Una civilización del consumo, tal y como la que existe en el mundo rico, no es universalizable.
Seguro que hay muchos cristianos en el mundo o, en su caso, muchas personas solidarias que observan el mundo desde parámetros humanísticos, que se escandalizan ante las grandes diferencias económicas, sociales, culturales y de formación que hay entre los habitantes del planeta tierra. Ven claros desequilibrios que les golpean sus conciencias.
Así, muchas personas cristianas solidarias que conocen el mundo, pueden sentirse interpelados por el consumo de occidente frente a los grandes ámbitos de pobreza que se dan en otros continentes. Les gustaría cambiar el mundo, conseguir que tanta pobreza y tanto sufrimiento fuera reducido o eliminado.
Muchos se sienten tan incómodos en medio de los ámbitos de lujo y consumo desmedido que hay en el mundo, de forma insolidaria y dando la espalda al grito de los pobres como, igualmente incómodos, en los ámbitos de pobreza extrema. Les escandaliza el mundo de los hambrientos y la situación en la que están muchos niños, mujeres, ancianos o adultos en general que se mueven en el no ser de la exclusión al igual que el desmedido lujo consumista.
Ante estas situaciones, ante este lujo y consumo desmedido frente a tanta pobreza extrema como si existiera en el mundo un sobrante humano, se plantean alternativas que, en muchos casos llegan a ser también radicales. Sería, por ejemplo, un poco radical defender o trabajar por una civilización en la que todos compartamos parcelas de pobreza. Sería el hecho de defender la idea de renunciar todos a las civilizaciones de consumo desmedido para que, empobreciéndonos todos en alguna manera, practicando una pobreza no severa compartida, hubiera lo suficiente para que no existiera hambre en el mundo, ni miserias severas y para que la pobreza en la tierra fuera eliminada. Seguro que muchos verían esto como un radicalismo imposible de cumplir.
Quizás no haya que hablar de la depauperación de los creyentes ni tampoco de la depauperación del mundo. Así, pues, hemos de buscar otros conceptos que no sólo sirvieran para eliminar la pobreza más severa del mundo, sino para que el desarrollo económico y de explotación de la tierra y de nuestros mares fuera sostenible. Sería el concepto de una civilización de la moderación que fuera compartida por todos con un cambio de valores que fueran en la línea de los valores bíblicos, los valores del Reino.
Quizás deberíamos trabajar por una vida más sencilla, compartida por los habitantes de todos los rincones de la tierra de manera que fuera posible eliminar las injusticias, los desiguales repartos, los consumos excesivos o desmedidos por los pequeños grupos de privilegiados que detentan porcentajes altísimos de las riquezas del planeta mientras dan la espalda a los desheredados que han sido despojados, humillados e incapacitados para tener una vida digna y que se mueven en la antivida, en el no ser de la opresión, de la marginación o exclusión social.
Pensad que hoy en el mundo vive en pobreza más de media humanidad y, además, existen unos mil millones de hambrientos. Bíblicamente, los cristianos del mundo deberían sentirse movidos a misericordia ante el prójimo apaleado y expulsado a los márgenes de los caminos.
No, no nos hagamos ilusiones. Una civilización del consumo tal y como la que existe en el mundo rico, no es universalizable. Lo único universalizable en la tierra sería una civilización de la moderación que implicaría unos niveles de renuncia muy duros para aquellos que detentan los medios de producción y dirigen la vida económica del mundo. Sería una cuestión de que todos pudiéramos asumir nuevos valores, nuevas ideas de la justicia social por la que se trabajara solidariamente y nuevas ideas y métodos en el área de la redistribución de bienes del planeta tierra.
No, no. No nos hagamos ilusiones. Aunque lleguen a rebosar las arcas de los ricos del mundo, ese rebose no llegaría nunca a eliminar la pobreza de la tierra. Vivimos en un mundo egoísta e insolidario. No es universalizable la civilización del consumo desmedido.
Yo creo que ante esto y siguiendo los valores bíblicos, los valores del Reino, los cristianos deberíamos trabajar por una civilización de la moderación que modificara todo el mundo de los valores, de los estilos de vida y de las prioridades humanas. Quizás deberíamos trabajar la frase de Jesús cuando dijo que “la vida del hombre no consiste en la abundancia de los bienes que posee”. De ahí el cambio de valores, la evangelización de la cultura, la predicación de unos conceptos evangélicos que arraigaran en el mundo. El dios de las riquezas es incompatible con el Dios de la vida. Quizás ahí esté la clave que nos anime a un cambio radical que nos sitúe en el mundo de una manera diferente… como discípulos del Maestro.
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