Ni nuestras creencias, ni nuestra manera de vivir o de actuar nos relacionan siquiera de lejos (menos aún nos identifican) con lo que se ha considerado siempre la “ultraderecha”.
La “ultraderecha” es ese cajón de sastre donde se mete a todo el mundo que no abraza el pensamiento único que se nos quiere imponer. Ni que decir tiene que los que usan ese término son expertos en cambiar el significado de las palabras para conseguir sus fines (creo que fue C. S. Lewis quien habló del departamento filológico del infierno). En ese cajón de sastre solemos aparecer los cristianos fieles a la Palabra de Dios y al evangelio de nuestro Señor Jesucristo juntamente con los xenófobos, racistas y neonazis: la verdadera “extrema derecha”, más emparentada con quienes tratan de imbuirnos su ideología laicista1que con nosotros. La agenda política laicista, que quiere adoctrinarnos desde el colegio, y a ser posible desde la cuna, con una visión plana del mundo y del ser humano, y que niega tácitamente ─no mencionándolo nunca2─ o de manera explícita ─negándolo abiertamente─ al Dios Creador, Redentor y Juez de toda la tierra y de la humanidad, no podemos por menos de resistirla. Sus adeptos, no solo cierran los ojos a la evidencia del Dios que nos habla en la Creación3y se da a conocer en la persona y la obra redentora de Cristo4, sino que “habiendo entendido el juicio de Dios”5que pesa sobre ellos, se oponen porfiadamente a los designios, mandamientos, enseñanzas y sanos consejos del Señor registrados en las Sagradas Escrituras para nuestro bien, e intentan hacer que tampoco nosotros los tengamos en cuenta o que los borremos de nuestras mentes, para así arrastrarnos más fácilmente consigo en su caída. Esto sí que es un extremismo fascistoide, ya venga de la derecha o de la izquierda.
En cuanto a nosotros: ni nuestras creencias, ni nuestra manera de vivir o de actuar nos relacionan siquiera de lejos (menos aún nos identifican) con lo que se ha considerado siempre la “ultraderecha”. En primer lugar, las categorías políticas de este mundo no son aplicables a los verdaderos seguidores de Jesús; quien testificó ante Pilato: “Mi reino no es de este el mundo; si mi reino fuera de este mundo, mis servidores pelearían para que yo no fuera entregado a los judíos; pero mi reino no es de aquí”6. Y en esta misma línea, el apóstol Pablo declara: “Nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo”7. Los cristianos fieles a la Palabra de Dios se rigen por las leyes y los principios del reino de los cielos: esos mandamientos y preceptos dados por Dios que nuestro Señor Jesucristo resumió en dos máximas: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente [y] a tu prójimo como a ti mismo”8. “El que ama al prójimo ─dice el apóstol Pablo─ ha cumplido la ley. Porque: No adulterarás, no matarás, no hurtarás, no dirás falso testimonio, no codiciarás, y cualquier otro mandamiento, en esta sentencia se resume: Amarás a tu prójimo como a ti mismo”9.
Estos mandamientos, y toda la enseñanza y la historia bíblica, nos revelan a Dios: su deidad, su carácter, su poder, su soberanía y sus buenos propósitos para la humanidad y para este mundo10. Y nos instan, entre otras cosas, a ser buenos ciudadanos de los países donde hemos nacido o residimos, y a buscar el bien de ellos11. Nos mandan que oremos por nuestras autoridades12y nos sometamos a ellas; porque están puestas por Dios, y son sus “servidores”13, para impedir el caos, castigar a los malhechores y administrar justicia en una sociedad corrompida por el pecado del hombre14. También nos ordenan que paguemos nuestros impuestos15, sigamos la paz con todos16y hagamos el bien, aun cuando los que están en autoridad sobre nosotros (o nuestros propios conciudadanos) nos aborrezcan, nos persigan y digan toda clase de mal contra nosotros mintiendo17. Solamente hay un límite a la sumisión a las autoridades seculares, y es cuando estas traspasan la línea roja conduciendo a sus administrados a desobedecer a Dios mediante leyes perversas e injustas y principios contrarios a su Palabra; o cuando no les permiten dar culto al Creador, andar según sus ordenanzas o predicar el evangelio de su amado Hijo Jesucristo18.
