Que los adventistas NO eran evangélicos estuvo siempre claro para mí. Me convertí leyendo la carta a los Romanos y cuando, algunas semanas después, a mi casa llegó una pareja de adventistas y charlamos y me contaron que estábamos bajo la ley, me percaté de que su versión de la salvación distaba mucho de lo contenido en el Nuevo Testamento. Algunos meses después conocí una iglesia evangélica en la que me bauticé y ninguno de esos pasos me hizo cambiar de opinión.
De hecho, durante un par de años viví en un ambiente en el que nadie hubiera cuestionado que los adventistas NO eran evangélicos. Pero entonces se fraguó el plan para firmar unos acuerdos con el Estado a través de un nuevo ente creado con esa finalidad y que recibió el nombre de FEREDE(1). Me opuse a la FEREDE desde su misma creación por varias razones, pero una de las más claras fue el hecho de que admitiera en su seno a los adventistas que NO son evangélicos.
Creía yo entonces en mi ingenuidad que lo más seguro es que los adventistas no entrarían en la FEREDE o que acabarían saliendo de ella inmediatamente o que denominación tras denominación la abandonaría. Sin embargo, poco a poco fui viendo cómo, en privado, no pocos de mis hermanos no tenían problema en darme la razón, pero, en público, callaban o incluso afirmaban que los adventistas eran evangélicos o casi.
No estaba yo dispuesto a callarme ante aquella aberración y, como siempre sucede aunque yo entonces no lo sabía, vinieron las consecuencias. Por ejemplo, un conocido pastor que jamás habló conmigo me dedicó un artículo de dos páginas en una revista de breve duración llamándome de todo por negar que los adventistas fueran evangélicos. Según el personaje en cuestión, eran además la denominación más importante de España. Pero yo seguí hablando. Entonces comenzaron a circular historias truculentas sobre mí que se esparcían en círculos privados para que se extendieran en público. Pero yo seguí hablando. Recibí llamadas de representantes oficiales de los adventistas en las que se alternaron el palo y la zanahoria. Pero yo seguí hablando.
Entonces algún conocido dirigente evangélico sugirió a los capitostes adventistas que me llevaran a los tribunales. A fin de cuentas, argumentaba, todo aquello podía dar al traste con los acuerdos que la FEREDE iba a firmar y que, dicho sea de paso, tardó años en suscribir aunque ahora parece existir un consenso generalizado en el sentido de que sirvieron de poco o nada. ¡Vamos, si hasta mormones y testigos de Jehová tienen un reconocimiento que no tienen bautistas o reformados por si mismos!
Los adventistas hicieron caso de aquel piadoso consejo pronunciado por un personaje que ya murió y del que mejor no recordar nada. Interpusieron una querella criminal contra un misionero evangélico llamado Juan Cruz –el fundador de Libertad– y contra mi. Nos pedían no sólo varios años de cárcel sino una cantidad de dinero que Juan y yo no habíamos visto junto a lo largo de nuestra existencia.
¿En qué acabó todo? Pues en que los adventistas –que NO son evangélicos– perdieron el procedimiento legal. De hecho, la juez ordenó el sobreseimiento definitivo de la querella tras interrogarnos a Juan Cruz y a mí. No me extraña porque la querella era un disparate en el fondo y en la forma. Pero ahí no terminó todo. Los jerifaltes adventistas ocultaron la realidad a sus seguidores o les contaron falsedades como que habían recurrido al Supremo. Mientras tanto ellos y sus aliados en la FEREDE siguieron difundiendo historias falsas sobre mí que iban de afirmar que me había convertido al catolicismo a decir que no asistía a ninguna iglesia o que no creía en nada. Bien, bien…
Durante años, hubo más de uno que se sintió satisfecho pensando que me había liquidado. A fin de cuentas, yo había tenido la osadía de oponerme a sus propósitos. Y así pasaron los años y como ni yo me había convertido al catolicismo y además seguía formando parte de una iglesia local y desarrollando un ministerio en medio del pueblo evangélico a uno y otro lado del Atlántico y no hay mal que cien años dure, y, sobre todo, el Señor es mucho más fiel de lo que podemos llegar a pensar, las cosas fueron cambiando.
No tengo la menor duda de que aquellos años fueron una forma de aprendizaje que el Señor utilizó y que sirvieron para curtirme de una manera que no hubiera podido imaginarse. Es más, sirvieron para reafirmarme en esa enseñanza bíblica que afirma que hay que decir siempre la verdad por muy costoso que resulte y que si ayer eso había significado afirmar que los adventistas NO son evangélicos, hoy podía ser testificar en contra del matrimonio de homosexuales o la Educación para la ciudadanía. Y ahora resulta que, oficialmente, los adventistas NO son evangélicos.
Bueno, pues ¿qué quieren mis hermanos que les diga? A pesar de su doloroso coste, yo llevaba diciéndolo treinta años.
(1) Federación de Entidades Religiosas Evangélicas de España
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