El mundo económico y financiero se sigue moviendo por reglas muy sencillas y entendibles que tienen a su vez una base en la revelación bíblica.
Acabamos de empezar un año nuevo. Y las cosas no pintan muy bien en términos generales. De hecho, raras veces en la historia de la humanidad han pintado bien. Todo parece muy complejo, sobre todo en el área económica y financiera. Para ayudarnos a entender por qué las cosas no van bien hablan los “expertos”, que a pesar de sus largas listas de másteres y doctorados en economía no son capaces de acertar. Siguen moviéndose en la línea del
a) No hay crisis a la vista
b) Puede haber crisis, pero estamos preparados
c) Hay crisis
d) Nadie podía prever esto
e) Siempre lo hemos dicho
De momento estamos en fase b).
Mi sugerencia es que el mundo económico y financiero se sigue moviendo por reglas muy sencillas y entendibles que tienen a su vez una base en la revelación bíblica. La complejidad en el análisis de la situación actual tiene básicamente que ver con un fenómeno: la burocracia estatal y de organismos paraestatales (como los bancos centrales) tiene la tendencia de complicarlo todo.
Realmente, las reglas sencillas y de sentido común son aplicadas a todas las áreas de acción humana. Y las cosas son más sencillas de lo que parecen.
Quiero mencionar simplemente cuatro verdades que son básicas en este sentido.
Primera regla: las deudas SIEMPRE se pagan
Proverbios 22:7b: “El que toma prestado es siervo del que presta”.
A veces escuchamos de la necesidad de condonar deudas, tanto a nivel estatal como a nivel personal. El que toma prestado dinero tiene que saber que a partir de este momento ha dejado de ser libre. Porque el que manda ahora en su vida es aquella entidad o persona que reclama la devolución de esta deuda. Aquellos que luchan para devolver un crédito o trabajan como esclavos para pagar una hipoteca saben de lo que estoy hablando. Y ¿qué pasa si no pago? Entonces otros tienen que asumir el importe que falta. Si presto 1000 euros a un amigo y él no me lo devuelve entonces él se ahorra un dinero que yo finalmente tendré que asumir.
Exactamente lo mismo se aplica a nivel estatal. Estamos hablando de un endeudamiento que en el caso de España ha pasado ya holgadamente del 100% del PIB (igual que el de EE.UU, por cierto). Y no es el peor caso en el mundo. En algunos países esa deuda ya ha alcanzado niveles del 130% (Italia), y hasta del 240% como en el caso de Japón. ¿Qué pasa cuando una nación no puede hacer frente al pago de su deuda –mejor dicho: al pago de los intereses que hacen falta para pagar los intereses de la deuda (que por cierto suele ser el puesto de gastos más importante de un presupuesto estatal)? Pueden pasar varias cosas: se crea dinero de la nada (lo cual causa una devaluación del dinero), se suben los impuestos, se recortan las prestaciones y gastos estatales o se declara la insolvencia (que paga el ahorrador). Alguien siempre paga. Algunos bancos irán a la quiebra y esto significa que también los depósitos de ahorradores corren peligro. Es decir: el pato lo paga el ciudadano, porque el Estado solo dispone del dinero que cobra por medio de impuestos.
Y si queremos un ejemplo más reciente podemos considerar lo que pasó en Argentina. ¿Quién pagó la deuda argentina que el estado se negó a devolver cuando lo del “corralito”? Cualquier argentino que en su momento tenía la desgracia de tener depósitos en un banco de su país responderá a esta pregunta con gran detalle y pasión.
Segunda regla: no hay comidas gratis
Pablo escribe en 2ª Tesalonicenses 3:10: “Porque también cuando estábamos con vosotros, os ordenábamos esto: Si alguno no quiere trabajar, tampoco coma”.
Lo que se anuncia como gratis, es gratis porque otro lo ha pagado. No hay nada gratis en las transacciones comerciales o el intercambio de bienes. Alguien siempre paga la factura. Esto es particularmente interesante en su aplicación al actual estado de bienestar. Los beneficios que un ciudadano pueda obtener a través de los mecanismos de bienestar de su estado solamente existen porque alguien pagó por ello. En su gran mayoría se obtienen estas prestaciones a través de retenciones (impuestos) hechas a los ciudadanos. Pero hoy por hoy, nuestras prestaciones sociales no se pueden pagar ya con este dinero. Hablamos de la famosa “hucha vacía” de las pensiones (que por cierto nunca ha existido). Por lo tanto es necesario que el estado tome prestado cada vez más dinero para poder cumplir con sus obligaciones (véase punto 1).
En otras palabras: lo que el estado quita a unos por la fuerza lo reparte gratis a otros. Lo que en un principio se ha pensado para una forma de establecer justicia social, desde hace tiempo ya no cumple con esta función. El fraude cometido por este programa gigantesco de redistribución de dinero ha socavado todo el sistema.
