diez mandamientos para acercarse a Dios, ahora todo se resume y se transforma en uno solo, "el amor de unos hacia los otros".
Amar al otro no resulta fácil. Si así fuera Jesús no lo habría ordenarlo. Al otro hay que amarlo a pesar de cómo es, y este amor tiene que parecerse lo máximo al que Jesús ha mostrado a sus discípulos. En Filipenses 2:3-4, se nos dice no hagáis nada por rivalidad u orgullo, sino con humildad; y considere cada uno a los demás como mejores que él mismo. Que nadie busque su propio bien, sino el bien de los otros. Esto fue lo que hizo Jesús con todos los que encontró a su paso, con todos los que liberó, curó, restauró, y lo expresa de una manera así de clara, para que quede grabada fácilmente en la memoria de tareas indiscutibles. Es más, el resultado de este amor será: Porque en esto todo el mundo conocerá que sois mis discípulos: si os tenéis amor unos a los otros. El mundo los conocerá, nos conocerá, porque el amor tiene la capacidad de contagiarse, de expandirse y trascender más allá del lugar donde se está desarrollando. Porque, en Jesús, el amor hacia el prójimo es la prueba de la verdadera espiritualidad. Y hemos de comenzar a amar a los que están más cerca, nuestro núcleo familiar, nuestros amigos, nuestra ciudad y al país al que pertenecemos. Los deberes no son fáciles, cuestan, sobretodo a los que son, o somos, ya por naturaleza o por la herencia recibida, menos amorosos.
Amar es un acto de suprema generosidad.
Nos podemos enfadar pero, en cuanto podamos, propongámonos perdonar y hagámoslo, aunque sepamos que es el otro el que está equivocado. El amor ha de estar presente las veinticuatro horas del día de todos los días.
El mandamiento más elevado de la Torá fue amar a Dios con todo el corazón y con toda el alma, y al prójimo como a uno mismo. El prójimo, para Jesús es todo el mundo, incluidos los apartados por el pecado, los enfermos, los ladrones, los asesinos, los hipócritas. Jesús propone no juzgar a nadie. Anima a acercarse a ellos, juntarse con ellos, dar a quien necesita ayuda.
Con Jesús todos estamos llamados a hacernos sitio en la mesa del banquete; ricos y pobres, buenos y malos, sanos y enfermos. Estamos llamados a la empatía, a ponernos en el zapato del otro para poder amarlo, comprendiéndolo.
Dondequiera que aparece nuestro Señor, se para el curso de lo que está sucediendo y da, para la vida de todo el que le escucha, una dirección diferente. Porque quiere para el ser humano lo mismo que él tiene. Él ama al prójimo como a sí mismo.
Tenemos que ser espejos los unos de los otros para aprender cómo mirarnos y sentir como sienten los demás, y así, como hijos amados, seamos imitadores de Dios. (Efesios 5:1).
El texto que comentamos hoy es el colofón de toda una vida.
En Mateo 5, 38 leemos: Habéis oído que antes se dijo: ‘Ojo por ojo y diente por diente.’ Pero yo os digo: No resistáis a quien os haga algún daño.
Mateo 5, 47-48: Y si saludáis solamente a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de extraordinario? ¡Hasta los paganos se portan así! Vosotros, pues, sed perfectos, como vuestro Padre que está en el cielo es perfecto.
Y en Mateo 6, 42-45: También habéis oído que antes se dijo: ‘Ama a tu prójimo y odia a tu enemigo. Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos y orad por los que os persiguen. Así seréis hijos de vuestro Padre que está en el cielo, pues él hace que su sol salga sobre malos y buenos, y envía la lluvia sobre justos e injustos.
Aquel habéis oído que fue dicho, se transforma en oíd lo que os digo ahora, porque esto es lo que vale, y lo dice en presente. Es curioso que no dice "Mi Padre dijo", sino "fue dicho"; de ninguna manera Jesús involucra al Padre en aquel antiguo mandato de odio.
¡Qué difícil es arrancar a caminar amando! Resulta antinatural. Nuestra ira, nuestro orgullo, nuestro deseo de venganza nos piden otra cosa. No obstante, experimentamos que cuando amamos como a nosotros mismos, o lo más parecido a nosotros mismos que seamos capaces de amar, no sólo el otro recibe lo bueno sino que nosotros recibimos a través de darnos. Porque todo ser humano tiene necesidad de ser tratado con cuidado y al mismo tiempo siente la necesidad de proteger y cuidar a los demás.
También resulta interesante que si no podemos amarnos a nosotros mismos por no poder perdonarnos nuestros remordimientos, nuestros complejos, entonces seremos incapaces de amar a quien también lleva su propia carga. Si no somos amigos de nosotros mismos, seremos incapaces de ser amigos de los demás.
Son nuestras propias necesidades las señales que nos orientan. Si necesito comprensión, estoy obligado a comprender, si necesito respeto, he de respetar. Cuando estamos dolidos, cuando nos humillan es cuando podemos comprender al otro en su dolor y su humillación.
Estamos llamados a paliar el dolor ajeno. Nadie antes de nacer pudo elegir sus genes. Nadie se levanta un día y elige sus circunstancias. Tampoco sus incapacidades.
Recibir un simple acto de amor puede cambiar nuestra vida y el acto de amor que aportamos, también puede cambiar la de los demás. Esto es como decidir apartarse de la propia dirección individual que nos hemos marcado para ayudar a quien va en dirección distinta. Es vernos en el otro como si fuese nuestro gemelo y para eso tenemos que luchar contra nosotros mismos, porque sin Jesús no lo entendemos así.
Al amor llegamos a través de la compasión; y a la compasión a través de la empatía, dos cualidades que hacen posible el mandato de "amaos los unos a los otros".
