La fe en el entorno del espectáculo político

Desde las elecciones autonómicas y municipales estamos viviendo el espectáculo de la política que atrae la atención de los ciudadanos, creyentes o no, con una fuerza descomunal.

Todos pendientes de los resultados, de los posibles pactos, del juego político. Parece que no hay espacio para que en ese mercado en donde se pone en jaque la ética, la búsqueda de soluciones a los niños que en España pasan hambre, el tema doloroso del desempleo, de la justicia social, etc., para aquellos que creyendo en los valores cristianos del Reino, quieran levantar una voz de denuncia. Esa posible voz permanece enclaustrada en la privacidad de los templos, de las casas, de los rincones teológicos en donde se conoce la fuerza no sólo espiritual sino social, cultural y económica del Evangelio.

Hay muchas presiones en la sociedad en la que nos movemos, quizás por las fuertes influencias de la secularización, para que la vivencia de la fe, de la espiritualidad cristiana, de esa fe actuante de la que nos habla el apóstol Pablo y que actúa por el amor, queden arrinconadas en el ámbito de lo privado, intramuros de las iglesias en donde parece que muchos incrédulos pretenden encerrar al Dios de los creyentes mientras estos aceptan las normas de privacidad que parece imponernos la sociedad laica.

Estamos sometidos a toda una serie de presiones a las que hemos de responder los cristianos mostrando que el cristianismo es una fuerza que puede cambiar al mundo y que no estamos dispuestos a vivirlo en soledad, en clausura, en medio de una especie de anacoretismo al que muchos quieren reducir a las personas que tienen una experiencia de fe viva.  

Tenemos un corito que se cantaba en las iglesias evangélicas hace tan sólo unos años y que decía “saca a Dios de los templos donde lo encerraron hace muchos años y llévalo a la plaza del pueblo”. Yo diría que se llevara a los ámbitos culturales, políticos, socioeconómicos y religiosos. Deberíamos portarlo en compromiso activo haciendo que los muros de las iglesias se hagan permeables.

No pensemos nunca que la vivencia de nuestra fe se ha de reducir al ámbito privado. Eso es lo que quieren muchos de los mensajeros de Satanás que pululan hoy por el mundo. Nunca pensemos que el ámbito público no debe ser el espacio en el que se deben mover los creyentes portadores de una fe viva que han de caminar por en medio de la sociedad como vivos entre los muertos.

Hoy, lo que te quieren enseñar es esto: El ámbito público es el espacio donde sólo cabe la aconfesionalidad, el ámbito del laicismo, el lugar donde Dios permanece mudo y en el que quieren imponer que los creyentes no tengan lengua ni resonancia alguna en su boca para que caminen por el ámbito público como almas silentes que deambulan en un denso silencio sin molestar a nadie por medio de las ciudades y de aquellos espacios donde se mueve lo público. No debemos entender nunca así la separación de iglesia y estado. Sería una trampa para la evangelización del mundo, para el cumplimiento de la gran tarea evangelizadora que los cristianos deben realizar en medio de un mundo injusto e incrédulo.

Nunca el cristianismo en nuestro país ha tenido la fuerza suficiente para hacer una manifestación de principios que se pueda aproximar al espectáculo de la política. Quizás no es necesario, pero tampoco debemos caminar por medio de ese espectáculo con la mordaza calzada en la boca pensando que lo nuestro, la vivencia de nuestra fe, pertenece al ámbito de lo privado. 

La fe no pertenece exclusivamente al ámbito de la esfera privada. No es silente. No es inactiva. El cristiano debe ser sal y luz en medio de la sociedad, en el centro de aquellos lugares donde se mueve la cosa pública, las injusticias, los robos de dignidad, los desiguales repartos de los productos del planeta tierra, en medio del sufrimiento humano, en medio del dios mercado al que muchos quieren adorar para recibir los beneficios del dios Mamón, el dios de las riquezas. En medio del mercado de las ideas políticas.

Chanakuh on Union Square / Thomas Hawk (Flickr - CC BY-NC 2.0)

No nos callemos en medio del ámbito público de espaldas al mercado de la política si no queremos llegar a ser cómplices de todas las injusticias y despojos que se dan en el ámbito público. No miremos sólo al cielo, a la iglesia, a la comunidad de creyentes. Mira a la tierra allí donde están tus prójimos sufrientes esperando tanto tu acción como tu denuncia incluso en medio del mercado de las ideas políticas.

Nunca creas que tu voz o tu compromiso no deben dejarse ver en el ámbito público aconfesional o laico. Debemos rescatar el mensaje “al Dios no conocido” por tantas personas hoy que hablan de justicia y de rescate de ciudadanos pero de espaldas al Dios de la vida. Vamos investidos de la gloria y el poder de Dios para ser la voz de los sin voz, la voz que busca lo justo, la voz que anuncia y denuncia toda maldad, sea de las instancias públicas o privadas. 

Si la esfera pública quiere silenciar tu voz o paralizar tu acción, tienes que decir que no. Tienes que dar un NO rotundo como consecuencia de tu fe viva, de tu seguimiento comprometido al Maestro. La esfera pública sociopolítica va a ver con buenos ojos el que la acción de tu fe sea reducida a la privacidad de tu iglesia o de tu alcoba, pero tú debes decir o gritar que se equivocan, es una argucia del propio Satanás. 

Piensa que la fe, además de demandarnos compromisos públicos de acción y de denuncia, nos demanda una confesión pública de esa fe que, lógicamente, debe afectar a todas las esferas públicas sean de carácter social, político, cultural, económico o de costumbres. El mandato que tenemos de testificar nunca se debe reducir al ámbito privado o a testificar dentro de los cuatro muros de nuestras iglesias. 

La fe no es sólo un sentimiento para vivirlo en la intimidad o en el aislamiento de un claustro, sino que es un fermento que debe leudar toda la masa política y social actuando a través del amor. La vivencia de la fe siempre nos debe lanzar a la acción. Una acción que se debe dar en compromiso público y que nadie nos debe forzar a una vivencia de la fe enclaustrada en lo privado, intramuros de cualquier iglesia o habitáculo que nos separe del mundo con sus valores políticos, sociales, económicos o culturales.