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¿A quién debe pedir perdón la iglesia?

Las iglesias cristianas y otros movimientos que se invocan como parte de la fe bíblica han estado transitando a través de esta tendencia reivindicatoria de pedir perdón.

JUAN PAULO MARTÍNEZ MENCHACA México 07 DE OCTUBRE DE 2019 15:57 h
Imagen de Pexels en Pixabay

Durante su pontificado, el papa Juan Pablo II pidió perdón en el nombre de la Iglesia Católica Romana por los crímenes cometidos durante las Cruzadas y la Inquisición, así como por la división creada a causa de las excomuniones[1]. En esta tesitura el papa Francisco recientemente también pidió perdón por los abusos sexuales cometidos por el clero en todo el mundo[2] y por el racismo contra los gitanos[3].



Hace poco tiempo también los Adventistas suecos pidieron perdón por su postura anti LGBTI[4]. Esto mismo lo hizo un ministro de la Iglesia Unida en Canadá (Jim Tenford) a la que se unieron muchos cristianos[5]. Varios ministros de las comunidades afroamericanas procedieron así en Washington D.C.[6] y el liderazgo emergente más popular en Occidente (McLaren, Zahnd, Boyd y Cavey) hizo lo mismo[7].



No hace mucho tiempo el movimiento emergente en México pidió perdón a la Iglesia Católica Romana a través de su líder Jesús Adrián Romero por “los insultos” recibidos[8].  Un grupo de evangélicos ecuatorianos pidió perdón por los abusos cometidos por los pastores en su país[9]. Y los bautistas del sur en EEUU tienen ya varios años intentando reparar lo que consideran una deuda por racismo contra la comunidad negra[10].



Estos son solo algunos ejemplos del cómo las iglesias cristianas y otros movimientos que se invocan como parte de la fe bíblica han estado transitando a través de esta tendencia reivindicatoria.



¿A quién le pide perdón la Iglesia? Desde luego, los líderes de las iglesias y movimientos de fe le han pedido perdón a Dios, pero primordialmente -porque ese es el objetivo- a la sociedad y sus colectivos minoritarios. No dudo por ningún momento de que estos líderes estén realmente consternados por los pecados en sus iglesias y que en verdad se sientan compelidos en justicia a pronunciar un mea culpa no solo a nombre propio sino a nombre de todas las ovejas de Cristo y sus pastores y maestros.



Sin embargo, tenemos que ser honestos y reconocer que detrás de varias de estas disculpas hay intereses políticos que van más allá del anhelo de glorificar a Dios. Pedir perdón en estos casos se ha convertido en una corrección política y en una estrategia para ganar simpatías y aprobación social. De ninguna manera es menor el caso de Roma pidiendo perdón por los abusos perpetrados durante la Inquisición y las Cruzadas. Esto fue un movimiento religioso político y militar que forzó a toda una civilización a vejar y destruir vidas humanas en el nombre de la fe y el hambre de poder. Pero no todos los casos de petición de perdón están así de documentados.



Lamentablemente, existen casos en donde hechos aislados de violencia se han utilizado para abonar a agendas deconstruccionistas -de raíz atea y nihilista- que buscan “despatriarcalizar” a la Iglesia y “descolonizar” su teología y práctica.



El problema es que estamos comprando un discurso motivados por la empatía y el desprecio a la crueldad, la discriminación y el racismo, y al mismo tiempo estamos recibiendo un adoctrinamiento alejado de los principios de la Biblia. Es el caso donde se pide perdón por el machismo, la xenofobia o el abuso sexual, y al mismo tiempo se nos dice que la solución está en abandonar el modelo de Dios para la familia y la Iglesia, y las características del evangelio (especialmente lo que tiene que ver con el llamado al arrepentimiento y la denuncia del pecado).



Llamar al arrepentimiento se está volviendo señal de insensibilidad. Porque la mayoría de los ciudadanos razona que si la Iglesia pide perdón por sus pecados delante de la sociedad, ¿qué calidad moral tiene para exigir a ese mundo una vida de santidad? Esto no significa que la Iglesia deba cerrar sus ojos a la realidad del abuso y el pecado entre sus filas. ¡Tiene que reconocerlo! Pero dicho reconocimiento de orden público se está convirtiendo en herramienta política de unos cuantos para -hablando en el nombre de todos los cristianos- acallar la misión profética de la Iglesia y su denuncia de las principales amenazas ideológicas actuales.



El perdón que pida la Iglesia debe estar dirigido primeramente a Dios. Además, hay que distinguir el llamado al perdón en el nombre de toda la Iglesia que hacen unos cuantos, de la responsabilidad que tenemos en efecto todos los seguidores de Cristo de actuar con amor, justicia y verdad. Lo primero muchas veces es solo política para ganar influencia y ablandar a los liderazgos más reacios a amoldarse al mundo, mientras que lo segundo es parte genuina de nuestra vida diaria con el Señor.



La aprobación social que pueda conseguir un grupo de líderes al pedir perdón por los pecados de la Iglesia será siempre pasajera. Al mundo, que permanece bajo la influencia del maligno, le importa un comino el destino de la Iglesia. Podrá el mundo decir “¡Wow, los cristianos por fin están entendiendo!”, pero bastará que la Iglesia retome la proclamación del evangelio bíblico para que ese mundo comience a escupir las Escrituras y reírse de todos nosotros, como es su costumbre.



No debemos engañarnos. Varias de nuestras peticiones de perdón nos consuelan como activistas de la paz social, pero no impresionan a Dios. El camino de la santidad demarcado en las Sagradas Escrituras es lo único que importa y es la verdadera solución a los problemas reales que enfrentamos como Iglesia. La sociedad jamás ha sido una regla confiable para medir el éxito de nuestra obediencia a la Palabra de Dios. Muchas veces en la historia la regla social ha sido totalmente contraria a lo que Dios nos demanda hacer en este mundo. Por eso, el apóstol nos decía que la Escritura era suficiente (2 Ti.3.16; cfr. Jos. 1:7-8).



En la Escritura una petición de perdón público fue la liderada por Esdras en donde el acto se dirigió solo a Dios (Esdras 9), y de ninguna manera para impresionar o incidir en la sociedad persa. Además, en ningún lugar de la revelación un pecado cometido por un cristiano lo expía otro cristiano, sino que cada cual responde por el suyo (Ez.18.20) y el único vicario y sustituto es Cristo (2 Co.5:18-21). Tenemos que regresar a la teología bíblica si queremos hacer las cosas correctamente y sopesar nuestros intentos por congeniar con la sociedad en la vivimos. De otro modo una intención buena acabará convirtiéndose en instrumento por apartarnos de la voluntad de Dios.



Que el Señor nos ayude



Juan Paulo Martínez Menchaca – Teólogo y escritor – México








 

 


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