Sobre esta compasión voy a leer algunas líneas resumidas del libro Doce pasos hacia una vida compasiva, Karen Armstrong, Paidós Contextos:
Reconocemos que no hemos sabido vivir compasivamente, que algunos han incrementado incluso la magnitud del sufrimiento humano en nombre de la religión.
Por tanto, hacemos un llamamiento a todos los hombres y mujeres a: restaurar la compasión en el centro de la moral y la religión; volver al antiguo principio de que cualquier interpretación de las Escrituras que alimente violencia, el odio o el desprecio es ilegítima; y cultivar la empatía informada con el sufrimiento de todos los seres humanos, incluidos aquellos a quienes se les considera enemigos.
Hace once años rescribí a mi manera, 1ª de Corintios 13. Lo resumo y actualizo a continuación.
DECIR “TE QUIERO”
Si pudiéramos hablar a la perfección los idiomas de nuestro Planeta y, aún más, si tuviéramos el don de conocer y hablar la lengua que entre sí usan los ángeles para entenderse, pero no logramos alcanzar, como Dios manda, el pleno significado y la temperatura adecuada para decir “te quiero”, de nada nos sirve pues, de esta manera, no seríamos más conscientes que un loro que repite lo que escucha y, además, miente.
Aunque tuviéramos el don de ver visiones y tener sueños que nos llevaran a pronosticar el futuro de la Iglesia, el de nuestra familia, el de nuestros vecinos; si comprendiéramos en nuestros adentros los designios secretos de Dios para su pueblo; si poseyéramos esta gracia de saber las cosas que están por acontecer y alcanzáramos a entender el por qué de las que ya ocurrieron; si tuviéramos la confianza suficiente en el poder de Dios para conmover pueblos enteros y hacerlos estallar en bendita euforia, pero no somos capaces de entender, como Dios manda, el pleno significado y la temperatura adecuada en que debemos pronunciar “te quiero”, no somos nada, ya que actuaríamos exactamente igual que los charlatanes de feria, capaces de atraer personas a sus tómbolas de la suerte, confundiéndolos.
Si nos volviésemos tan generosos que ninguna de nuestras pertenencias nos importara y lo repartiésemos todo a los más necesitados, principalmente a los pobres que llegan con lo puesto en las pateras, en los cayucos, en el Open Arms, o dondequiera que sea y aún si entregáramos nuestros propios cuerpos para salvar vidas, haciéndonos ante los demás héroes o heroínas de tanto prestigio que llegáramos a aparecer, por nuestras hazañas, en las enciclopedias de Historia, pero no somos capaces de entender, como Dios manda, el pleno significado y la temperatura adecuada de la expresión “te quiero”, de nada nos vale el sacrificio. Simplemente estaríamos luciéndonos, buscando fama dentro y fuera de la Iglesia.
Decir “te quiero” conscientemente es el fruto de haber aprendido a dejarnos llevar por el Espíritu que nos enseña a comprender; nos enseña a ser compasivos.
Decir “te quiero” es grabarse en las venas el compromiso de no tener envidia de cómo les va a los otros, de no ser presumidos por lo que tenemos, ni ser orgullosos pensando que lo que conseguimos es por nuestra propia fuerza, sino reconocer que sólo Dios es el Grande, el Creador del cielo, la Tierra, el mar y todas las criaturas que en ellos hay.
Decir “te quiero” es no ser grosero o egoísta, sino tener el mismo sentir que los demás, y compartir lo que hemos recibido de la Gracia y el Poder de Dios.
Decir “te quiero” es no enojarse eternamente, ni guardar rencor al que repite sus errores una y otra vez.
Decir “te quiero” es no alegrarse de las injusticias, sino aportar todo lo bueno que podemos.
Decir “te quiero” es sobrellevarlo todo, creerlo todo, comprenderlo todo.
Únicamente Dios puede poner esto en nuestros corazones. Dejémoslo germinar para que resulte valioso.
El amor viene del Señor. Nunca dejará de existir porque es tan eterno como su Creador.
Tres bendiciones permanecen vivas a través de nuestra existencia: la fe, la esperanza y el amor; pero la más importante de todas es que vosotros y yo seamos capaces de alcanzar, como Dios manda, el pleno significado y la temperatura adecuada de la expresión “te quiero”. Todo un reto. (Texto completo).
Harold Segura comenta sobre Juan 3:16-17:
“Tanto amó Dios al mundo, que no dudó en entregarle a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino tenga vida eterna. Pues no envió Dios a su Hijo para dictar sentencia de condenación contra el mundo, sino para que por medio de él se salve el mundo”, y dice Harold: Su amor sobrepasa nuestros cálculos. Cubre a todo el mundo, en todo lugar y en cualquier condición. Y ese amor es el cimiento del discurso cristiano. No es dictar condenación —porque tampoco para eso no vino el Hijo de Dios—, sino divulgar amor y dar testimonio de él. Del amor que salva al mundo.
Alfredo Pérez Alencart, en su nuevo poemario Barro del Paraíso, recita:
No todo es hermoso, es cierto, pero se debe ayudar
al que llega, al que enferma, al que se marcha, al que sufre.
Y Plutarco Bonilla Acosta, en su libro Los milagros también son parábolas, de Editorial Caribe, aclara que lo que se pretende es amar al ser humano no por él mismo, sino sólo porque en él (en ese ser humano) amamos a Dios.
Escrito con la ayuda del Comentario Bíblico Latinoamericano. Nuevo Testamento. Grupo Editorial Verbo Divino, y del libro Doce pasos hacia una vida compasiva, de Karen Armstrong, Paidós Contextos.
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