Ante la corrupción sistémica, un pecado ético de enorme gravedad (al mismo nivel que otros que tanto nos importan), debemos a mi entender decir “¡basta!”.
En una antigua viñeta de humor de Forges, se ve a un político en un mitin decir: “¡O nosotros o el caos!”. Y el público responde “¡El caos!”.
Es lo que está pasando durante y tras la aprobación de la moción de censura en el Congreso español, en el que Mariano Rajoy ha sido destituido como Presidente del Gobierno (PP), sustituyéndole el socialista Pedro Sánchez (PSOE).
La causa ha sido la sentencia reciente que condenaba al Partido Popular en la trama de corrupción del caso Gürtel.
Es el punto y seguido de una serie de hechos e informaciones que no hacen sino poner de manifiesto que quien está en el poder de forma prolongada termina por convertirse en un sistema que tiende a la corrupción.
Salvo que haya un fuerte componente ético, de autocrítica, de equilibrio de poderes, y de poner en alto el ideal antes que el interés. Algo por desgracia ausente en nuestra España (y muchos otros países).
En este caso ha sido el PP, en el pasado ocurrió con el PSOE con casos sonrojantes de la trama de los GAL, el “affaire” Roldán, y un largo etcétera; y por eso perdió el poder en el Congreso y pasaron a la oposición. El mismo recorrido que inicia ahora el PP.
No se trata de criticar a este u otro partido político, ni de defender a ultranza o criticar a una determinada fuerza política. Es sano que ante la evidencia de la corrupción del sistema haya capacidad de renovación.
Incluso aunque esa renovación suponga una inestabilidad segura, y un mar agitado donde hay pescadores furtivos de intereses oscuros. Cada uno debe ser juzgado por sus hechos, y en el caso del Partido Popular, no ha habido en estos últimos años -ante la evidente corrupción- ni siquiera autocrítica profunda, y menos renovación interna genuina.
El Congreso de los diputados prefiere “el caos”. Un caos democrático, y la oportunidad a un nuevo camino. Un camino que ya veremos si conduce al abismo (tiempo hay de frenar), pero que al menos aleja de la podedumbre de un sistema corrompido sin vías de cambio y que contamina y afecta a toda la sociedad.
Muchos dirán que “esto es peor”. Ahora se verá, y los ciudadanos podrán decidir con sus votos. Pero es una evidencia ante lo ocurrido que la situación ha llegado a un extremo inviable.
Seamos o no afines a una u otra ideología, como cristianos (si somos sinceros) podemos reconocer que ningún partido político nos representa. Como tampoco ninguna institución religiosa, ni personaje o personalidad. Como mucho nos sentiremos más o menos cercanos o identificados.
Y eso nos da libertad: somos libres, no hay cautividad en nuestras opiniones y decisiones (salvo que alguien se haya hipotecado con determinado poder). Podemos y debemos elegir lo correcto.
Y sin duda, tanto ahora ante la corrupción como en el futuro con cualquier otro atentado a la ética y los valores básicos de la vida cristiana (familia, libertad de conciencia y expresión, justicia social) no nos debe amedrantar nadie que pretenda asustar con el grito de “¡Elegid, nosotros o el caos!”.
Nosotros debemos elegir por encima de la tormenta de intereses y miedos. Debemos elegir siempre lo correcto, sin pretender favorecer a unos o temer a otros.
Y ante la corrupción sistémica, un pecado ético de enorme gravedad (al mismo nivel que otros que tanto nos importan), debemos a mi entender decir “¡basta!”.
Y sobre todo, no lo olvidemos, por encima del "nosotros" y del "caos" está un Dios soberano que permite que este ser humano hecho a su imagen y semejanza ejerza autoridad, aunque su naturaleza caida le empuja de forma continua al mal. Pero El reina y reinará por los sgilos de los siglos. Y como relata Apocalipsis todo hombre y mujer, de todo tiempo, de toda raza y nación, creyentes y no creyentes, doblarán ante Él su rodilla y le reconocerán como el Rey de reyes y Señior de señores..
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