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¡Oh, el amor al dinero!

Alfonso «Fonchi» Lockward, distinguido amigo y hombre público dominicano quien, además, era un cristiano de reconocida probidad, contó en cierta ocasión: «Mi padre siempre me decía: “Hijo, el capitalismo tiene muchos males, pero a mí me gustaría morirme de uno de esos males”».(*)
EL ESCRIBIDOR AUTOR Eugenio Orellana 27 DE DICIEMBRE DE 2008 23:00 h

No dejaba de tener razón el caballero. Entiendo que murió de una falla del corazón, la misma causa que llevó a la tumba a su hijo, mi amigo Fonchi cuando aún era un tipo joven. ¡Quien sabe si la causa de ambos decesos haya sido alguno de los males de los que quería morirse el señor Lockward!

Razón tenía el apóstol Pablo cuando dijo: «Raíz de todos los males es el amor al dinero, el cual codiciando algunos, se extraviaron de la fe, y fueron traspasados de muchos dolores» (1 Timoteo 6:10).

Hace poco alcanzó cierta notoriedad en Chile un hombre joven, de nombre Leonardo Farkas (puedes leer de él todo lo que quieras entrando a Google). En una campaña televisiva para reunir dinero con el cual ir en ayuda de niños con deficiencias físicas, se presentó ante las cámaras para anunciar que donaba mil millones de pesos, lo que equivale a unos 20 millones de dólares. Y a la vista de todos extendió dos cheques: uno por 50 millones y otro por 950 millones. No bien se divulgó la noticia, empezaron a surgir por todas partes voces que lo alentaban a que se presentara como candidato a presidente de Chile en las elecciones del año que viene donde otro multimillonario, Sebastián Piñera quiere que lo elijan a él. Y a propósito, otro político, por ahora precandidato y ex presidente de la República, Eduardo Frei Ruiz-Tagle acaba de decir que Chile quiere un presidente y no un gerente. Estoy de acuerdo con Frei, pero pregunto ¿no sería mejor un gerente que un presidente? Porque la arrolladora supremacía de la libre empresa sobre el estado a veces pareciera sugerir que en nuestros países latinoamericanos las cosas andarían mejor si se aboliera el sistema presidencial, se mandara a diputados, senadores y demás políticos para la casa y se montara de una buena vez un gobierno de empresarios, gerentes e inversionistas todos expertos en producir dinero para beneficio de sus propios bolsillos. Este argumento, sin embargo, ha perdido bastante de su peso últimamente cuando los mismos que han abogado por reducir a su más mínima expresión el tamaño y la gravitación del estado en la cosa pública, han salido corriendo en su búsqueda para que, mediante rescates multimillonarios aportados por todos nosotros, los salven de la debacle que ellos mismos han provocado.

Pero bueno. Volviendo a mi amigo Farkas (¡ojalá fuera mi amigo, con lo generoso que es y la cantidad de plata que tiene!), dijo que lo pensaría. Mientras tanto, recorría las calles de Santiago en su Roll-Royce de 1 millón de dólares, automóvil de cuyas características, según dijo, existen solamente cuatro en el mundo. Al final, declinó las invitaciones y optó por hacer mutis. Como parte de su tiempo lo vive en los Estados Unidos donde las campañas políticas ascienden a cifras millonarias, seguramente sacó la cuenta llegando a la conclusión que de aceptar la candidatura que se le ofrecía correría el riesgo de quedarse sin dinero. Y como pareciera no ser alguien que se ha enriquecido robando, dedicarse a la Presidencia sin malversar un solo peso no le garantizaría la recuperación de la plata gastada.

No hay duda que en el fondo de toda esta debacle económica que estamos viviendo hoy en el mundo está aquello que San Pablo nos invita a evitar: el amor al dinero.

La prensa, por razones obvias, se trata de defender el sistema, ha minimizado el problema hasta donde ha podido. Y aunque se han hecho esfuerzos para ocultar los lados más sucios de la situación, no ha dejado de filtrarse la ambición desmedida de gente que teniendo en sus manos resortes para mover millones de dólares en forma honesta y en beneficio de muchos, optaron por moverlos en forma deshonesta y en beneficio de pocos, o de unos pocos. Muy pocos. El amor al dinero es la raíz de todos los males, sin duda.

