El día en que el escritor cumple 70 años (el 4 de mayo de 2008), publica en
La Jornada un artículo cuyo título (“Los días de nuestra edad”) toma prestado, pero por supuesto, de la Biblia. Es el Salmo 90 versículo 10, que completo dice: “Los días de nuestra edad son setenta años; Que si en los más robustos son ochenta años, Con todo su fortaleza es molestia y trabajo; Porque es cortado presto, y volamos”. Con la cita, Carlos reitera lo que alguna vez me confió en uno de nuestros desayunos y extensas conversaciones: “Hay libros que lleva uno en su ADN”.
Hoy queda claro que es el más importante intelectual mexicano, y el único gran escritor que entre nosotros ha argumentado reiteradamente a favor de los derechos de las minorías religiosas, particularmente de los protestantes. Renuente a recibir homenajes y festejos, Carlos Monsiváis es un referente obligado para comprender las múltiples caras de la cultura mexicana. Esos distintos rostros reflejan la diversidad existente en el país, pluralidad que crece en distintos terrenos, y el religioso es uno de ellos.
Creo que para los integrantes de la amplia y global comunidad que sigue la intensa y variada producción del profeta de la colonia Portales (donde dice que le gusta vivir, pero más si el populoso barrio hiciera esquina con Manhattan), les será estimulante leer varios de los escritos que Carlos ha dedicado al tema de la intolerancia contra la comunidad evangélica/protestante de México.
Algunos de esos escritos se encuentran agrupados en un libro olvidado por los monsivaisólogos, quienes al intentar un recuento de los volúmenes escritos, prologados y traducidos por Monsiváis, han marginado una obra en la que específicamente el autor de Los rituales del caos arguye en favor de la denigrada minoría protestante. Nos referimos al libro Protestantismo, diversidad y tolerancia publicado por la Comisión Nacional de los Derechos Humanos en el 2002. No existe referencia de ésta obra en la bibliografía del intelectual que Linda Egan enlista al final de su libro
Carlos Monsiváis, cultura y crónica en el México Contemporáneo (Fondo de Cultura Económica, 2004). Tampoco hay noticia de ese libro en la extensa bibliohemerografía monsivaisiana incluida en el volumen
El arte de la ironía, Carlos Monsivaís ante la crítica (UNAM-Ediciones Era, 2007), compilado por Mabel Moraña e Ignacio Sánchez Prado.
A partir de aquí, con base en dos “confesiones” públicas hechas por Carlos Monsiváis exploro el significado que tuvo para él, en su identificación con las causas de las minorías, el hecho de haberse desarrollado en el seno de una comunidad estigmatizada. En medio de esas “confesiones” me ocupo de distintos escritos y participaciones de Monsiváis donde documenta y denuncia la intolerancia religiosa padecida por los protestantes y otros grupos, como los Testigos de Jehová. Los dos momentos son distantes entre sí por cuatro décadas. El primer momento que elijo es el de su
Autobiografía, publicada en 1966, cuando él tenía 28 años y de acuerdo a sus palabras no conocía Europa. El segundo es su discurso dado en ocasión de haber recibido el premio de la Feria Internacional del Libro, en Guadalajara, el 25 de noviembre del 2006.(1)
En su
Autobiografía, como ya hemos documentado en otros escritos de nuestra autoría, y que ahora solamente mencionamos sin ahondar en el tópico, Carlos Monsiváis brinda sólidas pistas sobre las implicaciones de formar parte de una disidencia religiosa perseguida simbólica y físicamente. Al afirmar “me correspondió nacer del lado de las minorías”, y dar un pormenorizado recuento de las derivaciones culturales de ese hecho, Monsiváis traza un perfil excepcional, el suyo, en el mundo intelectual mexicano. Considero que las evidencias aludidas no han sido bien aquilatadas, ni analizadas, por los muchos escritores, investigadores e intelectuales que se han ocupado de la extensa obra del autor de
Días de guardar (cuya primera versión, de 1969, llevó por título el eco de un pasaje bíblico, Efesios 6:12,
Principados y potestades).
