El Dios universal, el Dios que nos cuida como un Padre tierno, no es un ser débil, antes al contrario, es poderoso, es todopoderoso.
El Credo se refiere a Dios como tal y como amoroso Padre. Pero los autores del Credo lo presentan, además, como poderoso. "Creo en Dios padre -dicen - Todopoderoso".
La omnipotencia de Dios es un respaldo y una garantía de éxito para el cristiano. El Dios universal, el Dios que nos cuida como un Padre tierno, no es un ser débil, antes al contrario, es poderoso, es todopoderoso. El poder supone siempre confianza en todo tipo de actividad.
El Dios nuestro está por encima de todos los dioses inventados por la imaginación del hombre. En su aparición a Abraham, Dios mismo menciona este atributo de Su personalidad: "Era Abraham de edad de noventa y nueve años, cuando le apareció Jehová y le dijo: Yo soy el Dios Todopoderoso; anda delante de mí y sé perfecto" (Génesis 17:1).
Job lo dice con palabras gruesas, con imágenes rotundas, con dulzura de poeta: "Viniendo de la parte del norte la dorada claridad. En Dios hay una majestad terrible. Él es Todopoderoso, al cual no alcanzamos, grande en poder: Y en juicio y en multitud de justicia no afligirá".
El autor del Apocalipsis lo canta en nueve pasajes de su inspirado libro. Uno de ellos es el de los ojos, donde parece que la creación entera ve con ojos de fuego y de admiración el todopoder de Dios. "Y los cuatro seres vivientes tenían cada uno seis alas -dice- y alrededor y por dentro estaban llenos de ojos, y no cesaban día y noche de decir: Santo, santo, santo es el Señor Todopoderoso, el que era, el que es, y el que ha de venir" (Apocalipsis 4:8).
El Dios que nos cuida, que nos protege y que nos manda al trabajo, lo hace con el respaldo de Su poder, que cobra perfección y plenitud en nuestra debilidad. San Mateo escribe en su Evangelio: "Pero los once discípulos se fueron a Galilea, al monte donde Jesús les había ordenado. Y cuando le vieron, le adoraron: pero algunos dudaban. Y Jesús se acercó y les habló diciendo: Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra. Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo" (Mateo 28:16-20).
El poder de Dios no es absorbente. No es poder egoísta. No es exclusivismo de poder. Al contrario, el poder de Dios es comunicativo, dadivoso, es poder que se distribuye entre todos sus hijos.
Antes de volver al lugar de donde vino, Su promesa fue ésta: "Recibiréis poder" (Hechos 1:8). Cuando la promesa fue cumplida, el poder de Dios se manifestó y obró a través de los suyos: "Y con gran poder los apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor Jesús, y abundante gracia era sobre todos ellos.", dice la Escritura (Hechos 4:33).
El poder de Dios está aquí, a nuestro alcance. Está en el conocimiento profundo de la Biblia. Está en la oración. Está en la comunión espiritual. Está en la vida de consagración y de dependencia. Pero hay que hacer uso de este poder.
Pendleton, en su libro "Compendio de Teología Cristiana", habla del desarrollo del poder y lo ilustra con tres ejemplos: "El poder no está en las riquezas, a pesar de su gran valor, sino en quien las usa. El poder no está en el gobierno, pese a su autoridad, sino en los gobernantes. El poder no está en la máquina que transforma y mueve, sino en la mente que la concibió".
El poder espiritual capaz de transformar el mundo está en Dios, pero si nosotros no lo usamos será un poder inoperante. Porque el poder divino actúa en el Universo y en el hombre a través de los cristianos. Cuanto más débiles somos a los ojos del mundo y a los de nuestra propia carne, más fuertes podemos ser en el poder de Cristo. "Y me ha dicho: Bástate mi gracia -nos dice Pablo-; porque mi poder se perfecciona en la debilidad. Por tanto de buena gana me gloriaré más bien en mis debilidades, para que repose sobre mí el poder de Cristo" (2ª Corintios 12:9).
El poder de Dios en nosotros hay que usarlo. Arquímedes de Siracusa, que vivió en el año 287 antes de Cristo, famoso matemático y físico, decía que con una palanca lo suficientemente fuerte y un punto de apoyo para la palanca, se sentía capaz de mover la tierra.
Nadie ha descubierto todavía lo que puede hacer un cristiano que se decida a usar en su vida todo el poder espiritual que emana de Dios. No digo ya mover la tierra en la que vivimos, sino otras tierras más si las hubiera.
La situación del mundo en nuestros días urge a los cristianos al uso del poder espiritual que se nos imparte en el momento mismo de nuestra conversión. Los días que vivimos son días de reflexión, “Paraos en los caminos -dice la Biblia- y mirad" (Jeremías 6:16). Se impone una parada, un alto en nuestros caminos diarios para reflexionar sobre la situación del mundo. La confusión en torno nuestro es evidente: confusión en el orden político, en el social, en el económico; confusión en el terreno de la moral; confusión en el mundo de las ideas; confusión, y bastante acentuada, en el campo religioso.
La técnica ha deshumanizado al hombre. El materialismo que estamos padeciendo le lanza hacia un mundo sin Dios y sin esperanzas futuras. La rebeldía juvenil y el llamado conflicto generacional están produciendo una juventud sin Dios.
La explosión biológica está terminando con muchas formas tradicionales de vida; si puede trasplantarse un corazón humano, si puede producirse un feto en un tubo de laboratorio, si se puede detener la muerte en una cámara de acero, ¿para qué necesitamos a Dios? El éxito espacial, con la llegada del hombre a la luna, está trastornando las conciencias.
Dios es poderoso. Y tú, si te pones en Sus manos, si te entregas para que Él te cambie primero y te use después, puedes serlo también. Medita en estas cosas. Conságrate a Dios si es que ya crees en Él; reconcíliate con Dios si te sientes lejos de su presencia; busca la salvación que Dios te ofrece en Cristo, si es que no eres salvo aún.
Los hombres tratan de sustituir el poder de Dios con pobres gotas de placer arrancadas al río de la vida. Pero el fracaso es evidente. Así como la única satisfacción para el hambre son los alimentos, la satisfacción que puede calmar la sed del alma se encuentra únicamente en Dios. Permíteme, amigo, que te pregunte: ¿Has dejado a Dios llenar el vacío de tu vida? ¿Crees, como lo creen muchos, que la vida no es más que una pesada rutina? Si has llegado alguna vez a esta conclusión, es porque formas parte de ese clamor universal que espera tan sólo en Dios para satisfacer la sed del alma. Como San Agustín dijo hace ya siglos, refiriéndose a Dios, "nuestros corazones sólo descansan en Ti". Hemos de buscar a Dios, al Creador de todas las cosas, al Todopoderoso, porque sólo Él nos satisface.
"Buscadme -es su continua invitación al hombre- y viviréis" (Amós 5:4). "Buscad a Dios, y vivirá vuestro corazón" (Salmo 69:32), sigue la Biblia. Y otra vez: "Buscad a Dios mientras puede ser hallado, llamadle en tanto que está cercano" (Isaías 55:6).
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