Hoy se va a celebrar (se habrá celebrado ya cuando lean estas líneas) el primer debate del Estado de la Nación que emprende el presidente del gobierno, Mariano Rajoy. ¿Qué consideraciones podemos hacernos?
1-
Una gran parte de los ciudadanos tenemos la percepción de que nuestra clase política no es la solución sino el problema.
Por supuesto que hay políticos que no se han corrompido, que han sido fieles al mandato que recibieron de la población a través de las urnas, pero son la excepción. Tienen un mérito enorme y nuestra gratitud siempre será poca con ellos por haberse mantenido íntegros en medio de un sistema que favorece su corrupción.
El problema está en la clase política en tanto que colectivo. Mientras pedían sacrificios enormes a los ciudadanos, mientras seis millones de personas perdían sus trabajos, mientras una parte muy importante de las empresas que cerraban lo hacían por impagos relacionados con la administración, mientras la gente veía empeorar todos los servicios públicos, mientras se recortaban los derechos laborales de los que aún trabajaban, nuestra clase política andaba preocupada en enriquecerse a costa de nosotros.
En algunas ocasiones el enriquecimiento era personal, lucrarse uno a costa de los dineros que se nos escatimaban a los muchos. Pero el problema real no ha sido el enriquecimiento individual, sino la financiación de los propios partidos, el sostenimiento de las estructuras de poder de la propia clase política. Se han corrompido para sostener las estructuras de su propia institución. Han empobrecido a toda la población para mantenerse a ellos y a los suyos.
Es un problema de las instituciones, finalmente toda clase de instituciones, políticas, religiosas, económicas, etc. existen para perpetuarse a sí mismasy en esa dinámica interna hacen todo lo que sea necesario, legal, ilegal o alegal para sus intereses internos y no para el servicio a los demás.
2-
Ellos controlan los mecanismos que les mantienen en el poder.
Las cosas no cambian porque quien se beneficia de este sistema corrupto son los únicos que lo podrían cambiar. Los partidos políticos dominan el Parlamento que podría aprobar leyes, como la Ley de Transparencia o una nueva Ley de Financiación de los Partidos Políticos, que acabaran con la situación de privilegio y de opacidad.
Incluso cuando estas leyes se aprueban son tapaderas, cortinas de humo, cambios para que nada cambie. Nadie tira piedras a su propio tejado. No se aprueban medidas regeneradoras del sistema, como las listas abiertas o la libertad de voto de los parlamentarios, simplemente porque eso desmonta su sistema de lealtades internas dentro del partido. Los ciudadanos, con nuestro voto, podríamos elegir a los mejores y menos corruptos y esto no les conviene.
Además, a través del nombramiento por parte de los partidos de las cúpulas judiciales, controlan todos los mecanismos del poder judicial que podría controlarles. De esta manera
vemos que aparecen cientos de casos de corrupción en los medios, pero muy pocas sentencias. No hay condenados a penas de prisión, que sean posteriormente encarcelados, entre los mismos políticos, ni entre las élites financieras, etc. Siempre hay problemas con la forma en la que las escuchas fueron realizadas, o las pruebas fueron obtenidas, etc.
Para cuando la cosa se pone muy mal, acaba con un acuerdo entre partes o con un indulto para el condenado. Yendo todo muy mal el político sabe que perderá el cargo, eso es lo peor que le puede pasar, pero siempre quedará algún amigo en alguna empresa que le recolocará.
Se ha generalizado la convicción entre nuestros políticos, entre la clase dirigente de las finanzas y la economía, de que ellos son intocables, de que son impunes. Sea el colectivo que sea, cuando un ser humano sabe bien que haga lo que haga no será castigado, ese ser humano se corromperá. Eso obedece a la frase de Lord Acton: “El poder corrompe y el poder absoluto corrompe absolutamente”.
3-
La clase política está alejada, ausente, de las verdaderas necesidades de los ciudadanos.
Los ciudadanos no somos el objetivo de la acción de la clase política sino su propia preservación. Somos un ítem necesario en cada contienda electoral, luego somos guardados en el armario hasta nueva necesidad.
