Un candidato anormal

Este candidato era, cuando menos, anormal, porque no se comportaba de acuerdo a los parámetros establecidos ni según la conducta que se esperaría de un aspirante a ocupar un puesto de tan alta responsabilidad. Ya había dado señales de ello cuando se le ofreció en bandeja conseguir sus propósitos sin necesidad de seguir una senda tortuosa y llena de riesgos, a cambio de que hiciera una concesión, una sola, en detrimento de sus principios. La oferta, si se pesaba en la balanza del pragmatismo, era infinitamente más conveniente que el mantenimiento de los ideales, que era un camino erizado de obstáculos al precio de un altísimo coste personal. ¿Quién le hubiera podido reprochar nada, si los demás candidatos escogen la vía rápida y fácil para obtener los logros deseados? Pero, sorprendentemente, este candidato se negó a rebajar sus principios, renunciando a conseguir los resultados a cualquier precio.

Luego ofendió la sensibilidad de sus potenciales simpatizantes, cuando sacó a luz los turbadores casos de la preferencia hacia los representantes de naciones foráneas y consideradas de segunda categoría. ¿Qué necesidad había de plantear un asunto que a todas luces le iba a restar afectos, en un momento crucial, cuando iniciaba su carrera, y lo que hacía falta era sumar adhesiones y no crearse enemigos? Definitivamente este candidato comenzaba mal su andadura, porque su táctica y estrategia iban, evidentemente, descaminadas. Así no iría a ninguna parte ni conseguiría nada. Además, el hecho de mencionar esos polémicos casos, precisamente en la tierra donde había crecido y era conocido, no podía reportarle sino merma de popularidad, que era lo último aconsejable.

Para complicar las cosas aún más, en vez de hacer promesas halagüeñas a sus seguidores, aunque no sean verdaderas, como hacen los demás candidatos, él les advirtió del enorme precio al que tendrían que estar dispuestos a hacer frente, si querían seguirle. Es cosa de locos. Porque ¿quién va a querer apostar por alguien que no sólo no pone las cosas fáciles sino que las dificulta? Bastantes problemas tiene ya la gente como para encima aumentárselos. Pues eso es lo que hace. Se vuelve y les habla de renuncia, de negación propia e incluso de sacrificio hasta las últimas consecuencias. Sus virtuales adeptos no dan crédito a lo que oyen.

A los que vienen corriendo a su vera para ponerse a sus órdenes les frena, mandándoles que antes de tomar la decisión piensen bien lo que hacen, no sea que luego no puedan asumir lo que supone estar a su lado. Con la falta de entusiastas y entusiasmo que necesita la causa, esa actitud es lo más desaconsejable, pues mediante ella enfría los ánimos de encendidos partidarios.

Pero lo más incomprensible sucede en el momento en que las masas en tromba le buscan, para convertirlo de aspirante en cargo electo. Es el sueño de cualquier pretendiente, cuando la gente acude en tropel, coreando tu nombre, vitoreándote y arremolinándose en torno a tu persona en una apoteosis de victoria y una borrachera de admiración. Es todo un baño de masas, una ocasión única, para demostrar su poderío frente a los que dudan de su competencia. ¿No son los números la prueba contundente de respaldo que cualquier candidato ansía? ¿No son la demostración irrefutable que tapa la boca de cualquier adversario? Pues aquí los tiene, a su favor, este candidato. La gente enfervorizada, por fin, ha encontrado en él lo que buscaba.

Sin embargo, contra todo pronóstico, este candidato rehúye el homenaje. Y no solamente lo rehúye sino que cuando se encuentra de nuevo con esa masa de seguidores les habla en unos términos incomprensibles, ya que en vez de hablarles de lo que ellos quieren oír, diserta sobre cuestiones espirituales, cuando lo que desean escuchar gira en torno a lo material, a lo que se puede ver y tocar. ¡Qué lástima! ¡Qué ocasión tan magnífica, echada a perder! Verdaderamente este candidato no tiene remedio. Tal vez le falta un buen asesor de imagen, un estratega electoral entendido en estos menesteres o un consejero idóneo curtido en cómo ganarse al pueblo.

Y para rematar el asunto, al puñado de sus incondicionales, a los que han permanecido con él, a pesar del abandono de la gran mayoría, les anuncia la traición, la pasión y la muerte que va a experimentar. La peor de las pesadillas posibles, es lo que les declara. Y que ellos mismos, en esa terrible tesitura, le van a dejar solo frente a sus enemigos, para que éstos hagan lo que quieran con él. El patíbulo, expresión máxima de fracaso y vergüenza, es el colofón de la carrera de este candidato. Un perdedor él y un fiasco su causa, podría ser el lacónico resumen que lo sintetiza todo.

Y sin embargo, las cosas no son lo que parecen ser. Porque el fracaso es el umbral de la victoria, la muerte la puerta de la vida y el patíbulo la antesala de la exaltación. Lo que los demás candidatos consideran sublime, en realidad no vale nada. Mientras que lo que ellos estiman en nada, es lo que realmente tiene valor. Ese es el eterno mensaje de la Semana Santa. Y gracias a Dios por ello, al haber puesto del revés las cosas. O mejor dicho, al haber encumbrado al candidato desechado y haber desechado a los auto-encumbrados.