Vivimos en medio del escándalo y tragedia de una humanidad que desearía una paz sin justicia.
El mundo siempre ha deseado la paz. Ha querido que ésta reine. Ha clamado por ella, la ha añorado, la ha considerado una bendición sin límites. La llama, la busca, quiere trabajar por ella, habla de crear una cultura de paz, pero ésta, la auténtica paz, nunca viene sola, necesita su complemento, su compañera, su contrapeso que la sostiene y la asienta entre los hombres. Sí, la compañera de la paz, es la justicia… y vivimos en un mundo injusto. Y no voy a hablar de justos e injustos, sino de la injusticia que aleja la paz como algo estructural en el mundo de lo cual todos somos culpables.
La injusticia reina. Quizás por ello no haya paz, quizás la buscamos desatendiendo a su complemento, a su razón de ser y existir. Así, muchas veces, hablamos de paz como ignorantes, como inexpertos incapaces de crear las condiciones de la paz en el mundo. Quizás, los cristianos, cuando clamamos por la paz, deberíamos clamar a su vez por la justicia. Trabajar por ella, luchar por ella en el ámbito mundial.
La Biblia nos lo dice claro en un salmo/oración pidiendo la misericordia de Dios: “La justicia y la paz se besaron… y la verdad brotará sobre la tierra”. Justicia, paz y verdad. Quizás sea un trío de conceptos inseparables. Así, cuando oímos de guerras, atentados, violencias entre las gentes y las naciones tenemos que tener siempre una referencia en la justicia.
Una pregunta clave: ¿Cuándo habrá justicia en el mundo? La pregunta podría ser también ésta: ¿Cuándo habrá paz en el mundo? Yo pienso que cuando los profetas trabajaban por la justicia con sus voces de denuncia, con sus implicaciones en buscar justicia para los colectivos marginados y cuando se posicionaban contra la opresión, estaban trabajando, en el fondo, por la paz en el mundo.
Hoy tenemos atentados como los que ocurren en las grandes ciudades de Europa. Tenemos violencias de muerte. Quizás es que hemos aprendido poco de la misión profética y es posible que estemos convirtiendo el mundo en un foco de violencia, en un fuego abrasador que a cualquiera nos puede alcanzar en cualquier momento. En medio de este fuego violento, podremos estar en un concierto, en un gran almacén o, simplemente, paseando por la calle y nos pueden abrasar, mutilar, matar. ¿Será la consecuencia de un mundo injusto? ¿Será la consecuencia de un mundo desequilibrado?
Cristianos del mundo: Volved vuestra mirada y vuestros esfuerzos hacia la justicia. Que se pueda cumplir algún día el aserto bíblico: “La misericordia y la verdad se encontraron; la justicia y la paz se besaron”.
Estamos en un mundo injusto y muchos de nosotros miramos sólo hacia arriba. Buscamos justificación, justicia divina para nosotros y no clamamos por justicia para el mundo. Imposible que reine la paz. La misericordia y la verdad huirán de nosotros. Quizás sea nuestra parte de culpa en las guerras del mundo, en los diferentes atentados que están ocurriendo en nuestra tierra, en las muertes de tantos inocentes. Un mundo injusto es, simplemente, un polvorín. Basta prender una pequeña mecha para que explote.
Cuando los cristianos se reúnen para el ritual sin que su mirada de misericordia se centre en las diversas problemáticas que nos muestra la realidad con todas sus circunstancias concretas de atentados, violencias, guerras, de carreras armamentísticas, hambre y de pobreza; cuando el creyente no se preocupa de analizarlas y valorarlas desde la ética cristiana y el compromiso de projimidad que el Evangelio exige de los seguidores de Jesús, estamos olvidando la justicia para un mundo desequilibrado y totalmente injusto. En esta situación, es imposible que reine la paz. La bomba puede explotar en cualquier momento.
Una pena, una tragedia para el mundo. No hay justicia y, por tanto, no puede haber una verdadera paz. Los conflictos se seguirán regenerando, los países del Norte rico lucharán por sus objetivos y rivalidades para el mantenimiento de un desarrollo loco, no sostenible. La injusticia y la desigualdad nos pueden lanzar a tensiones, alarmas, guerras, odios, atentados y matanzas de inocentes.
Vivimos en medio de un escándalo y tragedia de una humanidad que desearía una paz sin justicia. Eso es imposible, tanto bíblicamente como social y humanamente. En muchísimos rincones del mundo, la injusta pobreza destruye la paz. En otros el racismo, la exclusión o el odio. El mundo vive también violencias ideológicas que mantienen al mundo bajo la gran bota del dominio de la minoría acumuladora. Es imposible que así pueda florecer la paz. Caminamos hacia el precipicio de las violencias, de las defensas de los propios intereses sin que se mire si son injustos o no. Se amplían los abismos entre ricos y pobres.
Todo esto también llega a nuestras ciudades en donde se da el fenómenos de personas que, proveniente de otros países pero habiendo nacido entre nosotros y habiendo sido educados en nuestras escuelas y sociedades, nunca se integran. Como si ahí también hubiera injusticias y marginaciones. La pobreza y la marginación también destruyen la paz.
La paz nunca se puede imponer a través de la fuerza, a través de las armas, a través de las fuerzas de seguridad de los modernos estados. La dominación de las minorías acumuladoras jamás podrá imponer la paz. Sería siempre una paz falsa impuesta con violencias. La paz de los cementerios.
No queda otro remedio que buscar desesperadamente la justicia en el mundo, hacer que ésta se bese con la paz, que tenga también un fundamento de misericordia y de verdad. ¿Cómo se consigue esto? Muchos dirán que es imposible, pero los cristianos tenemos la obligación de sembrar en un mundo injusto los valores del Reino que buscan precisamente la justicia y la paz, además de los valores trascendentes que nos llevarán a la salvación eterna.
De todas formas, mientras estemos en nuestro aquí y nuestro ahora, debemos trabajar por la justicia siguiendo las líneas de los profetas y, quizás, la del último de los profetas: Jesús mismo que trabajó por la justicia como fundamento de la paz. La justicia que el mundo ofrece no es tal. Nadamos en un sinfín de injusticias de todo tipo que no pueden ser fundamento para la paz. Sinfín de injusticias, desequilibrios, marginaciones, desprecios, racismos y violencias que frenan la paz y producen todo tipo de tragedias, atentados, guerras y desastres. Quizás por eso Jesús tuvo que decir: “Mi paz os dejo, mi paz os doy, no como el mundo os la da”.
Los cristianos no sólo deben plantear la lucha por la justicia como compañera de la paz como una exigencia ética de los valores cristianos, sino que deben usar su voz, su acción, su compromiso y vida en pro de la justicia como compañera necesaria de un mundo en paz.
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