Tenemos nuestra parte de responsabilidad para que la iglesia sea realmente “casa de oración”, para eliminar de ella el concepto terrible de “cueva de ladrones”.
No intento hacer simplemente un comentario de la expresión bíblica “cueva de ladrones” aplicada al templo o a la iglesia. Para eso hay comentaristas y exégetas bíblicos que lo harían mejor que yo. Lo que intento es ver cómo se puede analizar esta expresión en su contexto para concienciarnos con nuestra responsabilidad para con el prójimo. Lógicamente, tampoco intento decir que hoy se le deba aplicar esta expresión a la iglesia. Sólo deseo, como siempre, hablar de la importancia de la relación con el prójimo para poder tener una buena relación con Jesús mismo, con el Todopoderoso.
Cuando usamos la expresión “cueva de ladrones”, rápidamente acude a nuestra mente la expulsión de los mercaderes del templo por parte de Jesús. Creemos que a nosotros ya no nos afecta, que a nuestros templos o iglesias hoy nadie podría dar el calificativo de “cueva de ladrones”.
Pues sí. Es demasiado fuerte la expresión para que nadie se atreva a aplicarla a nuestros lugares de culto cristianos de hoy independientemente de la confesión religiosa de que se trate. Pensamos que hoy Jesús no entraría en nuestros lugares de reuniones con un látigo en la mano, enfadado y violento… aunque si lo analizamos bien, ese látigo no era para usarlo contra los posibles fieles, contra los seres humanos. Jesús no usó nunca la violencia física, sino que, secundariamente, quería la expulsión de animales, ovejas y bueyes con los que se mercadeaba.
Había algo más importante: la sustitución del templo como “lugar de sacrificios” por el nuevo concepto de la iglesia o del templo como “casa de oración”. Quizás ahí los evangélicos hemos sido más fieles que los católicos al concepto que Jesús tenía de la iglesia o templo. Valía la pena el esfuerzo. Ya no eran necesarios más derramamientos de sangre porque el propio sacrificio de Jesús elimina toda idea de sacrificio cruento. No son necesarios más sacrificios sangrientos.
Hoy en día ya nadie piensa que el concepto durísimo de “cueva de ladrones” se pueda aplicar a nuestras iglesias. Hoy, se diría, ya nadie comercia en el templo, nadie vende ni compra, nadie se dedica a ser uno de los cambistas, ya no es necesario el cambio de moneda. Ese concepto se nos queda como algo lejano, obsoleto, episodio curioso de la vida de Jesús para rehabilitar la idea de templo como “casa de oración”.
Sin embargo, en el Antiguo Testamente, el concepto “cueva de ladrones” no se da en un entorno de compraventa, no se da ante una concepción del templo como lugar sacrificial de animales que se compran o venden. El concepto de casa de Dios, iglesia o templo como “cueva de ladrones”, se da en un contexto diferente y en relación con aquellos que, considerándose fieles, acuden al templo para invocar el nombre del Señor.
“Cueva de ladrones” está usado en referencia a nosotros, al hombre, a los asistentes a la casa de Dios. Se aplica en el análisis de la situación en la que, espiritual y éticamente, estamos cuando acudimos a ese que debe ser lugar de oración. En última instancia va dirigido a personas que entran con corazón sucio, contaminados por la insolidaridad y la injusticia a la presencia de Dios sin estar reconciliados con el prójimo. Se aplica este concepto tan aparentemente brutal a todos aquellos que con sus labios pueden decir: “Templo del Señor, Templo del Señor es éste”, pero entran a alabar e invocar el nombre del Dios tres veces santo sin haber hecho justicia entre el hombre y su prójimo.
Una vez más nos situamos ante el concepto de projimidad bíblico, ante la importancia que tiene el estar reconciliado con el prójimo antes de acudir al templo de Dios, la necesidad de que nuestras acciones y obras estén impregnadas de misericordia para con el prójimo en necesidad antes de acudir a invocar el nombre del Todopoderoso, la necesidad de hacer justicia, de no oprimir al extranjero, de ayudar a los huérfanos y a las viudas que eran los mayores exponentes de los colectivos marginados de ese momento en el Antiguo Testamento, para que nuestro culto sea acepto al Señor. Hoy se podrían nombrar muchos más colectivos de entre los excluidos de la tierra que están implorando la misericordia y el que se haga justicia por parte de todos aquellos que acuden al templo del Señor para invocar su nombre.
Leed el libro de Jeremías en su capítulo 7 en donde aparece la expresión “cueva de ladrones” aplicado a la casa en la cual es invocado el nombre del Señor. Estamos en un contexto que hoy podríamos llamar de falta de la práctica de una acción social cristiana, sea personal, de familia o de iglesia, que intente “redimir” al prójimo empobrecido y apaleado. Fuera de esta actitud solidaria imprescindible, actitud y compromiso necesarios en todos aquellos que quieren practicar una espiritualidad cristiana integral, fuera de este posicionamiento de servicio, de rehabilitación y búsqueda de justicia para los oprimidos de la historia, no hay posibilidad de entrar “limpio” a la casa de Dios. Nosotros mismos, con nuestras insolidaridades o acciones opresoras, podemos convertirla en “cueva de ladrones”.
Veamos un texto de Jeremías: “No fieis en palabras der mentira diciendo: Templo del Señor, templo del Señor, templo del Señor es éste. Pero si mejoráis vuestros caminos y vuestras obras; si con verdad hiciereis justicia entre el hombre y su prójimo, y no oprimiereis al extranjero, al huérfano y a la viuda…”. Luego después concluirá con una pregunta si no hacemos esto, “¿es cueva de ladrones delante de vuestros ojos esta casa sobre la cual es invocado mi nombre?”.
Este es el contexto real en el que en el Antiguo Testamento se usa la expresión “cueva de ladrones”. Y diréis que yo aprovecha todo para llevarnos al compromiso social, a estar reconciliados con el prójimo siendo movidos a misericordia, a la práctica de la justicia, a la obra social evangélica, al servicio al prójimo. Pues, en realidad, no hay que esforzarse mucho para ver esto, pues la Escritura es clara y ésta es la idea que late en toda la Biblia para que nosotros podamos vivir una espiritualidad cristiana correcta y para que podamos acudir a la presencia de Dios y a invocar su nombre sin sentirnos avergonzados ni rechazados, ni ser causantes de dar a la casa de Dios ese adjetivo tan radical: “Cueva de ladrones”.
¿Somos capaces hoy de gritar nosotros contra los que entran en el templo siendo insolidarios y permaneciendo de espaldas al grito de los empobrecidos y sufrientes de la historia? ¿Podemos hacernos autocrítica a la forma en que vivimos el cristianismo? ¿Será acepta nuestra invocación al nombre de Dios cuando acudimos a su casa? ¿Estamos actuando como iglesia dentro de los parámetros de servicio, compromiso y ayuda al prójimo en que se debe situar la casa de Dios para ser iglesia del Reino e impregnada de sus valores?
Tenemos nuestra parte de responsabilidad para que la iglesia sea realmente “casa de oración”, para eliminar de ella el concepto terrible de “cueva de ladrones”. Señor, ayúdanos en nuestras conductas, hechos, comportamientos, compromisos y solidaridades, para que, realmente, nuestra iglesia sea una casa de oración en donde se invoca tu nombre y tú respondes.
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