En el discurso de Guadalajara regresa al significado de su formación “dentro de las reivindicaciones y temores de la minoría protestante”. Entre las reivindicaciones estaba, aunque todavía no así conceptualizado, el derecho a la diferencia en un contexto de hegemonía católica; la separación Estado-Iglesia(s), la vigencia del Estado laico y un anticlericalismo justificado por los excesos de las cúpulas eclesiásticas en la historia de México. Entre los temores contamos no tanto la invisibilización de la heterodoxia religiosa representada por el protestantismo, como el arrinconamiento persecutorio mediante linchamientos simbólicos y reales ante la indolencia de las autoridades encargadas de garantizar el libre ejercicio de las creencias.
En la muy considerable producción de Carlos Monsiváis sobre las agresiones a la minoría protestante, destacamos su crónica “La resurrección de Canoa”, sobre los terribles ataques perpetrados el 2 de febrero de 1990 por un enfebrecido grupo, que se auto identifica como guadalupano, contra 160 evangélicos en el Ajusco, “en la zona que corresponde a los pueblos de Xicalco y La Magdalena Petlacalco”, dentro de los límites de la ciudad de México. La crónica, con cambios estilísticos, la incluye su autor en
El Estado laico y sus malquerientes (Debate-UNAM, 2008), y representa un testimonio crudo de la intolerancia que en los años finales del siglo XX todavía enfrentan los protestantes, y nada menos que en la capital de la República, no en pueblos alejados en el interior del país.
Es infatigable en su crítica al conservadurismo de la derecha. El reciente libro de Carlos Monsiváis, el ya mencionado
El Estado laico y sus malquerientes, concentra en sus páginas la batalla histórica, cultural, semántica, moral y política que ha sostenido el escritor en su fructífera trayectoria contra los afanes de los nostálgicos del control de la vida pública por parte de la Iglesia católica.
Esta obra de Monsiváis debe ser leída junto con un volumen que le antecede,
Las herencias ocultas de la Reforma liberal del siglo XIX (Debate, 2006). En este último su autor “reúne crónicas históricas sobre algunos de los liberales más notables (y radicales) de México en el siglo XIX”. La suya es una revaloración de reivindicaciones vividas cotidianamente en la nación contemporánea, pero cuyo conocimiento de sus orígenes históricos se ha ido diluyendo en la generalidad de la ciudadanía. Tanto por sus resultados como por las desiguales condiciones en que los liberales enfrentaron el autoritarismo político/eclesial católico, esa generación debe tenerse presente como parte aguas de una sociedad que se negaba a permanecer en el oscurantismo tutelado por el integrismo conservador.
La copiosa y admirable producción intelectual de Carlos Monsiváis es polifacética. Para pretender abarcarla hace falta un nutrido grupo de investigadores, conformado por especialistas en distintas materias como las del ancho abanico de intereses evidenciados en el
corpus monsivaisiano. Tal vez la mayoría de lectores, y/o estudiosos de su vasta obra, le tengan presente como cuasi omnipresente cronista de la cultura popular y de los movimientos sociales a partir de 1968. Por otra parte es claro que a la par de los temas anteriores, Monsiváis ha dedicado páginas y páginas a dar cuenta de la diversificación de la sociedad mexicana en todos los terrenos. De la misma manera su lid ha estado del lado de la tolerancia, los derechos de las minorías, y una constante disección de los mecanismos conservadores que combaten a una y a otros.
La argumentación a favor del Estado laico, y en consecuencia los intentos regresivos de sus malquerientes, son motivos constantes en los trabajos y los días de Monsiváis. En los tópicos hay componentes de principios intelectuales, pero también realidades vividas que desde muy joven lo conformaron en un liberalismo acendrado. Al referirse a las convicciones de su adolescencia, dice Carlos en su Autobiografía de 1966: “Mi protestantismo duplicaba mi juarismo. Las leyes de Reforma [juarista, 1859-1860] independizaban a la sociedad mexicana de un clero al que jacobina y calvinista y justamente atribuía muy buena parte de los grandes males del país”.
