Con la insensibilidad y con nuestro pasar de largo nos jugamos nosotros también la salvación eterna prometida.
Sí. Los cristianos también podemos tener pesadillas, sobre todo cuando nos descuidamos y damos un poco, quizás incluso inconscientemente, la espalda a un Dios al que decimos amar. Puede haber en nuestras vidas momentos de horror, de miedos irracionales, de pesadillas. Quizás la noche nos puede parecer interminable, eterna, oscura, vacía y con visos de eternidad. Podemos vernos en medio de un agujero negro del que no vemos ni el principio ni el fin. Es cuando parece que nadie vendrá a ayudarnos. La soledad puede envolvernos como un manto húmedo y frío que nos puede hacer tiritar, temblar. Nadie vendrá. Es como si nadie existiera.
Leed el libro La Metamorfosis de Franz Kafka. Un día nos podemos sentir, sin saber la causa, como un insecto retorcido, abandonado, infravalorado, privado de dignidad. Son los miedos irracionales que, a veces, nos acosan. No vemos ninguna mano tendida de ayuda.
A veces pienso que, quizás, pesadillas como las que tienen los pobres cuando no tienen nada para dar de comer a sus hijos. Oí una vez —no he comprobado si es cierto o simple anécdota— que una mujer pobre en el tercer mundo, ante el hambre de sus hijos, ponía un puchero con agua a hervir y echaba piedras dentro. Decía que eso tranquilizaba el hambre de sus hijos. Pesadilla convertida en realidad cuando, realmente, no llega ninguna mano amiga de ayuda. Están en medio del oscuro túnel sin ver la luz por ningún lado.
Pesadillas, muchas pesadillas, más pesadillas. Niños que mueren en los brazos de sus madres sin que éstas vean ninguna luz, ninguna salida, ninguna esperanza. Pesadillas reales que podrían ser vencidas con la solidaridad humana o, en su caso, con la práctica del amor cristiano, pero esta solidaridad o amor nunca les llega. ¡Qué pena!
A veces he hablado de la cantidad de seres que hay en nuestro planeta, considerados, simplemente, como sobrante humano. Pesadillas vivas. No ven nada hacia el futuro, quizás porque no han tenido ninguna luz en su pasado. Vidas de pesadilla más aguda que las que se puedan narrar en un libro como el de La Metamorfosis.
Vidas con la sombra de la pesadilla pegada a sus rostros. Hay muchas vidas humanas azotadas por las olas y las ondas del sufrimiento humano. No pueden salir adelante por ellas mismas. La pesadilla se convierte en una realidad azotante que se les pega a la garganta como si tuvieran sobre su cuello dos enormes manos que los quieren ahogar. Es demasiado difícil caminar así por el mundo.
Quizás por eso Jesús nos habló tanto del concepto de projimidad —podemos ser eliminadores de estas duras pesadillas—, del amor al prójimo, de que con la insensibilidad y con nuestro pasar de largo nos jugamos nosotros también la salvación eterna prometida. Vidas azotadas y lanzadas en medio de la cuarta vigilia de la noche en medio de un mar encrespado. El horror, la desesperanza.
¡Reaccionemos! Si nosotros, en el nombre del Señor, podemos vencer nuestras pesadillas, nuestros miedos y agobios, si no estamos en una situación de pesadilla real que nos hunde en los infiernos del sufrimiento humano, debemos reaccionar como seguidores de Jesús viendo y pensando en cómo podemos ser manos tendidas a aquellos que están allí sumergidos y hundidos.
La fe nos hace andar sobre nuestros problemas y, a su vez, vencer nuestras pesadillas. Una evangelización que sea no sólo de palabra, de verbalizaciones, sino de mano tendida y de compromisos como lo fueron los del Buen Samaritano, es una de las líneas de ayudar a otros a vencer sus propias pesadillas, las de aquellos que, ya resignados y sufrientes, no pueden hacer nada por ellos mismos para salir adelante.
Si tú estás sumergido en una pesadilla que agudiza tus miedos, si además, puede que esa pesadilla tenga fundamentos reales para estar metido en el hoyo del sufrimiento humano, piensa que Jesús se puede presentar a ti como aquél que puede andar por encima y por medio de tus pesadillas. Como cuando los discípulos estaban asustados en medio de un mar embravecido y con olas y ondas que amenazaban muerte y Jesús llegó a ellos andando sobre esas aguas encrespadas. Además, Él nos puede habilitar, como lo hizo con Pedro, para que nosotros también podamos andar por encima de nuestro problema, que podamos andar por encima de esas aguas de pesadilla y sufrimiento.
Pero si os sentís liberados, si la pesadillas no os ha agarrado como una zarpa de hierro de la que no os podéis deshacer, tenéis, tenemos, el deber de ser manos tendidas a los que sufren, a los que están sumergidos en esas pesadillas que pueden ser irracionales, pero que también pueden ser reales como el hambre, la pobreza extrema, la enfermedad, el dolor o el miedo a la tortura o la opresión.
Los cristianos debemos trabajar, siguiendo al Maestro, para que la luz comience a despuntar en aquellos lugares de oscuridad en donde parece que todo son fantasmas oscuros que cubre a los humanos como si los quisiera sumergir ya en un féretro para toda su angustiosa vida.
Las pesadillas pueden ser vencibles con la ayuda y el poder del Señor. Él nos puede habilitar para vencer las nuestras propias, y ser agentes de liberación del Reino de los Cielos para ayudar a otros a vencer esos sufrimientos y miedos que parecen invencibles. Todo lo podemos en Cristo que nos fortalece. Os dejo con esta expresión de Jesús a sus discípulos cuando estaban asustados incluso creyendo que el propio Jesús era un fantasma: “¡Tened ánimo; yo soy, no temáis!” Mateo 14:25-27.
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