La autoridad en el Reino de Dios va en consonancia con la capacidad de una persona de servir a los demás.
En los dos artículos anteriores nos dimos cuenta de que el abuso de autoridad y poder no es ajeno al mundo cristiano. Lo llevamos dentro, muy dentro de nosotros. Es así como el mundo funciona y es muy fácil proyectar esos principios del mundo a la iglesia cristiana. Cuando llegamos al capítulo 20 de Mateo, los discípulos y su entorno habían escuchado ya en varias ocasiones los principios de la gracia divina. Pero todavía no entendieron la materia. Llegó la madre de Jacobo y Juan y pidió los sitios de autoridad y poder a la izquierda y derecha de Jesús cuando él estableciera su Reino. Tenemos la sospecha de que esta pobre mujer simplemente fue empujada por sus dos hijos que no se atrevieron a exigirlo a Jesús directamente. Esto finalmente llevó a Jesús a constatar un principio de liderazgo radical, desconocido en el mundo y pocas veces practicado en el entorno cristiano a lo largo de la historia: el principio del líder siervo. Lo que Jesucristo resume en pocas frases en Mateo 20, lo había establecido como prólogo en lo que llamamos el sermón del monte, que no es otra cosa que la carta magna de la libertad de la vida cristiana.
Jesús dijo:
“Sabéis que los gobernantes de las naciones se enseñorean de ellas, y los que son grandes ejercen sobre ellas potestad. Mas entre vosotros no será así, sino que el que quiera hacerse grande entre vosotros será vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros será vuestro siervo; como el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos.” (Mateo 20:25-28)
No hay mucho que interpretar. No son palabras difíciles de entender. No hay que hacer una exégesis del texto griego para entender una cosa muy sencilla: la autoridad en el Reino de Dios va en consonancia con la capacidad de una persona de servir a los demás. No significa necesariamente que un pastor tenga que limpiar los lavabos de su iglesia regularmente (aunque tampoco pasaría nada si lo hiciera de vez en cuando). Esto significa simplemente que un líder en la iglesia tiene que entender su ministerio como una oportunidad de servir a otros en un espíritu de humildad y no como pretexto para imponer su criterio.
El siervo es la persona que sabe de su pobreza espiritual. Es decir: que está delante de su Señor con las manos vacías y si a lo largo de su ministerio algo tiene que ofrecer es simple y llanamente porque el Señor le ha llenado esas manos vacías (Mateo 5:3). Y este ministerio lo lleva a cabo bajo el control y bajo la autoridad de Dios mismo para mantener una relación limpia y correcta con los demás (Mateo 5:5). Al líder que sirve no se la cae ningún anillo pidiendo perdón por sus equivocaciones y pecados (Mateo 5:4), es capaz de mostrar misericordia cuando otros fallan (Mateo 5:7) y mantiene la paz donde sea posible (Mateo 5:9). Una persona que sirve siendo líder aguanta la crítica desacertada cuando intenta servir a Dios lo mejor posible y con integridad (Mateo 5:8.10). Y es Jesucristo mismo quien enseñó esto con su propio ejemplo - exceptuando por supuesto la necesidad de pedir perdón.
Cualquier líder en una iglesia, sea pastor, anciano, diácono o simplemente responsable de algún grupo es y debe ser en primer lugar un siervo. El que no ha aprendido a servir, jamás debe de ocupar un lugar de responsabilidad en ninguna iglesia. El que es en primer lugar un líder nato y luego intenta servir, fracasará como Pedro en el patio del palacio del sumo sacerdote.
La diferencia entre el siervo, que lidera y el líder que intenta servir es la diferencia entre éxito y fracaso en el Reino de Dios y se muestra en el resultado: ¿es el pastor capaz de crear las condiciones adecuadas para que las necesidades de su rebaño puedan ser bien atendidas? ¿Ven las personas bajo su cuidado pastoral en él, el ejemplo que a su vez les anima a servir a los demás de forma desinteresada?
En la cultura secular que nos rodea, esa idea de servir a los demás existe como un concepto teórico. Al fin y al cabo hablamos de “servidores públicos” y de políticos y funcionarios “al servicio del pueblo y del bien general.” De la misma manera se ha establecido en ciertos círculos evangélicos la palabra “siervo” para aquellos que ostentan un ministerio eclesial. También es cierto que en ambos casos el vocablo “siervo” puede aparecer simplemente como eufemismo de algo que indica más bien en la dirección opuesta.
Me da la sensación que es por aquí donde mucho “mundo” entra en la iglesia: a la hora de emular lo que tanto criticamos en nuestros políticos y funcionarios: la arrogancia del poder.
Jamás voy a olvidar la dedicación con que aquel pastor recogió personalmente niños de un barrio problemático para llevarlos a un campamento. Tenía el honor de acompañarle. Cada niño recibió su sonrisa y cada niño tenía su completa atención. Tampoco puedo olvidar el ejemplo de otro pastor que no podía acudir a una reunión importante de pastores porque se había comprometido a sustituir a alguien en la limpieza de la iglesia que tenía que trabajar horas extras.
El arte de pastorear sirviendo, enseñando con una vida que no contradice más de lo inevitable a lo que se predica el domingo por la mañana tiene gran potencial de convicción porque resume de forma práctica lo que es el evangelio: dar sin esperar nada a cambio.
Quiero resumir esos principios de liderar sirviendo en diez puntos. No es una lista completa, por supuesto. Pero tal vez puede ayudar a seguir pensando y reflexionando en el tema.
1. Un líder que sabe servir a su iglesia está convencido de que cada persona - también el pesado de turno - se merece un trato respetuoso, amable y comprensivo.
2. Cada persona tiene un propósito en esta vida según el plan divino. Por esto Dios le ha dado la vida.
3. Para un responsable es de suma importancia escuchar y observar antes de hablar. Y no cualquier problema o pregunta necesita una respuesta inmediata – ni siquiera la tiene, tal vez.
4. Es más importante inspirar a otros que darles órdenes.
5. Es primordial tener paciencia y misericordia.
6. Es de ánimo tomar a los demás en serio.
7. Nunca rebajes tus exigencias, pero enséñalas con tu propia vida. Tampoco debes exigir de los demás lo que no estás dispuesto a cumplir.
8. Puedes permitirte el lujo de equivocarte. No pasa nada si lo admites en público. Y si has metido la pata, no se te cae ningún anillo por pedir perdón. Los demás de todos modos ya se han dado cuenta hace mucho tiempo que no eres perfecto. Pero no te lo van a decir el domingo después del culto cuando se despiden.
9. Un toque de humor ayuda a resolver conflictos. El que no sabe reírse de sí mismo conseguirá que los demás lo hagan de ti más tarde o temprano por su cuenta.
10. Somos siervos inútiles. No eres el único, ni serás el último que ha quedado para defender y proclamar el verdadero evangelio y aunque te mueras, el Señor cuidará de su Iglesia.
Un siervo que lidera al fin y al cabo es una persona que sabe: todos los éxitos y fracasos de su ministerio están en manos de Dios, omnisciente y todopoderoso. Y nuestro Dios no nos llamó para ser importantes, sino para servir.
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