La voz hoy puede llegar a tener un efecto de denuncia y de puesta de relieve de las problemáticas sociales que traspasen fronteras.
La voz, así como la palabra hablada o escrita es esencial en todas las esferas de la vida. En el compromiso social también. Es verdad que se dice que los hechos gritan más que las palabras. No lo dudo. Por eso tenemos ahí Misión Urbana trabajando entre los más desfavorecidos, los injustamente tratados, los pobres de la tierra.
Si yo no creyera en la fuerza de la acción social, no me hubiera involucrado tanto a lo largo de mi vida. Es verdad, pero la voz es la compañera de la acción. He hablado mucho, he conferenciado mucho, he escrito mucho. Quizás debería cambiar la palabra “mucho” que he usado, por simplemente “algo”. Pero considero tan válida la acción como la voz. Yo creo que mis escritos son también una voz que espero no se quede sola clamando en el desierto, sino que avance clamando por justicia.
Los que trabajamos en acción social, por muy importante y expresiva que sea en medio de la sociedad, vemos que necesita el complemento de la palabra: palabra de denuncia, palabra que pueda poner de relieve las injusticias del mundo, palabra que pueda gritar contra la exclusión, la opresión, la injusticia, las graves desigualdades que convierten al mundo en un escaparate de escándalos, de los mayores escándalos de esta humanidad en donde proliferan la desigualdad y la injusticia.
Por eso, cuando vemos nuestras limitaciones para solucionar tantas problemáticas a través de extender nuestra mano de ayuda, cuando nos sentimos superados ante la impotencia al no tener los medios económicos para cambiar el rumbo de la historia de tantas vidas con nuestra acción social comprometida, nos queda un complemento de la voz. La voz hoy, con la ayuda de los medios de comunicación, puede llegar a tener un efecto de denuncia y de puesta de relieve de las problemáticas sociales que traspasen fronteras, que llegue a diferentes clases sociales a lo largo y ancho de muy diferentes geografías. Nunca despreciéis la fuerza de la voz.
En el compromiso social nunca nos debemos conformar con decir que somos “la voz de los sin voz” como tantas veces se repite. Habría que romper este esquema para conseguir una meta un poco más alta: que los “sin voz” lleguen a hablar, que sean ellos los que atruenan al mundo asumiendo su responsabilidad personal, el llegar a ser sujeto y no sólo objeto de la tutela de otros. La acción social a través de la palabra no es sólo hablar, sino enseñar a otros a usar su voz que puede ser un instrumento que rompa todas las cadenas con las que están inmovilizados muchos de los pobres de la tierra.
Por tanto, tenemos dos tareas: La de hablar y la de enseñar a hablar a aquellos que a veces definimos como los “sin voz”. Además de hablar, debemos concienciar y sensibilizar para que sean ellos, los injustamente tratados, los oprimidos y empobrecidos de la historia, los que agarren su megáfono y se pongan a gritar por justicia hasta inundar al mundo con sus justas reivindicaciones. Quizás toda ayuda y toda cooperación deberían tender a enseñar a hablar a los silentes de la tierra, concienciarlos a que su voz es una potente herramienta a la que no deben nunca renunciar.
¡Oh si los pobres aprendieran a hablar por sí mismos, a denunciar, a gritar por justicia y por un reparto más igualitario de los bienes del planeta tierra! Es por eso que se podría hacer una llamada a las iglesias, a las obras diacónicas de los cristianos: Puede comenzar siendo la voz de los sin voz, pero es sólo el inicio de tu labor. Tenemos que ejercer una labor didáctica, pedagógica, humana, solidaria: Preparar a los silentes a que asuman la responsabilidad del uso de su voz.
Debemos ayudar a que ellos tomen conciencia de la importancia del uso de su voz. Difícil tarea la de ayudar a gritar al otro, al oprimido, al dejado tirado al lado del camino. Tienen que tomar conciencia de que su voz no sólo puede cambiar su situación, sino que puede cambiar el mundo.
Así, pues, obras diacónicas, iglesias, obras sociales evangélicas, los que se dedican a la cooperación internacional, los que ya de por sí denuncian y son conscientes del escándalo humano de la pobreza en el mundo: Usemos nuestra voz en dos vertientes. Trabajemos en dos líneas. 1.- Hablemos, concienciemos, sensibilicemos, gritemos lo que sea necesario. 2.- Enseñemos a gritar al otro. Para ello hay que trabajar en una enseñanza y capacitación muy amplia. Vuestra labor social, cristianos del mundo, también consiste en unir al dar de comer, al enseñar habilidades y capacitaciones, al acercarles la posibilidad de medicinas u otros, el enseñarles a gritar contra la injusticia. Estoy convencido de que si la iglesia fuera capaz de conseguir esta enseñanza, esta habilidad del uso de la voz, habría conseguido una acción social de primera línea que puede levantar a los silentes a la palestra de los que tienen voz para clamar por sus derechos.
La voz es un arma no violenta, que no derrama sangre, que no golpea ni tortura. Sólo denuncia buscando que lo torcido se enderece, que lo quebrado se restaure, que lo robado se restaure. Quizás la iglesia podría asumir el papel de ser un amplificador de esa voz, de usar sus medios y sus influencias para que la voz de los que han estado en el silencio de la humillación suene por todos los rincones del mundo. Así, cuando la voz de los pobres sea débil, pongamos nuestro megáfono al servicio de ellos, pero que ellos puedan llegar a hablar más que nosotros, que sean agentes de su propio destino, personas que no solamente necesitan la tutela de la voz de otros, sino que se levantan haciendo oír sus quejas y clamores.
Quizás, una voz bonita sería la que uniera simultáneamente la voz de los pobres a la nuestra. Todos juntos haciendo denuncia, todos clamando por lo justo y por el derecho, pero siempre dando la prioridad a los que deben ser los verdaderos agentes de su propia liberación: los que salen del silencio elevando sus voces capaces de trastornar el mundo y eliminar ese grave y enorme escándalo humano que es el que haya tantos millones de personas sin alimentos, sin posibilidades de vida digna y, además, sin capacidad de elevar su voz.
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