Hemos construido un mundo en que falta tiempo para gozarnos en ver crecer nuestros hijos, reflexionar, leer o simplemente pasear y disfrutar de ese don gratuito que todos deberíamos disfrutar, y no sólo un mes al año.
A muchos de nosotros, sea en junio, en julio, agosto o septiembre, nos va a visitar el tiempo. Es como si, de vez en cuando, se nos hiciera ese regalo, como si nos devolvieran algo de libertad en el uso de ese don.
Quizás la falta de tiempo, la esclavitud a la que, a veces, nos someten nuestros trabajos sea una especie de tragedia personal en la que vivimos acosados por demasiados quehaceres. No es algo que sea solamente algo del tiempo actual. Recordad aquellos hombres, aquellos campesinos en las fábricas que trabajaban de sol a sol. Desde la salida del astro rey, hasta su puesta.
Hemos construido un mundo en el que parece que nos falta el tiempo para gozarnos en ver crecer a nuestros hijos, para reflexionar, leer o, simplemente, pasear y disfrutar de ese don gratuito del que todos deberíamos disfrutar y no solamente un mes al año. Así debería ser.
El que el tiempo sólo se pueda disfrutar en vacaciones es una especie de tragedia. Como se dice a veces, el trabajo debería ser para poder vivir y no al contrario, vivir para trabajar moviéndonos por la vida como hombres grises, sin tiempo, con caras serias y atrapadas por el estrés, con sonrisas olvidadas.
El tiempo parece que se nos escapa y quedamos atrapados por excesivos quehaceres. Unos necesarios y, quizás otros, inútiles. Quehaceres que nos los buscamos como si nosotros también quisiéramos escapar del tiempo.
A veces huimos de la vida y una forma de conseguirlo es huir del tiempo, envolvernos en gestiones y quehaceres inútiles que nos reducen a la infravida. Así, muchas veces nos movemos como aguijoneados por el estrés, por un exceso de actividades que, en algunos casos, transmitimos a nuestros hijos con excesivos deberes y actividades extraescolares de mil tipos.
Un tiempo que pasamos muchas veces mirando a nuestras muñecas en donde llevamos ese artilugio medidor del tiempo que parece que siempre nos está diciendo que nos falta, que hemos de correr mucho más, andar más deprisa. Es como si ese tiempo se fuera disolviendo en nuestras muñecas a las que miramos constantemente encontrándonos con una esfera que nos dice que el tiempo vuela, pasa, se deshace… como si fuera imposible encontrarlo.
Así lo que conseguimos, en muchos casos, es vivir la angustia del tiempo. No tenemos una vivencia autentica de lo que el tiempo realmente es ni asimilamos que el hombre no está hecho para ser fustigado por el tiempo, sino que éste debe estar al servicio del hombre, para su relax, su reflexión, su disfrute.
Es como si el tiempo fuera un enemigo que nos teme y que huye de nosotros. No hay tiempo para la familia, no lo hay para el voluntariado, no lo hay para tener amistades sólidas, no lo hay para la iglesia. ¿Lo hay para Dios? ¡Qué pena que, para muchos el tiempo esté en su muñeca izquierda en donde mira con ansiedad el desplazamiento de unas manecillas de reloj que se mueven dentro de una esfera en movimiento circular! Pues no, el tiempo es otra cosa.
Vivir el tiempo en tranquilidad, en reposo, en reflexión, puede ser un gran disfrute, pero muchos humanos no viven realmente el tiempo. Sólo quedan presos mirando a ese artilugio mecánico, el reloj, que parece agobiarnos y maltratarnos, pero el tiempo real se nos escapa, huye, se difumina, se pierde, se evapora dejándonos simples sensaciones de cansancio.
Hacemos del tiempo sólo un espacio o un instrumento de actividad loca y productiva y, en muchos casos, simplemente buscando el lucro. ¡Necios! Nos engañamos.
Tenemos dos opciones para la vivencia del tiempo: O lo vives como espacio creativo, de reposo y satisfacción, como actividad lúdica, o lo vives —o en su caso lo matas— convirtiéndolo en algo utilitario transformándolo en un desasosiego y una ansiedad que nos elimina, que nos impide vivir dentro de las pautas en las que se debe desarrollar lo humano. Lo podemos convertir en prisas, estrés, locas carreras, acelerones a nuestro coche y dolores de cabeza mientras que lo matamos en nuestro frenesí.
Dios quiera que nuestras vacaciones las podamos convertir en relax, disfrute del tiempo y reflexión acerca de cómo hemos de utilizarlos en los largos periodos en los que debemos estar también pendientes de la fábrica, de la escuela, de conseguir los medios suficientes para vivir en sencillez y en dignidad. Quizás aprendamos a compaginarlo con la búsqueda de lo bello, lo bueno, lo ético, lo artístico, la ayuda amorosa a los más necesitados, la reflexión y el vivir sabiamente disfrutando de ese don de Dios que es el disfrute del tiempo.
Es precisamente el tiempo el que nos puede enseñar lo que es el sosiego, la contemplación, la alabanza, la oración, la escucha, la paz interior y el descanso. Quizás así lo encontremos y consigamos que no huya de nosotros, que nos podamos hacer sus dueños y disfrutarlo como uno de los mejores bienes que Dios nos ha dado.
Que el periodo estival nos sirva como un entrenamiento y una reflexión sobre el tiempo, su uso y su disfrute.
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