La noticia del duodécimo anuncio de alto el fuego de la banda terrorista ETA ha provocado un inaudito entusiasmo en ciertas instancias mediáticas y políticas de nuestro país. De manera bien reveladora, esa euforia se ha contagiado a ciertos círculos evangélicos hasta el punto de señalar que llevaban años orando por lo sucedido. Con el permiso de mis hermanos, me voy a permitir interrumpir mi serie sobre la Reforma para reflexionar sobre el tema.
Yo nunca he orado porque ETA pronunciara el duodécimo comunicado de alto el fuego de su historia. Sí lo hecho para que anunciara su disolución inmediata, la entrega de las armas y su puesta a disposición de la justicia.
Yo nunca he orado porque se aplicaran medidas de gracia a los que han asesinado a casi un millar de españoles. Si lo he hecho para que el Estado use la espada que Dios ha puesto en su mano de manera que ejecute justicia de manera total.
Yo nunca he orado por ver a medios de comunicación sumidos en una absurda euforia casi tan grande como la que experimentaron ante la llamada “primavera árabe” que está entregando el norte de África a los islamistas. Si lo he hecho para que informen con realismo y no guiados por servidumbres políticas.
Yo nunca he orado porque los terroristas se apoderaran de docenas de ayuntamientos en las Vascongadas y Navarra y de una provincia vasca cobrando salarios que proceden de mis impuestos. Sí lo he hecho para que se vean libres de recursos económicos procedentes de nuestros bolsillos ya que, como muestra su historia, ese dinero les ha permitido derramar sangre inocente una y otra vez.
Yo nunca he orado porque se equiparara a las víctimas con los que les dieron muerte o las mutilaron. Sí lo he hecho para que las víctimas – que nunca se han tomado la justicia por su mano – puedan ver cómo la ley se cumple con los terroristas de la misma manera que se hace con violadores, asesinos, maltratadores o robaperas.
Yo nunca he orado porque un supuesto arrepentimiento pueda servir para que el criminal eluda su deuda con la sociedad. Sí lo he hecho para que, al mismo tiempo que cumple su condena, un terrorista y un violador, un asesino y un ladrón, comprenda la maldad de sus actos y no sólo resarza a la víctima sino que además se vuelva al Juez Supremo reconociendo la maldad de sus actos. Ése es el modelo bíblico de arrepentimiento y no otro (
Lucas 19: 1-10).
Yo nunca he orado por entelequias buenistas porque conozco la enseñanza bíblica sobre la naturaleza caída del ser humano y no cierro los ojos ante ella. Sí lo he hecho porque las víctimas reciban memoria, dignidad y justicia.
Debo recordar una reunión con diversos hermanos a los que amo y respeto allá por el año 2008 si no me falla la memoria en la que les anuncié que el alto el fuego de ETA se rompería y que además lo haría con sangre. Me miraron con incredulidad y estupor. Temo que la propaganda oficial los había convencido.
Apenas unas semanas después, ETA asesinaba a unos pobres inmigrantes en la T-4 del aeropuerto de Barajas en Madrid. Creo que en este caso concreto sus deseos eran buenos, pero “no conforme a conocimiento” que habría dicho Pablo. Mientras no tengamos esto en cuenta – así como la necesidad de discernimiento - volveremos a hacer tristemente buena la enseñanza de Jesús que muestra que los hijos de la luz no se suelen caracterizar por su sutileza sino más bien por rozar la estupidez cuando se compara con la astucia de los hijos de las tinieblas.
Basta reflexionar al respecto en dos noticias de hace apenas unas horas. La primera es que Otegui ha señalado que pretender la disolución de ETA sería algo “muy inmaduro” y la segunda, que entre sus papeles ocupados por la policía se indicaba que el acuerdo final con ETA – que será siempre a costa de la justicia y de las víctimas – lo custodiará o la Compañía de Jesús o el Vaticano. Reflexionemos y que algunos se quiten de delante de los ojos la venda que colocan las subvenciones oficiales.
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