La cultura en la que uno nace y crece no es algo irrelevante o accidental de lo que se puede fácilmente prescindir, sino que configura la identidad personal, la singularidad de cada uno.
A veces pedimos a los inmigrantes una integración que se aproxima a una asimilación necia e innecesaria. Parece que quisiéramos cambiar su mirada. Es como si quisiéramos despojarlos de todos sus rasgos que estructuran su singularidad. Nos parece mejor lo uniforme, lo amorfo. Rechazamos así la belleza de la diversidad.
Por otra parte, al hablar de inmigración es casi imposible no plantearse el tema de la cultura y de la identidad personal. La cultura es como el sustrato en donde se apoya toda identidad personal. ¿Se refleja este sustrato en la mirada? Si quitamos ese poso cultural, la persona se desfonda y pierde todas sus referencias. Tenemos que saber que los inmigrantes, al igual que todos nosotros, son portadores de ese sustrato cultural en el que se apoya su identidad.
Al igual que yo, que tú y al igual que todos, el nacer, moverse y crecer dentro de un contexto cultural determinado es lo que va configurando la identidad de cada persona. Reflejamos esos contextos culturales en nuestros ojos, en nuestro comportarnos, movernos, hablar o relacionarnos. Los tintes que se han conseguido en la inmersión en un contexto cultural, es lo que una persona va reflejando de sí misma, iluminando a todos desde su faro personal inculturado. Que nadie intente eliminarlos por la fuerza de una asimilación necia a otras formas culturales. Ni es necesario, ni conveniente, ni bello.
Desde esos rayos culturales de luz que inconscientemente todos desprendemos, y desde esa urdimbre cultural, es desde donde uno se percibe como persona. No intentemos cambios bruscos ni asimilaciones forzadas para no parecer diferentes ante el otro. La cultura en la que uno nace y crece no es, pues, algo irrelevante o algo accidental de lo que se puede fácilmente prescindir, sino que configura la identidad personal, la singularidad de cada uno. Sí, puede reflejarse en la mismísima mirada. Debemos mantenerla y potenciarla en la vivencia de sociedades que se desenvuelvan en contextos interculturales en donde se relacionen en plan de igualdad las diferentes culturas e identidades personales.
Por tanto, para conocernos a nosotros mismos, así como para aprehender la realidad que nos rodea, no debemos hacer esfuerzos ni renuncias para prescindir de esos matices o tintes culturales que hemos ido asumiendo en un contexto cultural determinado. Las sociedades de hoy, que deberían ser todas interculturales, tendrían que favorecer la vivencia de la propia identidad sin que nadie se avergonzara de ser diferente en cualquiera de los contextos culturales en los que nos desenvolvamos. En ellos hemos de potenciar las buenas relaciones en la diversidad y respeto a la diferencia. Hay que tener en cuenta que esos hilos culturales asumidos en la propia identidad, esos destellos identitarios, conforman, de alguna manera, las trayectorias vitales.
Escuchemos: Lo que nos singulariza y nos distingue debemos de asumirlo sin complejos ni traumas, nuestras diferencias las debemos de entenderlas siempre como diferencias enriquecedoras de los grupos humanos. También debemos recordar que no hay culturas inferiores. Estas son las que marcan nuestra singularidad en plena igualdad. Yo aconsejo que nunca se renuncie a los propios aspectos culturales para asimilarnos a otra cultura dominante o prepotente. Uno se puede empobrecer y acabar empobreciendo también la propia cultura de los países de acogida.
Lo diverso, la pluralidad, la diferencia, nunca es un factor empobrecedor. No caminamos hacia culturas homogéneas, sino a la interculturalidad o, en el peor de los casos, a una multiculturalidad poco interrelacionada y formando departamentos estancos por no decir guetos. De ahí la importancia de una interrelación cultural entre todas las culturas que hoy se mueven en España o en Europa, sin prepotencias ni rechazos de ningún tipo. Este rechazo no sólo sería empobrecedor, sino peligroso y crearía graves disfunciones sociales. Por tanto hay que hacer una llamada a las sociedades de acogida para que sepan vivir una interculturalidad en el respeto a todo tipo de diferencia, así como al diferente.
Hay que evitar las mimetizaciones. El no renunciar a los valores culturales de forma mimética en relación con la cultura de acogida, es un factor positivo y que va a ayudar a los nuevos ciudadanos a tener una personalidad más estable basada en su propia identidad personal, una personalidad más fuerte en estas sociedades plurales, cambiables, en donde no se pueden ya trazar líneas culturales uniformes. Nunca renunciemos a lo que somos, a nuestra urdimbre cultural que conforma nuestra identidad. No hay por qué renunciar nunca al marco cultural que de alguna manera nos configuró. Serás más tú. Seremos mucho más nosotros mismos
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