¡Qué bueno es saber que viviendo en un mundo tan peligroso como el que vivimos, tenemos un escondite en el que estamos protegidos de las fuerzas que quieren destruirnos!
La acción de esconderse puede tener varias motivaciones como son la vergüenza, la cobardía o la necesidad. Efectivamente, alguien se puede esconder debido a alguna indignidad que ha cometido y al no querer pasar la vergüenza opta por esconderse y así evitar ese mal trago. También alguien se puede esconder debido a la cobardía, para no tener que enfrentar una situación que requiere mucho esfuerzo. Pero alguien se puede esconder porque busca protección y refugio ante un grave peligro que le acecha.
La Biblia tiene mucho que decir sobre la acción de esconderse, pudiendo dividirse en tres categorías principales los muchos textos donde esa palabra aparece.
Escondiéndose de Dios. La primera vez que aparece esta reacción es en la escena del primer caso de pecado, cuando el hombre y la mujer se escondieron de Dios. Se esconden porque la oscuridad que ha invadido sus vidas es incompatible con la luz, no queriendo que ésta exponga su culpa. Es un mecanismo automático y que está bien definido en las palabras: ‘Todo aquel que hace lo malo aborrece la luz y no viene a la luz’ (Juan 3:20). El hecho de esconderse de Dios es ya síntoma evidente de que el pecado ha hecho acto de presencia y es una prueba irrefutable de culpabilidad. Precisamente lo que intenta el que se esconde, que su culpa no se descubra, ya manifiesta que es culpable. La acción de esconderse le delata. Los primeros que pecaron se escondieron entre los árboles del huerto. Hoy hay muchos escondites, donde millones se esconden detrás de razonamientos y argumentos. Está el escondite de la mayoría, es decir, que la mayoría hace lo mismo que yo, lo cual me permite pasar desapercibido en medio de la multitud; si yo soy culpable, entonces hay muchísimos culpables y esa culpabilidad colectiva diluye mi culpabilidad personal. No soy peor que otros. Está el escondite de la existencia del mal en el mundo, que muchos emplean para auto-justificarse y, de paso, atacar a Dios, porque ¿qué clase de Dios es éste, que consiente que haya tanta injusticia? Está el escondite del escándalo en el nombre de Dios, pues sus representantes en la tierra no son diferentes a los demás e incluso son peores. Si quienes tenían que dar ejemplo no lo dan, ¿quién me va a acusar a mí? Todos estos escondites no son más que intentos de esconderse de Dios. Son falsos escondites, porque el culpable nunca puede salir absuelto de su culpa mediante el mecanismo de señalar culpas ajenas. Además son falsos escondites porque es en vano querer esconderse de Dios, como experimentaron los dos que se escondieron entre de los árboles del huerto.
Escondiéndose en Dios. Así como hay un esconderse de Dios, hay un esconderse en Dios, en el sentido de que Dios es refugio y protección. David en sus huidas de Saúl tuvo que buscar escondites continuamente, para escapar de su mano. Por eso aprendió a entender que Dios es un escondite, un lugar protegido donde estar a resguardo de las asechanzas de su enemigo; de ahí que haya tantas referencias en el libro de los Salmos a esa verdad. Hace años había una canción que se cantaba en muchas iglesias y cuya letra comenzaba así: ‘Cristo es la roca de poder; escóndeme, escóndeme, escóndeme. Hasta que pase, oh Señor, la tempestad, escóndeme, escóndeme con tu poder.’ ¡Qué bueno es saber que viviendo en un mundo tan peligroso como el que vivimos, tenemos un escondite en el que estamos protegidos de las fuerzas que quieren destruirnos! Un escondite seguro, al que el prudente acude para encontrar cobijo.
Cuando Dios se esconde. Las dos categorías anteriores tienen que ver con la acción de la criatura escondiéndose. Pero la Biblia habla también de que en ocasiones es Dios quien se esconde de nosotros. Este esconderse se puede dividir en dos clases, que son cuando nosotros tenemos la sensación de que Dios se esconde y cuando verdaderamente Dios se esconde. Hay muchos pasajes, especialmente en los Salmos, en los que se tiene la percepción de que Dios se ha ocultado. Es una manera de hablar, pero sirve para exponer la impresión de que Dios parece indiferente o que se ha olvidado de nosotros. Especialmente puede ocurrir bajo circunstancias de aflicción, en las que la maldad se está saliendo con la suya y parece que Dios no hace nada, precisamente cuando más falta hace. Pero ese escondimiento de Dios es simplemente la sensación humana, que en su estado de limitación llega a conclusiones incorrectas. Pero hay otros pasajes que muestran que efectivamente Dios se ha escondido, es decir, ha retirado su paciencia y misericordia, quedando solamente su ira. Esconder el rostro, referido a Dios, es sinónimo de lo peor, porque si él es vida y luz, ese escondimiento significa que lo que resta es muerte y tinieblas. No es un escondimiento arbitrario ni caprichoso, pues siempre está fundamentado en su justo juicio contra la obstinación y rebeldía reiterada.
Resumiendo, hay dos alternativas en el acto de esconderse: Esconderse de Dios o esconderse en Dios. El que se empeña en esconderse de Dios, terminará descubriendo fatalmente que es Dios quien se esconde. Pero el que deja de esconderse de Dios y acude a esconderse en él, en Cristo, conocerá felizmente cuán bendito es ese cobijo.
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