Monroy pone su prosa -y su poderosa voz- al servicio de los demás, sin perder ningún segundo en las críticas facilonas a las que están malacostumbrados los mediocres.
Cervantes estuvo en Argel unos pocos años, los cinco que duró su cautiverio (1575-1580). Algún tiempo después, hijo de padre francés y madre española, nació en Rabat Juan Antonio Monroy (1929), quien anduvo por ese norte de África hasta 1954, tras convertirse al cristianismo en la Iglesia Bíblica de Tánger y realizar estudios teológicos en un instituto para pastores creado en Marruecos. Después, España, Inglaterra, Estados Unidos y otros cincuenta y tantos países del mundo, cual Quijote para unos; o también cual Pablo de Tarso en misión de llevar las Buenas Nuevas allí donde soliciten su presencia de magnífico expositor bíblico, es cierto, pero también para ofrecer conferencias sobre poetas, novelistas o filósofos como Borges, García Lorca, Unamuno, Ortega y Gasset…
Y es que Monroy resulta su ser admirable, al menos para mí y para otros más que sabemos no solo de su enorme valía intelectual y de su prosa esclarecedora, sino también de la generosidad extrema que tiene para los jóvenes escritores, promocionándolos y defendiéndolos a la manera de un Alonso Quijano contra los molinos de la envidia y el desdén. Pone su prosa -y su poderosa voz- al servicio de los demás, sin perder ningún segundo en las críticas facilonas a las que están malacostumbrados los mediocres.
Un domingo de hace un lustro, en Madrid y tras la clausura de un encuentro de la Alianza de Escritores y Comunicadores Evangélicos de España (Adece), Monroy nos invitó a comer en un restaurante árabe ubicado muy cerca de la Castellana. Con él estábamos Juanjo Bedoya, Jacqueline Alencar y este ‘escriviviente’. Escucharlo pedir los platos y charlar con los camareros en un árabe fluido me hizo asociarlo con aquel Cide Hamete Benengeli que, según Cervantes, era el verdadero autor del Quijote.
Claro que ese pensamiento no venía sólo por el lugar de nacimiento de Monroy o porque hablara árabe (entre otros idiomas), sino porque es un auténtico cervantista, conocedor de toda la obra narrativa, poética y teatral del de Alcalá. Y más: de cierto que es uno de los más profundos conocedores de una vertiente poco abordada de la obra y el pensamiento cervantino: su anclaje bíblico y las referencias que sobre las Sagradas Escrituras se encuentran en el Quijote y otros libros de Cervantes.
Pocos años después de salir de Tánger y establecerse en Madrid, Monroy publicó un libro pionero en estos menesteres: ‘La Biblia en el Quijote’ (Editorial V. Suárez, Madrid, 1963). Luego ha tenido buen número de reediciones. La última es muy reciente, de escasos meses, a cargo de Clie, editorial catalana que así se ha querido sumar a la conmemoración del IV centenario de la muerte del magistral manco de Lepanto.
Y qué nos dice Monroy respecto al tema. Aquí unos fragmentos para abrir el apetito: “Cervantes fue un hombre de firmes convicciones religiosas. Nadie puede dudar de esto después de leer sus obras y profundizar en ellas. Que estas convicciones se inclinaran más hacia unas formas que a otras de Cristianismo es otra cosa, y bastante se ha discutido ya y se seguirá discutiendo. Pero que Cervantes creía y creía de verdad, no hay duda alguna. Y precisamente porque cree, no lucha. Esa lucha espiritual que atormentó los días de mi admirado Unamuno no se dio en Cervantes. Unamuno conocía bien la Biblia, tan bien o mejor de lo que pudo conocerla Cervantes… Y no cree por tradición, por acomodarse a la Historia, ni cree por una necesidad intelectual, ni concibe la religión como un movimiento cultural. Cree como debe creerse, sintiendo a Dios en la experiencia diaria, ‘sufriendo a Dios’, abriendo el corazón a la llamada divina, inflamando el alma del fuego de arriba. La Biblia es para él la verdad grandiosa y verdaderos son también los hechos que describe. No podía ser de otra forma siendo Dios su autor. Y para que no quede duda alguna sobre este punto, dice en el primer capítulo de la segunda parte del Quijote que ‘la Santa Biblia... no puede faltar un átomo en la verdad’... No basta con decir que Cervantes conoció los textos sagrados. Esto es decir muy poco. Los amó, se identificó con ellos”.
Así, bien contundente, se expresa Juan Antonio Monroy, a quien le daré el abrazo (un abrazote, mejor) que se merece este 24 de septiembre, cuando nos volvamos a ver en Santiago de Compostela, en el Colegio Mayor Fonseca de la Universidad de Santiago, donde él ofrecerá una de las ponencias centrales del VIII Encuentro de Adece. ¿Su título?: “Cervantes y la Biblia”.
Gracias, querido Cide Hamete Monroy.
(*) Artículo publicado en El Norte de Castilla (9-9-2016).
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