Nuestros problemas no son sus problemas. Viven alejados, en un mundo que tiene sentido en sí mismo, en una burbuja de palabrería para que nada cambie. Problemas como el de los desahucios, que están causando un enorme dolor a una gran parte de la población, provocan pequeños cambios legislativos que en lugar de ir al meollo del asunto sólo afectan a casos periféricos. Cuando un millón y medio de ciudadanos firman una ILP, se mueven tarde y luego comienzan a anunciar que la dación en pago se incluirá en una ley que ya estaba iniciada y que no beneficiará a todos los casos, sino a situaciones muy extremas, es decir, otra vez a una minoría de los casos. El problema de millones de desempleados, especialmente entre los jóvenes, provoca muy poca acción de gobierno y muy pocos cambios legislativos. Parece que cuando el tema se mueve lo hace más por impulso europeo que nacional.
En cambio, les mueve el caso de las escuchas a políticos. La reacción que ha provocado este caso es mucho más alta y mucho más rápida que el de los desahucios. La diferencia está en quién es el afectado en un caso o en el otro.
4-
Nuestros políticos son el reflejo de lo que es nuestra sociedad.
Hace tiempo nuestra sociedad rechazó unos valores que nos han llevado a esta situación. La sociedad española ha experimentado un rechazo, una potente reacción, de la institución católica y con ella ha rechazado también una serie de valores que identificaban con ella.
Un cambio profundo de cosmovisión, la parte más interna y profunda de una cultura que afecta a la forma en la que interpretamos toda realidad, se ha producido en España y en el mundo occidental en los últimos 40 años. Este cambio de cosmovisión ha producido el rechazo de los valores absolutos, el rechazo de conceptos objetivos de bien y de mal, el rechazo de conceptos objetivos y compartibles de verdad y mentira, etc. Con ello se ha quitado el sustento que fundamentaba la ética individual y social.
Ahora es difícil fundamentar que hay cosas que están bien o están mal. Lo que a mí me puede parecer malo, puede ser bueno para ti. No hay un patrón al que mirar y decir que esto está bien o mal. No tenemos cimientos para enseñar a las próximas generaciones, ni modelos reales de conducta que ofrecerles como ejemplo de comportamiento. La consecuencia es que tenemos unos políticos que traducen fielmente la sociedad de anti-valores que somos. Alguien decía que nuestra sociedad estaba dividida entre los que han podido robar y los que están esperando para hacerlo.
5-
La solución está en un cambio de mentalidad.
Europa ya ha sufrido otros momentos convulsos, de alta corrupción en todas las áreas de la sociedad. La solución no está en las instituciones. La solución de la corrupción en la institución política no está en la institución religiosa. No se trata de volverse a la institución religiosa para buscar valores en ella, todos sabemos bien que la institución religiosa ha resultado tan corrupta como la política. Esa no es la salida, es la puerta del armario.
Europa ha encontrado en otros momentos su regeneración en una vuelta al mensaje del evangelio, la buena noticia de Jesús. La gran noticia de que el Reino de Dios se ha acercado y los valores que este reino lleva con él. No la institución, sino el mensaje liberador de Jesús. Los efectos de la Reforma protestante que afectó principalmente el centro y el norte de Europa afectaron naciones durante siglos y siguen siendo perceptibles aún hoy en día, quinientos años después.
Movimientos espirituales como el Metodismo en Gran Bretaña transformaron completamente todos los estamentos de una sociedad que se descomponía y la llevaron a ser una potencia en todas las áreas.
Podríamos dar ejemplos de otros continentes, en todo tiempo y cultura. El profeta Zacarías (4: 6), hablando a un buen gobernante, le recordaba: “No por el poder ni por la fuerza, sino por mi Espíritu”. Este es el mensaje que hoy necesita escuchar nuestro presidente del gobierno. Lo que necesita nuestro país no pasa por demostraciones de poder, ni de fuerza institucional, sino más bien por una búsqueda de los objetivos del Reino, que son la esperanza de esta sociedad. Son cambios que ningún poder humano por sí solo puede traer, sino los que trae el Espíritu de Dios actuando personal y socialmente. Es la utopía de lo minúsculo, el poder del Reino de Dios que parece insignificante a primera vista y que sin embargo transforma la realidad completamente.
Si quieres comentar o