Resulta admirable que la agitada ola de la incredulidad reciba una contestación adecuada simultánea en la inquebrantable solidez de la creencia cristiana.
En 1927 Bertrand Russell pronunció una conferencia que tuvo amplio eco titulada Por qué no soy cristiano, que se convirtió en toda una referencia, que hizo época, del ateísmo que propugnaba el autor. Es interesante constatar que Russell vivió entre 1872 y 1970, lapso de tiempo que coincide con el de C. S. Lewis (1898-1963), de manera que estos dos pensadores del Reino Unido fueron contemporáneos. Pero mientras el itinerario de Russell fue del cristianismo al ateísmo, el de Lewis fue justo lo contrario, convirtiéndose en uno de los más destacados intelectuales cristianos del siglo XX y en un gran apologista.
Resulta llamativo que en las épocas en las que el ateísmo o sus secuelas han sido más marcados, también han surgido en ellas algunos de los más prominentes personajes o movimientos que ha habido en el seno del cristianismo, que, lejos de marchitarse y desaparecer, como tantas veces han vaticinado sus enemigos, vuelve una y otra vez a florecer y expandirse. Es lo que sucedió, por ejemplo, en el siglo XVIII con la Ilustración, época dorada para el escepticismo, padre del ateísmo, con su divinización de la razón, pero también, ¡oh, paradoja!, época brillante para el cristianismo, con figuras como John Wesley o George Whitefield, a un lado del Atlántico, o de Jonathan Edwards, al otro lado de ese océano. Para los que no creemos en las casualidades sino en las causalidades, resulta admirable que la agitada ola de la incredulidad reciba una contestación adecuada simultánea en la inquebrantable solidez de la creencia cristiana. Yo iría un paso más allá y me atrevería a decir que se trata del humor de Dios, quien se complace en levantar sus instrumentos precisamente cuando el enemigo está cantando victoria apresuradamente, agriándole así la fiesta y llevando adelante sus propios planes, justo cuando parecía que estaban a punto de naufragar.
La conferencia de Russell, en título y contenido, dio origen a que algunos escritores cristianos le dieran cumplida respuesta a sus argumentos. Sin pretender enmendar la plana a nadie, la frase que yo usaría para responder a Russell y a sus seguidores sería: ¿Cómo no voy a ser cristiano? Es decir, las alternativas al cristianismo que se presentan son tan débiles e insustanciales, que realmente lo sorprendente es que se pretenda hacerlas pasar por algo que merece la pena. Esas candidaturas no reúnen los mínimos requisitos y su consistencia no resiste el test de la prueba.
¿Cómo no voy a ser cristiano? ¿En qué voy a creer si no? ¿En el hombre? Si no tiene remedio, porque está afectado por un mal inherente que, vez tras vez, hace acto de presencia y que muestra su fatal deficiencia. Y da igual que mires a fulano o mengano, a éste o aquél, porque cuando se escarba un poco no queda nada, sino aquel polvo constitutivo del cual todos estamos hechos. La búsqueda de Diógenes, que recorría la ciudad de Atenas con un farol encendido a plena luz del día tratando de encontrar un hombre, continúa hasta el día de hoy, sin haberlo encontrado todavía, a pesar de la larga lista de pretendientes al título, porque el humanismo está herido de muerte desde su misma raíz.
¿Cómo no voy a ser cristiano? ¿En qué voy a creer si no? ¿En alguno de los sistemas ideológicos que los hombres han creado? Si en el mejor de los casos resultan ser un remiendo para ir tirando hasta que se produzca el siguiente desgarro, un parche que dura lo poco que aguanta, y en el peor de los casos son una pesadilla insoportable en un sueño inacabable. Si miro a mi nación, reina la zozobra. Si miro a Europa, el edificio se tambalea. Si miro al mundo, el sobresalto es la tónica.
¿Cómo no voy a ser cristiano? ¿En qué voy a creer si no? ¿En los proyectos que amenazan ruina nada más ser concebidos, cuando no son una catástrofe que refleja las carencias esenciales de sus arquitectos y constructores? ¿Cómo voy a creer, por ejemplo, en un proyecto que no tiene ni pies ni cabeza, como es la construcción de una sociedad basada en una noción perversa del matrimonio, que es la piedra angular de dicho proyecto?
¿Cómo no voy a ser cristiano? ¿En qué voy a creer si no? ¿En el ateísmo de Bertrand Russell? Es decir, ¿en la nada? Pero creer en la nada es una contradicción en términos, porque la nada es el vacío y el vacío al no tener consistencia no puede ser hecho depositario de ninguna confianza. Solamente los locos pueden decir que es confiable lo que está hueco. Lo fidedigno es lo que está saturado de verdad y lo verdadero es lo que permanece, porque está penetrado de realidad.
¿Cómo no voy a ser cristiano? ¿Cómo no voy a creer en Jesús? En su palabra, en sus promesas, en su persona y en su obra. ¿Cómo voy a optar por lo ordinario si existe lo excelso? ¿Cómo voy a fijar mi atención en lo mediocre si existe lo excelente? ¿Cómo voy a decantarme por lo vil si existe lo sublime? ¿Cómo no voy a ser cristiano?
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