El último libro del filósofo Manuel Cruz reflexiona sobre nuestra “sistemática búsqueda de argumentos exculpatorios”.
“Cada vez cuesta más identificar un responsable –observa el filósofo catalán Manuel Cruz–, puesto que la sociedad se ha convertido en un inmenso rosario de damnificados por las consecuencias de iniciativas cuyos autores permanecen en paradero desconocido”. Su último libro –publicado por Gedisa–, “Hacerse cargo”, reflexiona sobre nuestra “sistemática búsqueda de argumentos exculpatorios”.
El catedrático de Filosofía Contemporánea de la Universidad de Barcelona lleva tiempo preguntándose por qué es tan difícil que alguien se responsabilice de lo que hace o deja de hacer. “La dificultad de imputar a alguien, hoy es uno de los factores que más contribuye a complicar el entramado de las acciones humanas”, dice.
Cuando se relaciona el tabaco con el cáncer, los no fumadores culpan a los fumadores, éstos a sus padres y aquellos a las compañías tabacaleras, que acaban responsabilizando a los despachos de abogados. Siempre hay alguien a quien echar la culpa. Las acciones humanas parecen ahora depender de misteriosas fuerzas naturales, pero hasta lo que ocurre en la Naturaleza es culpa del que la creó.
¿Vivimos en una era irresponsable?, se pregunta Cruz. ¿Rehusamos aceptar las consecuencias de nuestros actos? El carácter crítico parece que nunca alcanza a uno mismo. “Nos quejamos de todo sin ofrecer soluciones”. El hipercrítico rara vez es autocrítico.
¿QUIÉN ES RESPONSABLE?
Lo más fácil siempre será culpar a las autoridades. El filósofo observa cómo “la política no sirve en estos casos para pensarnos como seres sociales que asumen responsabilidades colectivas, sino para endosar a una instancia exterior, los gobiernos, los efectos negativos de lo que pasa y de lo que hacemos nosotros”.
El populismo que se alimenta de esta irresponsabilidad, va unido a una solidaridad “light”, llena de gestos y símbolos que nos eximen de hacer nada al respecto. Así se ha pasado del lazo contra el sida a todo tipo de expresiones de apoyo y condena en las redes sociales, cada vez que ocurre algo. Según Cruz, “son todos ellos leves ritos desresponsabilizadores: modo de autoexculpación cotidiana que no exigen el menor sacrificio”.
El autor se da cuenta que estos gestos “cumplen más la función de acallar nuestras conciencias que de remediar los sufrimientos”. Ese es el tipo de compromiso que queremos. Las participaciones políticas en Internet son de una extremada volatilidad, ya que los usuarios se olvidan de la causa que acaban de apoyar en cuanto le dan al “enter”.
LA BONDAD INNATA DEL HOMBRE
En “Hacerse cargo” se constata la idea de Enzensberger de la vuelta de Rousseau, el filósofo ilustrado que proclamó la bondad de la naturaleza humana, frente al poder corruptor de la civilización. En este “retorno de las ensoñaciones rousseaunianas, el bueno es el individuo y la mala es la sociedad”.
Cruz recuerda que “para Marx, es al revés: la sociedad es buena y el individualismo el principal pecado”. Sin embargo, la izquierda parece encarnar ahora una actitud rouseauniana, más que marxista.
Para Cruz, “nadie es de una pieza, en todos hay de todo”. Ya que “no hace falta ser malo de una pieza para cometer no ya maldades, sino atrocidades”. El libro recuerda el horror con el que Hannah Arendt descubre que el criminal nazi era un “padre de familia”.
¿CÓMO EXPIAR NUESTRAS CULPAS?
Uno de los pilotos que formaba parte del escuadrón que bombardeó Hiroshima en la II Guerra Mundial era el comandante Claude Eatherly. La madrugada del 6 de agosto de 1945 llevó a cabo un vuelo de reconocimiento sobre la ciudad japonesa, poco antes de que el Enola Gay descargara su bomba mortífera. Al regresar a la base, se dio cuenta de la destrucción que había producido y permaneció varios días en silencio. Al volver a Estados Unidos, intentó adaptarse a la vida normal durante unos años.
Aunque las leyes de guerra exoneraban a Eatherly de cualquier crimen, él se sentía responsable de una acción atroz que había dejado más de 150.000 muertos. Mientras el insomnio y la pesadumbre le carcomían por dentro, la sociedad americana rendía homenajes al heroísmo de los excombatientes. Deseando expiar su culpa, intentó quitarse la vida, varias veces.
Su impunidad, lejos de disminuir su sentimiento de culpa, lo acrecentaba cada día. Es como si necesitara ser castigado. Así que comenzó a cometer pequeños delitos, para sufrir alguna pena, hasta llegar a asaltar gasolineras, falsificar cheques, cometer atracos y robar cajeros. Nunca se llevaba el botín, o lo donaba a organizaciones benéficas. Lo que quería es ser tratado como un criminal.
LA PARADOJA DEL EVANGELIO
El Evangelio es buenas noticias, pero comienza con una mala noticia. Dios nos recuerda que tenemos una deuda con Él. No podemos seguir excusándonos. Sin asumir nuestra responsabilidad, no hay salvación posible. Debemos confesar nuestros pecados, para poder ser perdonados. Sólo así, podemos ser limpios de toda maldad (1 Juan 1:9).
Las buenas noticias es que Jesús ha pagado toda nuestra deuda. Ese es el mensaje que debemos anunciar y creer (Marcos 1:14-15). De ello habla toda la Biblia, que se enfrenta a todas nuestras excusas. Es cuando abandonamos todas nuestras pretensiones, que descubrimos el amor de Dios. Y éste es siempre inmerecido, algo que no puedes ganar ni exigir.
Lo que más importa a Dios no son los males que has cometido, ni cómo eres en comparación con otros, sino que has hecho con su Hijo Jesucristo. No se trata de ser lo suficientemente bueno, ni tener todas las respuestas ¡Él es la respuesta a nuestro problema! Quien no confíe en Él, está perdido (Juan 3:19).
La paradoja del Evangelio es que tenemos que hacernos cargo de nuestro mal, para que Él cargue con nuestro mal en la cruz. Si no reconocemos nuestra responsabilidad, tendremos que asumirla un día, ante su juicio eterno. No hay escapatoria. O estamos unidos a Cristo, ó lejos de su presencia para siempre (2 Tesalonicenses 1:9). Para creer en Él, hay que dejar de esconderse y resistir. Sólo así, seremos libres de toda culpa.
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