En el s. VII antes de que el Mesías irrumpiese en el mundo, hubo un profeta enviado por Dios al que el pueblo de Judá no oyó, y al que incluso persiguió, hasta que cayó Jerusalén en manos del imperio Neobabilónico. Este profeta se llamó Jeremías y proclamó las palabras que Dios puso en su boca (Jer 1:9). El pecado que cometió el pueblo y que Jeremías denunció fue alejarse de Dios (Jer 2:4).
¿Quieres saber si vives alejado de Dios?
Ir a la iglesia no significa que vivas cerca de Dios, incluso puede ser que estés muy alejado de Él. Cantar en un coro cristiano o tocar la guitarra tampoco significa nada. El engaño religioso es el peor de los engaños, el más difícil de detectar (Sal 19:12).
¿Lees la Biblia? Tampoco eso significa nada. Puedes saber mucha Biblia y no conocer en absoluto a Dios. Puedes ser el más eminente teólogo y ser un completo extraño a los ojos de Dios. Puedes incluso estar usando la misma Palabra para justificar tus errores (los más peligrosos de detectar son los que están ocultos en el corazón). Tal vez hay engaño en tu propio espíritu (Sal 32:2) y tu propio corazón te está mintiendo.
Y ‘se fueron tras la vanidad y se volvieron vanos’
Esta es la consecuencia de alejarse de Dios: el hombre cambia el rumbo, deja de seguir a Cristo, única fuente de agua viva que calma la sed del alma, que da sentido a la vida, quien proporciona justicia, libertad, paz y gozo.
Ahora la preocupación de tu vida se ha vuelto el dinero, el bienestar, la comodidad… ¿Qué es esto sino dejar a Cristo fuente de agua viva y cavar una cisterna que no retiene el agua, y que lo poco que retiene está estancado? Esto hace que no disfrutemos de Dios. Nos apoyamos en la vanidad de las cosas que no sujetan nuestra vida. Así acabamos transformando a Dios en un mero aditivo, una muleta, una imagen adulterada del verdadero Dios. Vamos a la Iglesia para calmar la conciencia y esto no resuelve nada a menos que se vaya humillado delante de Dios.
Causas
En el pueblo de Israel ese alejamiento se produjo porque un día se vio pesadez y carga en el servicio: “Desde hace mucho tiempo rompiste tu yugo y tus ataduras y dijiste: ‘No serviré’.“ (Jer 2:20). Por esta razón muchos cristianos se dan la vuelta, porque no quieren servir a quien los rescató.
¿Es pesado servir? Para el verdadero cristiano servir no es una carga, todo lo contrario, es un privilegio. No es pesado, sino una muestra de gratitud de lo poco que podemos ofrecer en agradecimiento a quien nos sacó del estercolero y nos condujo por el desierto de la pruebas, nos sostuvo en la angustia y nos cubrió con su manto. Servir es liviano y quien sirve quiere servirle más y mejor.
La infidelidad del creyente con Dios es contrapuesta con la fidelidad del pagano con sus dioses. “Mirad… y considerad cuidadosamente… y ved… ¿Acaso alguna nación ha cambiado a sus dioses aunque estos no son dioses?” (Jer 2: 10-11). Los paganos no dejan a sus dioses: el dinero, la política, la vanidad, las estrellas del deporte, la gloria de este mundo, la comodidad, la autosatisfacción en sí mismos, el entretenimiento… Son más fieles con sus dioses, aunque no son dioses, que el creyente con el que considera su Dios.
Después de ver el servicio como una carga insoportable, para calmar la conciencia viene la obstinación de justificar nuestra conducta. “¿Cómo puedes decir no soy impura, nunca anduve tras los baales?” (Jer 2:23). Y este es el pecado más grande. Mientras no reconozcamos nuestro pecado, no tendremos oídos para escuchar la Palabra de Dios y seremos incapaces de volvernos otra vez a Él. En las pruebas no podremos reconocer los castigos que el Señor nos envía para corregirnos y por tanto nos resistimos al perdón.
Estas fueron las palabras de Jeremías a un pueblo que se rebeló contra Dios. Así que, ésta fue la sentencia de Dios: “Yo entraré en juicio contigo, porque dijiste: “No he pecado” (Jer 2:35).
Las mismas palabras las hallamos en el Nuevo testamento en boca del apóstol Juan: “Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos y la Verdad no está en nosotros. Si confesamos nuestros pecados, Él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados y limpiarnos de toda maldad. Si decimos que no hemos pecado, lo hacemos a Él mentiroso y su Palabra no está en nosotros” (1ª Jn 1:8-10).
Conclusión
Así pues, es posible creerse cerca de Dios y sin embargo estar bien lejos de Él. Es fácil no poder disfrutar de Dios y de la delicia del perdón, por la obstinación, la dureza de corazón, la falta de arrepentimiento y por dejarse llevar por un corazón engañoso y perverso. Pero estoy persuadido de que éste no es tu caso, y que puedes levantar los ojos al cielo y agradecer su inmensa e inmerecida misericordia por otorgarnos el perdón y dejar que la gracia preciosa manifestada en la sangre de Cristo sane, cure y vende las heridas del pecado.
Pero para que el perdón sea efectivo tiene que haber dolor por el pecado cometido y arrepentimiento genuino como David: “Pequé contra Yahvé” (2ª Sm 12:13).
Cada día podemos disfrutar de Dios si reconocemos nuestros pecados, nuestros errores y nos dejamos limpiar por Él.
Ángel Luis García Gómez – Consultor – Barcelona (España)
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