"¿Cómo puedes ser tan soberbio y creer que conoces al Dios verdadero, habiendo más de dos mil dioses disponibles en el mundo para elegir? Eso es deshonestidad intelectual”
Hace poco, debatiendo con un ateo, me hizo un reclamo que personalmente nunca había escuchado.
Su pregunta era: "¿Cómo puedes ser tan soberbio y creer que conoces al Dios verdadero, habiendo más de dos mil dioses disponibles en el mundo para elegir? Eso es deshonestidad intelectual”. La respuesta inmediata que se me ocurrió fue decirle que "más soberbio es rechazar a 2001 dioses que en rechazar a 2000". Si bien es una respuesta a favor del teísmo, la verdad es que nada aporta a favor de la preeminencia de la fe cristiana.
Tenemos que reconocer que el planteo de este ateo es bastante profundo a primera vista, y puede sacudir la fe de alguno que duda.
Efectivamente, a mayor oferta de divinidades, la fe en el Dios cristiano sería más arriesgada. Por lo menos estadísticamente es cierto: es más fácil "acertar" con uno en veinte que con uno entre dos mil.
Sin embargo, si abrimos la Biblia, y luego levantamos la vista hacia el presente y miramos hacia la historia universal, este desafío ateo se desmorona. Si además miramos el espejo de nuestra existencia y lo que Dios hizo con ella, el viento se lleva lo que quedó del argumento.
Comencemos con el primer pasaje que nos echa luz sobre el asunto. Es el sueño de Nabucodonosor, y la correspondiente interpretación del profeta Daniel en el capítulo 2 del libro homónimo.
La clásica imagen de distintos materiales que ve el rey de Babilonia siempre fue interpretada como una secuencia de imperios relevantes para la historia de Israel. La imagen comienza con el imperio neobabilónico, que es la cabeza de oro de la imagen. Luego lo siguen cronológicamente el imperio Iranio, con sus brazos medo y persa, y el imperio de Alejandro, con sus muslos o bifurcaciones seléucida y ptolemaica.
El punto donde diferimos algunos de la mayoría de nuestros hermanos evangélicos es sobre las piernas y pies de la imagen. Generalmente se enseña que las piernas de hierro corresponden al imperio romano, con su división en oriente y occidente. Y se dice que los pies, que ya no son de hierro puro, serían otro reino futuro, un imperio romano revivido, fruto de alianzas entre naciones, del cual la Unión Europea sería posible germen.
Sin embargo, entre aquellos que nos resistimos a una escatología totalmente futurista, algunos entendemos que las piernas y pies en realidad son un solo reino, el imperio romano, incluyendo su división política entre occidente y oriente, su extraña combinación de democracia e imperio, su federalismo con los bárbaros para asegurarse una cierta sobrevida, y su supervivencia agónica en Constantinopla hasta el fin de la Edad Media.
Creo entonces que Cristo, quien es la Roca (Daniel 2:45), “ya” golpeó de muerte a la figura que vio Nabucodonosor. Ahora estamos en la fase histórica en que esa Roca está llenando la tierra para irse convirtiendo en un monte, erradicando gradualmente no sólo a los reinos humanos que se le oponen, sino también a toda su oferta religiosa. Cuando en 2:44 dice que consumirá a "todos" estos reinos, entendemos que consumirá a la herencia espiritual de ellos, puesto que los tres primeros ya no existían físicamente cuando el Nazareno venció en la Cruz. La realidad es que la fe cristiana ha venido en permanente aumento, barriendo a su paso los paganismos enraizados desde Babilonia en adelante.
Recordemos que Cristo tiene toda potestad desde Su resurrección (Mateo 28:18, Efesios 1:20-21). La consecuencia evidente de esto es que quienes nacimos en el siglo pasado o en este no tuvimos para elegir una oferta equitativa de 2000 dioses como dijo mi interlocutor ateo. Para ese momento, muchos de esos dioses ya no existían fuera de los libros de historia, y el resto está en vías de extinción. El Reino se sigue abriendo paso inexorablemente, y la cuestión de cómo una pequeña secta judía del siglo I, impopular e irracional, se convirtió en lo que es hoy, es un rompedero de cabeza para los ateos.
Ahora, ¿qué podemos decir de las dos grandes fuerzas que combaten hoy a la Iglesia? No quedan dudas que son el ateísmo y el islam. Ambos proponen sus propios dioses. El dios ateo, una trinidad impersonal del tiempo, el azar y la supervivencia del más apto, es un claro desafío al Dios verdadero.
En cuanto a Alá, más allá de las discusiones sobre su existencia espiritual, sobre si es o no un demonio identificado con la luna, y sobre su nombre -si es conveniente que los cristianos árabes lo usen o no-, no podemos negar que en su naturaleza y carácter Alá no es el Dios cristiano.
Alguno puede objetar que estos dioses, el ateo y el islámico, no parecen haberse enterado de que Cristo es la roca que está llenando la tierra, sino que incluso están haciendo retroceder el Reino en ciertos lugares. Al tiempo que admito la gravedad del desafío, quiero que observen algo que caracteriza a estos "dioses" y los diferencia de los otros 2000 dioses en vías de extinción. Estos dos dioses, son una “respuesta” al Dios verdadero, no son antiguos bastiones que lo resisten.
El ateísmo, si bien supuestamente es tan anticristiano como antihindú, en la práctica tiene su mayor historia y exponentes en el mundo cristiano. Surgió contra el Dios cristiano, es particularmente anticristiano, y apunta el grueso de su munición contra la fe cristiana. Sueña con ver a Cristo quebrado, raras veces se acuerda de Buda.
El islam por su lado, es una deformación del cristianismo, una combinación de las principales herejías de la era apostólica (judaizantes y docetistas) junto con elementos heréticos de los primeros siglos de la iglesia (como el pelagianismo y el arrianismo). Más particularmente, el islam es un juicio de Dios sobre una cristiandad pagana (Apocalipsis 9).
El ateísmo y el islam son juicios que predican vehementemente que Jesús no es el Hijo de Dios y que la Cruz no fue necesaria. Y así siembran la semilla de la duda de tanto que insisten.
Los principales enemigos de la fe son justamente un subproducto de esa fe, son hechos a medida de esa fe para combatirla. Y sin buscarlo, llevan en su ataque el germen que desafía a todo aquel que los oye a buscar la fe verdadera.
El dios ateo y el del islam, a diferencia de los dioses antiguos, no tienen una esencia propia e independiente. Son simplemente oscuridad que, por contraste, sirve para que la Luz resplandezca. Son sólo malas aves anidando por un tiempo en las ramas del árbol de mostaza del Reino, el cual no parará de crecer (Marcos 4:30-32).
Estos ateos y musulmanes, por mucho que les pese, también son mesiánicos.
Mariano Ifran Luna - Ingeniero de Sistemas / Maestro de escuela dominical – Uruguay
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