Creo en el don de lenguas y en su interpretación según las Escrituras. También creo que en ocasiones se dan a entender como lenguas del Espíritu las que no son. Sus aclaraciones, en caso de que se produzcan, tampoco son todas auténticas.
Les cuento una historia que bien podría ser verdad y bien podría ser mentira ya que parece formar parte del mundo de la fantasía.
Érase una vez una iglesia donde se vivían y predicaban verdaderos cacaos mentales. En una ocasión, uno de sus miembros llamado
Alguien, apellidado
Inocente por parte de padre, sin saber que caía en una trampa, levantó su voz cuando concedían permiso para que la plebe se expresara ante Dios. Su oración, en principio, fue corta, en lenguas y sin dobleces.
La persona que presidía el acto, llamada
Soy, apellidada
Culpable también por parte de padre, tenía ese día sus propios planes y no sabía como llevarlos a cabo, así que cuando
Alguien Inocente pronunció:
Dunota insi pasbasari (esto es un decir porque quien aquí escribe no recuerda las palabras exactas pero bien pudieran parecerse),
Soy Culpable vio el cielo abierto y dijo para sí, esta es la mía, gracias Señor por darme la oportunidad de soltar lo que traigo dentro de mis carnes sin que nadie pueda contrariarme, gracias por permitirme explayarme hoy contra la mujer que desbarata mis planes y que ahora mismo se va a enterar de lo que vale un peine, e interpretó:
¡Oye!, a ti te digo... y dejó la frase inconclusa. Al oír aquello
Alguien Inocente se vio entre la espada y la pared, obligado públicamente a continuar y seguirle el juego. De nuevo sus palabras, algo más espesas, fueron:
Dunota insi pasbasari, que siendo las mismas se descifraron como:
... sí, sí, sí, a ti que estás sentada entre nosotros, sí, a ti que estás destruyendo la Iglesia del Señor y te llamas cristiana... Tú sabes quién eres aunque yo no pronuncie tu nombre... Acompañaba los vocablos con su lenguaje corporal, pues, como un cobarde, mantenía los ojos cerrados y con el índice señalaba el asiento de la acusada.
Una vez más dejó el mensaje inacabado y
Alguien Inocente tuvo que continuar con los pocos recursos que tenía, con las muchas gotitas de sudor que le afloraban al rostro y repitió:
Dunota insi pasbasari. Soy Culpable se sintió feliz sabiendo que aquel buen súbdito no le fallaba, que los congregados escuchaban con atención, que el miedo se hacía dueño del espacio, que el silencio sepulcral podía cortarse y prosiguió:
... ten mucho cuidado tú con lo que haces porque si no... ¿Y ahora qué? se preguntaba
Alguien Inocente con toda la sangre agolpada en la cara queriendo que se lo tragara la tierra, sabiendo que la puerta de salida estaba al alcance de sus pies pero que estos no le obedecían y no podía salir corriendo, e insistió una vez más en un tono casi imperceptible al auditorio:
Dunota insi pasbasari. Y
Soy Culpable pudo terminar con éxito el mensaje que ese día llevaba en su oscuro corazón, golpeó el púlpito con sus puños, salpicó de saliva el micro y remató:
... Porque si no...¡Dios te va a enviar un castigo tan grande que se te va a caer el pelo, ya verás, y te entregará a Satanás que es tu verdadero dueño!
Soy Culpable, calvo desde su adolescencia sin motivos conocidos, no podía consentir que una mujer fuese profeta y se atreviera a violentar las incongruentes aguas mansas que él predicaba como evangelio.
Alguien Inocente vio ahí la oportunidad para cerrar su boca pensando al mismo tiempo si alguna vez se atrevería de nuevo a levantar la voz y el cuerpo, sabiendo que ninguno de los presentes, ni él mismo, pudo adivinar el significado de la oración, posiblemente divina, que en origen fue tan breve.
Soy Culpable notó su silencio y le preguntó si deseaba añadir algo más de parte del Señor. Él, con toda simpleza respondió uniendo las yemas del índice y el pulgar e hizo el mismo gesto de quien se cierra una cremallera imaginaria entre los labios y toda la congregación, puesta en pie, respondió al unísono
¡Amén!
¿Qué me dicen? ¿Fuerte? Sí, fortísimo.
Foto: Copyright (c) 123RF Stock Photos
Si quieres comentar o