Los cristianos, a veces, no nos damos cuenta de las exigencias de la fe, de una fe que tiene, necesariamente, que actuar a través del amor.
Cuando vemos las problemáticas del mundo reflejadas en la pobreza, en las violencias, en los sufrimientos de los refugiados o de los flujos migratorios en general que huyen de las guerras o del fantasma del hambre y la miseria, nos damos cuenta que ser neutral es pecar y ser escapista una traición.
Cuando navegamos por el sistema social injusto y egoísta viendo a tantos que se quedan en la estacada, tirados y apaleados al lado del camino y no decimos nada, sino que, simplemente, pasamos de largo dando la espalda al dolor de los excluidos sin intentar romper con nuestra voz, con nuestra acción y con nuestra denuncia estos círculos sociales infernales, estamos pecando y traicionando al prójimo, reduciéndolos a la infravida, lo cual es lo mismo que decir que estamos traicionando al Evangelio, a Dios mismo.
Ante estos temas como el de los refugiados, los migrantes de la tierra, la pobreza y la opresión, ante estas duras y crueles realidades sociales, los cristianos no podemos ser ni neutrales, ni escapistas. El neutralismo nos llevaría al pecado de omisión, el escapismo nos lanzaría al abismo que nos separa de un Dios que espera, según textos bíblicos como Mateo 25 en el Juicio de las Naciones y otros, que aliviemos con la reducción del sufrimiento del prójimo su propio sufrimiento, el sufrimiento de Dios mismo.
Los cristianos, a veces, no nos damos cuenta de las exigencias de la fe, de una fe que tiene, necesariamente, que actuar a través del amor, del amor al prójimo que debe estar en relación de semejanza con el amor a Dios mismo. Si no, no sólo es la fe muerta, sino la no-fe, lo antagónico a la fe, la irresponsabilidad cristiana, la imposibilidad del seguimiento de Jesús. La fe, en casos de neutralismo o escapismo ante las necesidades del prójimo, sean refugiados, pobres u oprimidos, no es sólo la fe que se debilita y deja de ser, sino una especie de neblina oscura que intenta ocultar el poder de Dios en el mundo. Nuestro sentimiento de implicación, de ser movidos a misericordia debe saltar allí donde hay una fe viva.
Cuando vemos las violencias, las migraciones internacionales de refugiados o de pobres, cuando vemos los desequilibrios sociales, parece que ser neutral o escapista es simplemente poder decir: “No podemos hacer nada. Nuestro estilo de vida es simplemente irrenunciable”. ¿Con quién nos alineamos entonces? ¿A quién hacemos el juego? ¿Cuándo vamos a aprender que en el mundo que se puede vivir dignamente con menos? ¿Quién va a mostrar los nuevos valores del compartir, de la solidaridad, del amor? ¿Podemos los cristianos ser neutrales o buscar las vías de escape que justifique la acumulación de algunos y el empobrecimiento de muchos? ¿No somos la sal y la luz de la tierra que tiene que esparcir los valores del Reino en medio de un mundo injusto y violento?
Se necesitan voces cristianas que presenten nuevos valores, nuevas alternativas integrales justas a las violencias, al sistema económico actual basado en desigualdades e injusticias. Quizás estemos los cristianos también impregnados de vivencias del falso cristianismo de la no fe, de la fe que se muere y deja de ser. Nos quedamos, a veces, extrañados, de que personas que tienen rasgos de generosidad puedan provenir del mundo agnóstico o no creyente.
Los creyentes que viven la espiritualidad cristiana desde una fe viva deberían estar proponiendo constantemente alternativas más justas y comprometidas en contra de las estructuras de pecado o estructuras injustas arraigadas en las sociedades que crean violencias, flujos de personas que tienen que huir, empobrecimiento de los pueblos, torturas y opresiones. Deberíamos encarnarnos y enraizarnos en lo temporal con nuestros estilos de vida, con nuestros actos, nuestros testimonios, nuestras denuncias trabajando en pro de la justicia y de los valores del reino que irrumpen en nuestra historia con la llegada de Jesús a la tierra. Eso sería evangelizar la cultura violenta que se da en muchas sociedades, la cultura aposentada sobre valores injustos.
Quizás el problema sea el egoísmo y el individualismo que nos hace buscar neutralidades falsas y extraños escapismos. Quizás el problema sea que somos demasiado individualistas. La no-fe, la fe que se ha debilitado y dejado de ser, no nos lanza a la ayuda comunitaria al prójimo, a comprometernos con él, lo que, en el fondo, es comprometerse con el reinado de Dios en el mundo, comprometerse con nuestro Maestro. A veces, la falsa neutralidad y el escapismo nos conducen a que sólo nos importemos nosotros mismos, nuestras familias en la carne, nuestra posición social. Echamos por la borda la idea de un “Padre nuestro” que nos hermana a todos. Por eso pensamos que somos neutrales ante la problemática de los otros, que no hacemos mal a nadie. Desde esta óptica individualista poco nos van a importar los refugiados, los pobres de la tierra, los excluidos y estigmatizados.
Desde la falsa neutralidad escapista sólo nos importará el que nosotros y nuestros hijos nos podamos agarrar al carro de lo productivo, del empleo que, si puede producir sobrantes de riqueza, mejor… y que no se hable a nadie de sacrificios a favor de los otros. Es entonces cuando damos la espalda al grito de los pobres, de los refugiados, de los apaleados de la historia cayendo en el pecado de omisión de la ayuda.
Mucho tendríamos que reflexionar los cristianos sobre el pecado de omisión de la ayuda, sobre la apatía que impide el que seamos movidos a misericordia. Debería ser el caballo de batalla espiritual que nos renovara y que nos hiciera nuevas criaturas que enlazan indisolublemente el amor a Dios y al prójimo viviendo así una espiritualidad cristiana de fraternidad, de hermandad, de considerarnos todos hijos del mismo Padre, criaturas provenientes del mismo Hacedor. Esto nos llevaría tanto al compartir como a la acogida, a regocijarnos con la alegría del encuentro para ayudarnos mutuamente y hacer familia humana, a la búsqueda de la justicia y a la protesta, la denuncia y la lucha contra la opresión, la marginación, la pobreza y la exclusión social.
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