En
El Estado laico y sus malquerientes, es demoledora la crítica al clericalismo que pretende el sometimiento a la cúpula eclesiástica católica y sus puntos de vista que se autoproclaman con derecho a tutelar moralmente a una sociedad que hace mucho se independizo éticamente de la
Mater et magistra. Es puntual en la obra el seguimiento a los despropósitos de obispos, arzobispos y cardenales que convenientemente olvidan la diversidad social, y aspiran a uncir al conjunto de los mexicanos a una visión de la realidad excluyente de quienes disienten de las aspiraciones clericales a gobernar mentes y corazones en pleno siglo XXI.
Carlos Monsiváis también exhibe los dichos y hechos de políticos, sobre todo del Partido Acción Nacional, que desde el arribo al poder en el sexenio de Vicente Fox y en lo que va del periodo de Felipe Calderón, se han significado por privilegiar las pretensiones de la casta dirigente católica. En lo esencial, esas pretensiones han sido frenadas por una sociedad civil que tiene internalizadas concepciones producto de la independencia ética gestada al amparo del Estado laico. En este sentido, tiene razón Carlos Monsiváis cuando hace notar que el conservadurismo foxista/calderonista, acompañado en la aventura por el clericalismo católico más intolerante de conspicuos purpurados, ha perdido sin ambages todas las batallas culturales por acotar o disminuir la pluralidad ideológica y conductual de la sociedad mexicana.
El Estado laico en México ha significado un alto a las pretensiones hegemónicas de la Iglesia católica, y garantía para las minorías cuyas creencias y prácticas distintas han podido asentarse e iniciar un largo proceso de visibilización social ante quienes les niegan sus derechos y señalan su perversidad al apartarse de las enseñanzas clericales. Lo sintetiza acertadamente Carlos Monsiváis, al recordar que “`Pensamos en generalidades –afirmó Alfred North Whitehead-, pero vivimos en el detalle.´ El laicismo es la generalidad que, en principio, permite acercarse al detalle del modo más libre posible, y por eso la nación en la globalidad, multirreligiosa, diversa, tolerante, sólo puede ser laica”.
En tiempos del conservadurismo gubernamental recalcitrante, y sus reiterados intentos por revertir el fondo común de garantías para todos que representa la vigencia del Estado laico, es de agradecer el ejercicio lúcido de Carlos Monsiváis en una obra que evidencia la cruzada de los malquerientes de la sociedad crecientemente informada, tolerante y diversa.
En distintos artículos y foros, Carlos Monsiváis ha descrito un proceso informativo, analítico y social que es la
invisibilización de las minorías religiosas. Para tal ejercicio recurre, con frecuencia, a una referencia literaria, la novela de Ralph Ellison,
Invisible Man. El no registrar la existencia de un grupo con raíces históricas en México, que datan de la segunda mitad del siglo XIX, y “borrar cognoscitivamente” su creciente presencia numérica, como en el caso del protestantismo, es un acabado ejemplo de
invisibilización y negación de derechos a los peyorativamente llamados sectarios.
“Eso les pasa por andar metidos en las
sectas”: tal parece es la posición que todavía subsiste en amplios sectores de la sociedad mexicana, para tratar de explicar los acosos y ataques padecidos por integrantes de confesiones distintas al catolicismo. Si bien es cierto que los hostigamientos y persecuciones contra las minorías religiosas en el país están lejos de ser actos generalizados, sí es preocupante que tengan lugar con cierta frecuencia y que las autoridades municipales, estatales y federales no actúen para frenar a los perseguidores.
1) Carlos Monsiváis, Las alusiones perdidas, Editorial Anagrama, Barcelona, 2007.
Si quieres comentar o