Recientemente el ministro de Justicia del gobierno español, Alberto Ruiz Gallardón, echaba mano del amor para sustentar la legitimidad matrimonial de las uniones de personas del mismo sexo. Ya que en su propio gobierno hay voces que discrepan de tal legitimidad, él ha sido consecuente con lo que promovió, allá por el año 2002, cuando era presidente de la Comunidad de Madrid, al equiparar todas las uniones, independientemente de la "orientación sexual" que tuvieran, y también todas las heterosexuales, independientemente de si eran parejas de hecho o matrimonios.
Así pues, él ha sido uno de los artífices del rediseño social que se ha llevado a cabo en España en los últimos años a expensas del matrimonio y la familia, pues no en balde lo que se legisló en Madrid acabó teniendo repercusiones en el resto de España. Los divorcios más rápidos, sin trabas ni demoras, para facilitar cuanto antes la disolución matrimonial, también han sido iniciativa suya.
Resulta sorprendente el argumento de que es el amor lo que define el matrimonio y legitima como tal la unión homosexual, especialmente al proceder esa afirmación de alguien que está al frente de la cartera de Justicia, donde se supone que el rigor jurídico y racional debe presidir las nociones que sostienen a una sociedad y a un Estado.
Yo pensaba que el razonamiento de que el amor es lo único que da carta de validez a la unión de dos seres humanos había sido solamente una intentona ingenua y rebelde que algunos defendimos, en nuestros años juveniles de las décadas de los sesenta y setenta, en lo que fue la edad dorada de los hippies. Pero por lo que se ve aquellas tesis románticas y rupturistas han tenido éxito y nuestro ministro de Justicia es un valedor de las mismas.
El problema empieza cuando intentamos definir la palabra amor. Porque si el matrimonio, sea lo que fuere, depende del amor, es vital que sepamos a qué nos estamos refiriendo cuando empleamos ese término.
¿Es el amor sexo?Para algunos lo es, pues no en vano así lo entiende una de las películas más afamadas en España en los últimos años: "¿Por qué lo llaman amor cuando quieren decir sexo?". Esto significaría que el matrimonio dependería de nuestras hormonas, siendo el matrimonio más auténtico en la adolescencia y juventud que en la etapa madura y por supuesto no habiendo matrimonio en la ancianidad, al haberse perdido el deseo sexual. Según este empleo de la palabra amor el matrimonio sería real solamente en la primera etapa de la vida.
O ¿tal vez el amor es afecto?, allí donde el aporte principal es el lado sentimental. Pero es bastante peligroso basar algo, que se supone tan serio como el matrimonio, en los sentimientos, que son un carrusel oscilante que nos puede llevar de acá para allá veinticuatro veces en veinticuatro horas al día. Claro que si por amor entendemos la pasión romántica, podemos quedarnos con un fogonazo de calor en un momento dado, que puede dar paso al ardor que quema el corazón y funde la razón, pudiendo terminar en tragedia.
Hay también quien entiende que el amor, afectivo y sexual, puede darse perfectamente entre un adulto y un niño, dado que entre ambos se puede establecer una atracción a la que puede denominarse con ese término.
Y puestos a ampliar el abanico de posibilidades ¿no podríamos llamar amor también al que se da entre un ser humano y un animal, donde en ciertos casos no solo habría un ingrediente de afectividad sino también de factible relación sexual?
Como hay multitud de teorías y definiciones de lo que es el amor, resulta que no tenemos base para poder definir a partir del mismo lo que es el matrimonio. Como además el amor pertenece al ámbito particular y a un reducto muy especial, como es el corazón de cada cual, resulta que se convierte en algo inasequible para elaborar una noción del matrimonio.
Así que el argumento del ministro Gallardón se cae por su propio peso, al no poder la jurisprudencia basar su definición del matrimonio en el amor. Eso es algo que queda para la esfera íntima de las dos personas, que lo entenderán de una forma u otra, pero el argumento no es válido para construir una sociedad ni para definir el matrimonio arquetípico.
El problema del ministro es que ha errado al confundir el efecto con la causa y las ramas con la raíz, lo cual en su caso es un grave problema, dada la responsabilidad que tiene y la confusión que genera en tantos que lo consideran un referente importante.
No es el amor el que define al matrimonio, sino el matrimonio el que define al amor.
La prueba es que lo que da razón de ser pública y legalmente a esa unión no es si hay o no hay amor, sino si se ha producido una conjunción de dos voluntades libres, expresadas en las promesas hechas ante terceros de mantenerse fieles a lo largo de todas las eventualidades que puedan presentarse en la vida, "en la pobreza y en la riqueza, en la salud y en la enfermedad." Eso es lo que constituye el matrimonio. Y en ese pacto es donde el amor se encuentra protegido frente a los caprichos de los sentimientos, donde puede crecer a pesar de la disminución del deseo sexual y donde se mantiene a pesar de los vaivenes de la vida.
Por tanto,
una vez descartada la insensata propuesta de que el amor es lo que define al matrimonio, hay que entrar a definir el matrimonio mismo. Está especificado hace mucho tiempo y no cabe confusión: "Dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán una sola carne."
[i] Es, pues, cosa entre hombre y mujer. Así fue y así será, pese a lo que diga el ministro de Justicia del gobierno español.
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