Fue una de las canciones que en la década de los ochenta llegaron en España, de la mano de Alaska y Dinarama, a copar los primeros puestos de ventas y popularidad, con un estribillo que machaconamente decía:
¿A quién le importa lo que yo haga?
¿A quién le importa lo que yo diga?
Yo soy así, y así seguiré, nunca cambiaré.
El título de la canción era precisamente ¿A quién le importa?, toda una proclamación ideológica sobre lo que posteriormente se denominaría "orientación sexual". Ese título implicaba que nadie tenía derecho a inmiscuirse en las opciones personales que cualquiera pudiera escoger. Se acabaron los tiempos en los que determinadas directrices, pautas y normas morales tenían hegemonía sobre el tejido social, ya que nadie tenía el monopolio de la verdad, porque a fin de cuentas no existe una verdad, sino en todo casos verdades, es decir, tu verdad, mi verdad, la verdad del otro, etc.
Todo parecía correcto con este mensaje, dado que ¿quién se atrevería a contradecirlo, sino mentes cerradas, autoritarias y dogmáticas, ancladas en un pasado de pensamiento carca, reaccionario y amordazado por el fundamentalismo religioso?
¿A quién le importa? era el grito de libertad individual que, por fin, “sacudía todos los yugos impuestos por los convencionalismos hipócritas y huecos que una sociedad artificiosa había creado”. Los vientos de cambio ya habían empezado a soplar, anunciando el derribo de unas estructuras mentales caducas y pasadas de moda. El ¿A quién le importa? era la constatación de que el individuo en sí mismo es quien determina cuáles son sus derechos, hasta dónde alcanzan éstos y los ámbitos de aplicación de los mismos. Partiendo de esta base todo podía ser hipotéticamente posible, siendo la clave la voluntad y deseo de cada cual. Mis derechos los determino y delimito yo y nadie más.
Claro que el ¿A quién le importa? era portador de su propia contradicción, al abrir una caja de Pandora en la que lo soez, lo abominable y lo vil reclamaban su derecho al reconocimiento y al respeto, al tararear la melodía de la canción y decirle a todo y a todos ¿A quién le importa lo que yo haga?
Por eso el triunfo del ¿A quién le importa? suponía la derrota de cualquier pretensión de primacía del bien sobre el mal, ya que ¿qué es el bien y qué es el mal?.
Y así fue como el ¿A quién le importa? generó una actitud de indiferentismo o neutralidad moral, una especie de ni nos va ni nos viene, un retraimiento ante cualquier posicionamiento que significara desafiar el título de la canción; las semillas del relativismo habían calado en la mentalidad general y defender que hay absolutos podía acarrear serios perjuicios. Por lo tanto, que cada cual viviera e hiciera conforme le pareciera, aunque fuera una aberración. Había que vivir y dejar vivir.
Hace unos días la Audiencia de Barcelona ha dictado la absolución del doctor Carlos Morín y sus colaboradores, que según la acusación practicaron en sus clínicas casi un centenar de abortos ilegales. Por abortos ilegales se entienden aquellos realizados más allá del plazo que establece la ley. Aunque según testimonios grabados con cámara oculta efectivamente en tales clínicas se escamoteaban las garantías legales,
el tribunal ha considerado que todo se hizo conforme a la legalidad vigente.
Y es que en última instancia ¿A quién le importa todo esto? ¿A quién le importan ochenta y nueve abortos supuestamente ilegales realizados en el plazo de varios años, cuando anualmente se practican 100.000 legales en España? ¿A quién le importa si tales abortos tenían algunas semanas más o menos? ¿Hay alguna diferencia cualitativa entre un no nacido de 22 semanas y otro de 27? ¿Vamos a complicarnos la vida ahora por una cuestión tan poco relevante? ¿Vamos a mandar a un hombre a la cárcel durante casi 300 años por haber abortado a criaturas a las que sus madres querían eliminar? ¿Vamos a mandar también a las madres a la cárcel, por unas criaturas a las que no querían? ¿A quién le importa todo esto, si a ellas no les importaban? ¿Les va a importar a los jueces?
Ante los gravísimos problemas que España tiene en otros terrenos, ¿A quién le importan ochenta y nueve anónimos? Además, ¿A quién le importan esos anónimos, si quien denunció esos casos fueron los de E-Cristians, que son unos cerriles ultracatólicos? No vamos a ponernos de su lado para ofender a los cánones ya establecidos del ¿A quién le importa?
Claro que aunque a nosotros no nos importe, hay alguien a quien sí le importa. Es al vengador de la sangre. Y aunque a nosotros no nos importe ese vengador, de quien nada queremos saber, él no ha abdicado de su derecho a pronunciarse e intervenir en todo lo que tiene que ver con la vida del inocente.
Sí, a él sí le importa y el clamor de esa sangre, aunque no ha llegado a los oídos del tribunal humano, ha llegado a sus oídos.
Si quieres comentar o