Los cristianos no somos terroristas, ni fanáticos religiosos, ni opresores de ningún tipo; sino gente de bien, respetuosos de los demás, buenos ciudadanos19. Si se nos considera agitadores, será por el buen testimonio de nuestra vida y por la predicación del evangelio de Jesucristo20, único nombre bajo el cielo dado a los hombres en que podemos ser salvos21. Tampoco nuestras armas son “carnales” y mortíferas como las de este mundo, sino espirituales ─aunque “poderosas en Dios”─, y sirven para derribar ─con palabras y argumentos─ los muros que levantan los hombres contra el conocimiento de Dios: un conocimiento que, primero, los condena (señalándoles sus pecados) y, luego, los salva (si creen en la gracia y el perdón de Dios otorgados por medio de Jesucristo). Son estas unas armas capaces de llevar “cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo”22. Se trata de las “palabras de verdad, de humildad y de justicia” sobre las que cabalga el Verbo de Dios23; de sus “saetas agudas” que penetran en el corazón de los enemigos del Rey convirtiéndolos a Él24. Y nuestro lenguaje guerrero no tiene que ver con enemigos humanos, sino con “los gobernadores de las tinieblas de este siglo” y las “huestes espirituales de maldad en las regiones celestes”; los cuales mueven a los hombres desde la penumbra como si fueran marionetas25, e involucran a los incrédulos en su rebelión contra Dios inspirándoles toda clase de pensamientos necios y fatales para ellos, a fin de que se rebelen contra su Creador26y se pierdan27. Y para que persigan a los cristianos28.
Pronto se acusará a los cristianos del “delito de odio” tan de moda por predicar a sus semejantes homosexuales el perdón de Dios por medio de la fe en Jesús, la reconciliación con Él por su gracia y su misericordia, la buena noticia de que pueden ser adoptados en la familia de Dios29y hechos hijos suyos, y herederos de la vida eterna en la nueva creación30que el regreso glorioso de Jesucristo a la tierra en todo su esplendor y majestad traerá consigo31: una salvación que ─como el resto del mundo─, aún están a tiempo de recibir. Como dice el apóstol Pablo citando al profeta Isaías: “He aquí ahora [es] el tiempo aceptable; he aquí ahora [es] el día de salvación”32.
El sentimiento anticristiano que se ha promovido en la sociedad occidental desde Nietzsche hasta nuestros días no ha originado una cultura progresistasino nihilista, que se propone acabar con todo lo bueno, sano y necesario para la humanidad. Si pudiera (como es su deseo) borrar a Dios del mapa e impedir la proclamación del evangelio de salvación y los valores cristianos de la familia, el matrimonio, el amor por los hijos, por los padres, por niños y ancianos, por la verdad, por la justicia, por la misericordia, acabaría por completo con la humanidad entera. Gracias a Dios eso no sucederá; sino que “el que mora en los cielos se reirá, el Señor se burlará de ellos”33. Refiriéndose al diablo, Jesús dijo: “El ladrón no viene sino para hurtar y matar y destruir; yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia” (Juan 10:10).
No se puede acusar a los cristianos que son fieles a la Biblia y al evangelio de llevar vidas inmorales, ser malos ciudadanos, fomentar malas costumbres, alteran el orden social o engañar a nadie, como se hacía en el siglo II, en tiempos de los apologistas Justino Mártir y Atenágoras; ni tampoco de sembrar ideas destructivas para la sociedad, como pretende Nietzsche en su obra El Anticristo. La exaltación del hombre orgulloso, que tiene como meta el poder y desprecia a los débiles, los pobres y los necesitados, que son ─según él─ lo bajo y lo vil, de lo cual la sociedad haría bien en deshacerse, le llevó a despotricar contra el Dios generoso, misericordioso y compasivo de la Biblia; contra el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo34─el único Dios verdadero35─, y a insultar y despreciar a Jesús por su humildad, mansedumbre y su muerte en beneficio de los pecadores. Finalmente, preso de la locura en que acabó, Nietzsche declaró ser el Anticristo, y termina su libro dictando unas leyes “contra el vicio” que ─según él─ “es el cristianismo”36. Las ideas anticristianas de Nietzsche abonaron el terreno para el surgimiento del nacionalsocialismo en la Alemania del siglo pasado, y ese mismo espíritu amenaza hoy con alumbrar el mayor estado totalitario jamás conocido37. El peligro para nuestro mundo no es el cristianismo, sino ese laicismo ateo militante. Los cristianos fieles a la Palabra de Dios, como el apóstol Pablo, podemos decir: “Admitidnos: a nadie hemos agraviado, a nadie hemos corrompido, a nadie hemos engañado” (2 Corintios 7:2).
Notas
1No confundir con “laica”, que no favorece a ninguna religión o ideología en particular, sino que respeta la libertad de pensamiento y de expresión de todos los ciudadanos. El laicismo es un movimiento activista ateo ─si no en la teoría sí en el modo de actuar─ que busca excluir a Dios de todo pensamiento y discurso humano, para que pongamos nuestra esperanza en el hombre imperfecto y pecador, convertido en la medida y el centro de todas las cosas, y suficiente en sí mismo ─según ellos─ para regir y dirigir los destinos de la Humanidad. El laicismosaca a Dios del cuadro ─¡como si tal cosa fuera posible! (Salmo 2:1-4)─ y trata de imponernos, mediante argumentos falaces e insidiosos, o leyes contrarias al carácter y a los mandamientos de nuestro Creador y Redentor, ideologías y prácticas impías.
36Nietzsche, Friedrich, El Anticristo: Maldición sobre el cristianismo(Alianza Editorial, Madrid, 1980), p. 111
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