Una espiritualidad desencarnada, insolidaria y ajena a las preocupaciones mundanas, no es cristiana.
¿Nos da miedo el concepto “mundo”? Muchas veces, debido a la enseñanza y consejos que recibimos en el seno de nuestras iglesias, lo mundano o, en su caso, el concepto mundo, nos da miedo. Vemos con recelo las problemáticas de un mundo caído, nos asusta la maldad, pero no hay justificación bíblica, incluso se condena, el que formemos círculos de pureza que dan la espalda al mundo y que nos aparta de él. Es, simplemente, una irresponsabilidad indigna de cualquier persona que dice seguir a Jesús.
Busquemos algunos rasgos de bondad. Algo de bondad debe quedar en un mundo que, cuando fue creado por el Altísimo, se nos dice: “Y vio Dios que era bueno”. Además, aunque no hubiera ni siquiera un rasgo de bondad, el concepto de projimidad nos lanza al mundo como manos tendidas al prójimo necesitado, marginado, sufriente o que está presa de las tinieblas que le encubren la luz del Señor.
Hay influencias culturales y filosóficas que nos pueden confundir. Quizás, los cristianos también hayamos tenido esas influencias en medio de nuestro mundo occidental impregnado de los conceptos importados de la cultura greco latina, la filosofía helénica que hacía del mundo algo dual que nunca ha sido una influencia positiva para el cristiano. Separación radical de alma y cuerpo, espíritu y materia. Esto nos puede lanzar a vivir una espiritualidad cristiana desencarnada e insolidaria.
¿Hay contradicción en hablar de espiritualidad mundana? Aunque parezca extraño, la espiritualidad cristiana también debe tener algo de “mundana”, es decir, tener como referencia al mundo en donde se debe actuar siendo las manos y los pies del Señor en medio de un mundo injusto y malo. Algunos se pueden extrañar: ¡Cómo alguien puede decir que debemos tener una vivencia de la espiritualidad que sea más mundana, más en relación con el mundo! Pues sí. En medio de ese mundo está tu prójimo sufriente que te necesita. ¿No podemos asumir algo del concepto de ese mundo al que Dios vio que era bueno?
La espiritualidad se mueve entre la verticalidad que nos relaciona con Dios y la horizontalidad que, a ras de tierra, nos relaciona con el hombre. ¿Puede nuestra acción cristiana conseguir que caminemos hacia un mundo en el que sean cada vez más palpables esas facetas de bondad de la que Dios la dotó? La espiritualidad cristiana se debe vivir entre dos polos: Dios y el hombre. Cuando miramos al hombre, no nos queda más remedio que integrar en nuestra espiritualidad parcelas de lo humano, retazos de la situación del mundo, una mundanidad que pude enriquecer, aunque parezca extraño, nuestra espiritualidad mientras continuemos como peregrinos en nuestro aquí y nuestro ahora del mundo.
Líbranos, Señor, de los círculos de pureza insolidarios que pueden perturbar nuestra solidaridad. Señor, no nos quites del mundo, que no nos encerremos en círculos de pureza que pueden ser insolidarios y que, se transforman en círculos dominados por potestades del mal, cuando damos la espalda al mundo y al prójimo que sufre atrapado por sus estructuras injustas y malas. No nos quites del mundo, sino guárdanos del mal que se mueve dentro de él. Que no nos alejemos nunca del compromiso con el prójimo en medio de las injusticias de un mundo en el que se escuchan continuamente gritos de dolor.
Señor, que la vivencia de nuestra espiritualidad nos lance al mundo. Ayúdanos a tener una espiritualidad más mundana en el sentido de una espiritualidad que no nos aparta del mundo sino que nos lanza a él como manos tendidas de ayuda y voz que proclama los valores del Reino. No sólo que los proclama, sino que los cumple. La espiritualidad cristiana se fortalece cuando somos útiles y fieles servidores del prójimo en medio de las necesidades y demandas de un mundo caído en donde reina la maldad. Nunca el cristianismo puede consistir en el disfrute de una felicidad insolidaria. Si es así, estaremos errando y perdiendo el concepto de misión que los cristianos deben tener.
La espiritualidad cristiana debe bañar al mundo de rasgos de bondad. Así, pues, busquemos y añadamos también aquellos rasgos de bondad que aún deben quedar en un mundo que es creación de Dios y que él contempló como bueno. Algo de poso debe quedar en un hombre que, también creado por Dios, colaboró con Él desde el huerto del Edén. Debemos de tener cuidado no sea que estemos despreciando esa bondad que Dios vio en la creación. ¿Acaso ya no hay ni un rasgo de esa bondad? Pues quizás seamos los cristianos los que debamos llevar de nuevo al mundo la bondad que Dios contempló en su creación. Espiritualidad mundana, teñida de solidaridad con el hombre y con la tierra practicando simultáneamente la ayuda al prójimo y la preocupación por la ecología. ¿Por qué no?
Es anticristiano separar el alma del cuerpo o el cristiano del mundo. Quizás, cuando estemos pensando y viviendo una espiritualidad insolidaria y desarraigada del mundo, estamos viviendo el dualismo anticristiano que separaba el alma del cuerpo, lo espiritual de lo material. Eso no es la doctrina de un cristianismo que apunta a la resurrección de los cuerpos y a la restauración de una naturaleza que “gime como con dolores de parto esperando la liberación”, una redención que en su día llegará cuando todas estas primeras cosas hayan pasado.
No falseemos la espiritualidad cristiana desarraigándola del mundo. Por eso, una espiritualidad desencarnada, insolidaria y ajena a estas preocupaciones mundanas, no es la espiritualidad cristiana. Es, simple y desgraciadamente, un falseamiento de esta espiritualidad que tendemos a vivirla en círculos de pureza insolidarios. No. La espiritualidad cristiana nunca es una vivencia separada y desarraigada del mundo. Más aún desde que Jesús nos dijo que el amor a Dios y al hombre estaban en relación de semejanza.
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