Tercera regla: no se crea algo de la nada (“ex nihilo”)
No voy a citar un versículo bíblico en particular porque es evidente que el único que es capaz crear algo de la nada es Dios. Esto está implicado en el verbo hebreo “bara’” (crear) de Génesis 1. Aparte de Dios, nadie crea de lo inexistente. Simplemente nos dedicamos a manejar lo que ya existe. Y esto se aplica por supuesto a la economía.
La única forma de crear riqueza es a través del trabajo, el ahorro y la innovación tecnológica. Una buena parte de la riqueza que disfrutamos en el mundo occidental de momento es riqueza financiada a coste de nuestros hijos, nietos y bisnietos. Porque les hemos endeudado, dejándoles el problema para que lo resuelvan ellos.
Crear riqueza fácil y rápida por regla general (aunque puede haber excepciones) se hace a base de fraude y engaño. Antes se tenía que falsificar pesos y monedas, cosa tajantemente prohibida en la Ley de Moisés. Esa práctica llevó al hundimiento de incontables imperios a lo largo de la historia. El último era la extinta URSS y el próximo puede ser EE.UU. Ahora no se falsifican pesos, sino números (lo cual es más fácil, sobre todo cuando los números tienen muchos dígitos) o se trabajan con trucos contables o se recurre al dinero “fiat”, es decir: dinero creado de la nada sin ningún tipo de contravalor real. Es curioso que el mundo financiero se sirve de esta palabra sacada de la Biblia en su versión latina, del relato de la creación, precisamente. Ya nos hemos dado cuenta que el dinero que supuestamente está en el banco no existe físicamente. Lo mismo es cierto para los ahorros de la gente, depositados en algún instituto de créditos.
El dinero que está en circulación no tiene valor, salvo el valor que la gente le quiere dar porque confían en las promesas estatales. Cuando la gente pierde la fe, la banca se hunde y la moneda también. Una crisis financiera ocurre cuando la gente aplica lo de “sólo creo lo que veo”. Pero en cuanto a la banca, hasta los ateos tienen una fe asombrosa.
Cuarta regla: no se resuelve un problema aplazándolo
Una característica de la fe cristiana es su consciencia del tiempo. El tiempo es un regalo de Dios y nos es dado para ser buenos administradores. Por eso Pablo escribe: “Mirad, pues, con diligencia cómo andéis, no como necios sino como sabios, aprovechando bien el tiempo, porque los días son malos” (Efesios 5:15.16).
La palabra mágica es una palabra poco conocida: se llama procrastinación. Tiene que ver con aplazar la solución de problemas. Los resultados de cualquier cumbre financiera y política de nuestros días son fáciles de resumir: comprar tiempo. Nuestros políticos siempre encontrarán una fórmula para que las cosas se tranquilicen durante un par de semanas más. No es una solución. Es lo que se llama “procrastinación”. La palabra se define así, según Wikipedia: “La procrastinación (del latín: pro, adelante, y crastinus, referente al futuro) o posposición, es la acción o hábito de postergar actividades o situaciones que deben atenderse, sustituyéndolas por otras situaciones más irrelevantes y agradables”.
La palabra define lo que suele ocurrir en nuestra sociedad en todos los niveles: no resolver nada y dejarlo para mañana.
Desde hace tiempo no vivimos en una democracia, sino en una proscrasticracia (me felicito por haber inventado una nueva palabra). Pero no solamente a nivel de gobiernos. La gran mayoría de la gente vive según la regla de oro de la procrastinación: “Nunca resuelvas hoy lo que puedes dejar para mañana - o más tarde, mejor todavía”.
Lo que va a pasar es otra vez lo que pasó en el cuento de hadas “el traje nuevo del emperador”: las bolsas y los mercados de divisas van a admirar al euro y al dólar. Y los ciudadanos van a creer a los expertos financieros. Y a sus líderes. Porque ellos sabrán, ¿no?
Pero nuestros gobiernos no resuelven nada. Solo complican las cosas. A diferencia del rey Midas todo lo que tocan se convierte en cualquier cosa, menos en oro.
Vivimos literalmente al borde del abismo financiero. Y a pesar de lo que nos dirán hoy en las noticias no se habrá resuelto absolutamente nada.
Pero como siempre ocurre: el día de la verdad llegará. Ante esa verdad existen dos posibilidades:
Si pertenecemos al segundo grupo. ¿Cuál es nuestra estrategia personal ante el cataclismo del sistema financiero y económico actual inminente? ¿Tenemos una respuesta como cristianos? ¿Podemos aportar algo? Los del primer grupo pueden seguir durmiendo y creyendo los cuentos de hadas de nuestros gobiernos y expertos. ¡Qué bonita es la vestimenta del emperador! Son los que estarán en la fila delante de su banco de siempre cuando esté cerrado.
Los que aplican principios bíblicos a lo que ven en la economía actual ya ven al emperador desnudo.
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