Somos individualistas insolidarios cuando respiramos exclusivamente por nuestra propia herida.
Respiramos por la herida de nuestro propio yo. En esta respiración insolidaria podemos dar la espalda al prójimo y hacernos cómplices de sus empobrecimientos y marginaciones. Sin embargo, la herida por la que respiramos nos intenta mostrar continuamente que somos inocentes ante las desgracias del prójimo despojado. Sólo nos duele lo nuestro, nuestra propia herida por la que insolidariamente respiramos. Nos da miedo sentirnos culpables, horror. Mejor adormecer nuestra conciencia y preocuparnos solamente de nuestra propia herida. Individualismo, egoísmo atroz.
Miedo a la culpabilidad. Mejor pensar y hacer el esfuerzo adormecedor de que nosotros somos inocentes. Una droga espiritual, psicológica. Aunque demos la espalda a la injusticia en el mundo, siempre tendemos a pensar que nosotros no hemos hecho nada, que no somos culpables, que el verdaderamente culpable es el otro.
Cuando contemplamos el escándalo de la pobreza en el mundo, cuando vemos las secuelas del hambre, del desempleo de aquellos a los que consideramos como sobrante humano, cuando vemos a los niños deformados por las secuelas del hambre y la miseria, tendemos a pensar que nosotros no somos culpables, que no hemos hecho nada. Y ese precisamente es el problema: No hemos hecho nada. El pecado de omisión nos corroe por dentro. Omisiones de actos comprometidos, de palabras que pueden ser concienciadoras y liberadoras. No hemos hecho nada. ¡Qué pena!
El no hacer nada me recuerda a la parábola del buen samaritano. El sacerdote y el levita pasaron de largo sin hacer nada ante el apaleado y robado al lado del camino. Pecado de omisión. Falta de misericordia. Pecado contra Dios por dar la espalda al prójimo herido. Respiraron sólo por su herida. La herida del otro no les importaba absolutamente nada. Quizás sea difícil respirar por la herida del otro.
Tuvo que ser un extranjero, un hombre despreciado por los judíos, un samaritano el que, olvidando su propia herida se preocupó por la herida del otro. A esto la Biblia le llama “ser movido a misericordia”. Así, cuando insolidariamente respiramos por nuestra propia herida, no hay misericordia que valga. No nos detendremos, pasaremos de largo. Recordad el aserto bíblico: “El que sabe hacer lo bueno y no lo hace, le es contado por pecado”. Terrible consecuencia la de respirar solamente por la propia herida.
Somos individualistas insolidarios cuando respiramos exclusivamente por nuestra propia herida. Nos es más fácil desde aquí el preocuparnos por el ritual, los cumplimientos religiosos y de las apariencias, que el comprometernos con el prójimo que nos necesita. No hemos entendido el Evangelio desde estas perspectivas o presupuestos insolidarios. Nos hacemos religiosos alejados de Dios y del prójimo. Sí. Es posible.
No tengo la culpa. Bastante tengo con respirar por mi propia herida. Lo malo que hay en mi barrio, en mi ciudad, en mi país o en el mundo, no es culpa mía. Me mantengo de forma aséptica contemplando el mundo, pero dando la espalda al compromiso con los apaleados de la historia.
Que el pastor o mis líderes religiosos o sociales no me hablen de los desequilibrios económicos del mundo que dan lugar a tanta pobreza, hambre y miseria, que no me hablen de estructuras sociales o de poder de pecado, que no me hablen del sufrimiento de mi prójimo tirado al lado del camino. Que no me hagan sentirme culpable. No es mi culpa. Soy inocente del mal y del pecado en el mundo. No tengo nada que hacer. No quiero.
Escuchad: El hombre redimido y justo no es el que no hace nada, no es el que da la espalda con falta de compromiso a los males de nuestros prójimos. El cristianismo nos habilita para ser manos tendidas de ayuda y voces de denuncia. Recordad a los profetas, recordad a Jesús mismo que entronca con el mensaje profético. No podemos hacernos cómplices, con nuestro silencio e inactividad, de los que trastornan y desequilibran el mundo. Cómplices de los atropellos contra el prójimo.
Debemos a aprender a respirar también por la herida de los otros. Eso es solidaridad cristiana, eso es projimidad, sí, el amor al prójimo que nos enseñó Jesús poniendo en relación de semejanza el amor a Dios y el amor al prójimo. La omisión, el quedarnos silentes, sostiene la injusticia y la maldad en el mundo.
No es que olvidemos nuestra herida, no es que dejemos de respirar por ella. Es aprender a saber respirar también por la herida del otro como si fuera la nuestra propia. Eso es hacer projimidad, hermandad, sororidad.
Si no haces nada y te refugias en un individualismo insolidario que respira solamente por tu propia herida, tu conciencia va a intentar interpelarte en múltiples ocasiones. Claro, que a la conciencia también podemos intentar acallarla. No lo hagas. Ten empatía con la herida del otro. Practica el amor. Quizás al respirar por la herida del otro, tu propia herida se va a suavizar como si el Buen Samaritano, Jesús mismo, estuviera derramando sobre ella algún óleo que suaviza tu dolor. Serás consolado.
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