Hace unos años, los consejeros del grupo de jóvenes cristianos al que asistía dieron el tema a meditar. Sin embargo, lejos de ser una predicación o devocional, más bien fue una sesión confesional. Después de una serie de cantos y oraciones, uno de ellos pasó al pizarrón y comenzó a escribir diversos vicios y conductas pecaminosas: drogadicción, enojo, flojera, pornografía, alcoholismo, tabaquismo, desobediencia a los padres, orgullo, y la lista seguía. Fueron poco más de veinte opciones. Al finalizar, la consejera nos dijo que miráramos bien cada una de esas palabras y que contáramos en lo que todavía incurríamos. Al terminar la reflexión personal fueron haciendo diversas preguntas: “¿Cuántas de ellas sigues haciendo?”. Cada joven decía “quince”, “dieciséis”, “trece”.
La siguiente pregunta fue: “¿En cuántas de ellas estás trabajando?”, y los números fueron bastante menores. La última pregunta fue: “¿Cuándo comenzarás a trabajar en las demás?”. No hace falta decir que varios tuvimos problemas en contestar, pensando cuál sería la respuesta correcta: “¿En este momento? ¿mañana? ¿la semana entrante? ¿hoy mismo?”. Ése fue el final de la meditación, sin una lectura o reflexión sobre alguna porción de la Biblia.
En las iglesias en las que he estado esta es la enseñanza común en los grupos de jóvenes y, con frecuencia, se ha enseñado también desde el púlpito: “Cuanto más te apartes del pecado, más te amará Dios”, “Dios te salva, pero depende de ti mantenerte en el camino”. No sé tú, pero todo esto me resulta muy pesado. Debido a que somos pecadores, nos es imposible alejarnos del pecado. Si el hombre pudiera apartarse del pecado a su voluntad, sería muy fácil ser salvo. De hecho, cualquiera, con un poco de disciplina y compromiso, podría.
Se ha creído que Dios sólo nos rescata del juicio final para así ir a morar con Él en su reino celestial, y no tengo nada en contra de ello. Pero eso no es ni la mitad de lo que es la obra de la salvación. Me encanta recordar Gálatas 3:2-3 cuando paso por momentos difíciles o de tentación: “Esto solo quiero saber de vosotros. ¿Recibisteis el Espíritu por las obras de la ley, o por el oír con fe? ¿Tan necios sois? ¿Habiendo comenzado por el Espíritu, ahora vais a acabar por la carne?”.
En estas palabras hay profundas enseñanzas, aunque sólo me centraré en dos. En primer lugar, el proceso de salvación empieza con Dios. Es Dios llegando a nuestra vida, impactándonos con su amor, perfección, bondad, hermosura. Y para que Dios llegara a nosotros no tiene nada qué ver las obras que nosotros podamos hacer, fue su sola gracia. Por eso pregunta Pablo: ¿Recibieron el Espíritu debido a ustedes o debido a la fe, el don de Dios? (Ef. 2:8).
Pablo se queda ahí. En segundo lugar sigue preguntado cómo los gálatas se moverán en la vida cristiana. Habían llegado a creer, al igual que mis consejeros de jóvenes, que después de la salvación, todo dependía de ellos. Pablo los exhorta y, en el capítulo anterior, finaliza diciendo que el todo el edificio está edificado por Cristo, no por ellos, no por lo que hacen. Ladrillo a ladrillo es colocado por Jesús. Por eso les pregunta: ¿Acabaran por la carne? ¿En serio, gálatas?
Con las preguntas que mis consejeros de jóvenes hicieron se había olvidado todo lo que Jesús ya ha hecho en la cruz; habían olvidado la justificación que Cristo logró por mí. La primera pregunta, ciertamente, me recordó mi pecado pero, ¿cómo solucionarlo? Sólo el evangelio, sólo lo que Cristo Jesús ya ha hecho por mí a través de su vida, muerte, resurrección y ascensión, tiene ese poder.
Las últimas dos preguntas no podían conducirme por la vida cristiana, sólo me regresaban al terreno de las obras, donde soy inútil, donde soy miserable (Rom. 7:24). Pero gracias doy a Dios por Jesucristo, que completó la obra que yo no podía, que se entregó haciendo lo impensable.
Desde los púlpitos, en diversas reuniones de jóvenes o incluso en otro tipo de grupos, se cree que la solución a nuestro comportamiento está en lo que hacemos, que con un poco de técnicas y métodos el cristiano podrá alejarse de todo lo que lo aqueja. Pero sólo puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe, el cristiano se da cuenta que ya tiene todo lo que necesita. No es posible cambiar las obras si no hay amor, y el amor sólo llega por medio de la fe, y la fe sólo llega por medio del evangelio.
Temo que muchos ministerios juveniles han llegado a lugares catastróficos a los que no deseaban llegar, y se preguntan qué hicieron mal y hacen sesiones para ver qué nueva táctica dará resultado. Como consecuencia, llegan charlas y charlas sobre: cómo vivir el noviazgo, cómo enfrentar las adicciones, cómo ser un buen hijo. Quizá tienen buenas intenciones, pero mientras el evangelio de la gracia no sea lo único que se exponga, no se llegará a ningún lado.
Muchas veces creemos que los “mensajes de salvación” ya no son para los que somos salvos, que hay que ir a otras cosas más grandes, pero no hay nada más grande que el evangelio de la gracia. Necesitamos escuchar y recordar del evangelio todo el tiempo, porque nuestro problema y comportamientos necesitan ser expuestos al amor de Cristo, un amor que nunca se acaba, que restaura y da vida. Un amor que lo da todo para que no tenga que ir a buscar otros ídolos.
Seguramente la mejor pregunta que pudieron haber hecho mis consejeros era: “¿Cuántas de ellas sigues haciendo? Bien, tengo buenas noticias para ti…”.
Aehécatl Muñoz González - Lic. Letras Hispánicas – Puebla (México)
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