Tres personajes abocados a la caída

Cuando se leen los evangelios es fácil detectar que, a partir de determinado momento, los acontecimientos se precipitan y convergen en una dirección, que es la muerte de Jesús en Jerusalén. Una muerte que él ya predice por anticipado y para la cual se prepara, anunciándola a los suyos en varias ocasiones, por más que a ellos no les cuadre que algo así pueda pasar. Pero no se trata solamente de que predice el hecho biológico común a todos los seres humanos, que es la muerte, sino que anuncia el modo de la misma y sus autores, además del propósito que tiene. Sabe también cuándo va a ser el momento en que se produzca, de modo que cuando se acerca el día de aquella Pascua, habla de la inminencia de su muerte, que coincidirá con esa fiesta.

Todo esto pone de manifiesto que, lejos de verse superado o sorprendido por las circunstancias, Jesús conoce de antemano todo lo que va a pasar, lo cual muestra claramente el conocimiento sobrenatural que tiene de todas las cosas. Precisamente ese conocimiento por anticipado, que presupone su entera libertad para someterse a lo que le aguarda, es lo que da valor a su muerte, al ir a ella con pleno conocimiento y haberla escogido voluntariamente. En esa libertad es donde radica el valor redentor de su muerte.

Pero en las horas previas a la misma llaman la atención tres personajes, que habiendo sido advertidos claramente para que no tomaran una dirección equivocada, ésa es precisamente la que tomaron. Esos tres personajes son Pedro, Judas y Pilato. Sus casos son representativos de la condición natural del ser humano, que está abocada al fracaso, cuando queda a sus propias fuerzas.

El caso de Pedro es de sobra conocido e ilustra cómo el vigor humano, aun en toda su plenitud, se derrite ante la prueba y sucumbe estrepitosamente. No hizo falta que Pedro se viera acosado por una cohorte de rudos soldados para hundirse, sino que bastó que unas simples doncellas le señalaran como seguidor de Jesús, para que toda su energía varonil se convirtiera en humo. Pero lo importante es percatarse de que lo que le pasó no fue sin previo aviso de lo que le iba a pasar. Porque unas horas antes, Jesús le había advertido de su fracaso, fracaso que él negó que pudiera ocurrir, declarando su inquebrantable e ilimitada lealtad. Pero incluso con el beneficio del aviso, que le daba ventaja para prepararse ante la prueba, cayó. La suma de fuerza personal y conocimiento de antemano, no bastaron para frenar su caída.

El caso de Judas también es de sobra conocido, habiendo pasado a la historia como el traidor por antonomasia. Lejos de ser una víctima de las circunstancias, como aquella película de Jesucristo Superstar de 1973 lo presentaba, él escogió hacer lo que hizo, a pesar de que antes de que lo hiciera Jesús le había advertido de las consecuencias de su acción. ‘Bueno le fuera a ese hombre no haber nacido’ indica de manera fehaciente el terrible destino que aguardaba a quien entregara a Jesús. Y cuando Judas inmediatamente le preguntó si se refería a él, recibió una contestación afirmativa, con lo cual la luz de la verdad venía a resplandecer en un corazón donde las tinieblas de la mentira ya habían comenzado a trabajar. Pero incluso habiendo sido puesto en evidencia, antes de consumar su acción, Judas continuó en la malvada dirección que había emprendido, no sirviéndole de nada la solemne declaración que se le hizo. El conocimiento del fin que le aguardaba no detuvo su derrumbe. Se ahorcó unas horas después de habérsele señalado los resultados de su acto, antes de que lo cometiera.

También Pilato es un caso famoso, porque ha pasado a la historia como tipo del gobernante cobarde, que se pliega a la conveniencia sacrificando la justicia. Su gesto de lavarse las manos, en un intento inútil de salvar su conciencia, también ha quedado registrado para siempre. Pero llama la atención que mientras estaba tratando el pleito contra Jesús y cuando todavía no había tomado una decisión definitiva, su esposa le mandó aviso para que no hiciera lo que estaba pensando hacer. La prevaricación es el acto que un funcionario público comete, cuando a sabiendas tuerce la ley. Y eso es exactamente lo que terminó haciendo Pilato, aunque previamente había recibido una clara advertencia. Su autoridad, prestigio y conocimiento no fueron suficientes para evitar que prevaricara.

Pedro, Judas y Pilato, un trío de rotundos fracasos en aquellas horas previas a la muerte de Jesús. Un trío que muestra la debilidad y maldad de la naturaleza humana en toda su desnudez. Incluso con las mejores ventajas a su alcance.

Sabemos cuál fue el terrible final de Judas. No sabemos cuál fue el de Pilato, aunque una tradición afirma que se suicidó unos años después por orden de Calígula. En contraste, lo que podía haber sido un final similar para Pedro no lo fue, por una sola razón: ‘Yo he rogado por ti, que tu fe no falte.’ Esa intercesión eficaz de Jesús en su favor, hizo la diferencia. Y es que sin la gracia salvadora y restauradora de Cristo, no somos más que trigo zarandeado por Satanás.