Y no solo es causa de muchos males, sino que, además, los que caen en la tentación de creer que con el dinero se puede comprar la felicidad y la paz de espíritu, olvidan que, como dice el apóstol, «fueron traspasados de muchos dolores». No «de muchos dólares» sino «de muchos dolores». Dicho en palabras más comprensibles, sufre más a lo largo de su vida el que tiene mansiones, yates, avión propio, come caviar y se baña con champaña que el pobre diablo que apenas tiene un mendrugo cada mañana para llevarse a la boca a veces sin siquiera una taza de agua caliente. Que vive en una callampa con paredes de cartón y techo de bolsas de plástico. Que hace sus necesidades entre matas que rodean su vivienda, se lava en el charco más cercano y recoge desperdicios en el basurero municipal para «parar la olla» de cada día. Y aunque el pobre muchas veces acude a la bebida para olvidar sus penas existenciales el millonario, también a veces, acude al revólver para darse un tiro en la sien derecha (o izquierda, en el caso que sea zurdo).

Lo dijo Dios a través de la palabra sabia del apóstol Pablo: El amor al dinero es la raíz de todos los males, pero Señor ¡es que es tan sabroso tener dinero!

Farkas nos inspiró respeto y admiración cuando en una entrevista para la televisión dijo que uno de sus leitmotiv fundamentales era aquella frase, también bíblica, de que «más bienaventurada cosa es dar que recibir». Creo, dijo él, que mientras más da la gente, más recibe de Dios.

Nosotros creemos lo mismo, aunque el principio se aplique a nuestras modestas contribuciones a la iglesia o a alguna institución de caridad. La viuda de Lucas 21:1-4, pobre y menesterosa, echó en el arca de las ofrendas dos blancas (equivalentes quizás a un par de pennies estadounidenses). Y se ganó la admiración de Jesús quien estuvo pronto a dignificar su actitud afirmando que ella había dado más que los muchos millones que pudieran dar los ricos, que dan de lo que les sobra.

En realidad, si no fuera porque las grandes donaciones pueden deducirse de los impuestos... es posible que no tendríamos las ostentosas catedrales que tenemos, las universidades no tendrían las instalaciones que tienen ni algunas iglesias podrían nadar en plata como algunas nadan.

En la ciudad de Miami ha surgido desde hace un tiempo un personaje que ya no nos asombra, tan mimetizado está con las grandes extravagancias que se dan en el mundo de hoy. Se dice pastor. Se hace llamar el anticristo e incluso ha dicho que él es Jesús. Afirman (y a veces las cámaras de televisión lo han registrado y lo hemos visto con nuestros propios ojos) que sus seguidores acuden con abultados sobres que depositan en los ofrenderos con una amplia sonrisa en sus rostros «para apoyar el ministerio de la iglesia». Hace unos días, la televisión nos informó que este dichoso anticristo tendrá que echar mano a su billetera gorda y desembolsar unos cuantos millones de dólares en beneficio de su ex esposa quien le ganó una demanda de divorcio. El hombre, interrogado en algún momento por un periodista que le pidió que le explicara lo de los dineros, dijo que no era que él se beneficiara de los dineros de la iglesia sino que era su iglesia la que se beneficiaba de los dineros de él. Como dicen en Costa Rica, ¡carebarro! Se intuye que sus feligreses tendrán que duplicar sus ofrendas y diezmos para que el señor anticristo cumpla con lo que le manda el juez.

Y ahora, acaba de aparecer el distinguido y honorable(?) caballero Don Bernard Madoff, hasta el momento la guinda en el tope del pastel (decimos hasta el momento porque, como están las cosas, no sería extraño que hoy, mañana o pasado apareciera otro que resulte su maestro en materia de estafas). Con la manida historia de jugosos intereses sobre el dinero que se pone en sus manos (conocido como «la pirámide»), ha estafado a tanta gente, a tantos bancos, a tantos holdings y me temo que hasta a tantas iglesias, todos ambiciosisisisisímos que, esperando amasar dinero fácil, de la noche a la mañana han visto sus ganancias reducidas a cero y sus capitales convertidos en polvo. Y mientras Madoff pone a trabajar a su ejército de abogados para que eviten que sea metido en la cárcel, los frustrados inversionistas lloran como una magdalena por algo tan volátil que se les fue para seguramente nunca más volver.

Pero este amor desmedido por el dinero no solo se da a nivel de Wall Street y de los grandes grupos financieros de Europa, Asia, Estados Unidos, Latinoamerica. Un día de estos, un par de sinvergüenzas detectaron por ahí a una ancianita bonachona y con cara de inocente, se le acercaron, le contaron un cuento, la convencieron que los diez mil dólares que tenía en el banco a la vuelta de unos minutos se le convertirían en cien mil que se fue corriendo a retirar su platica para pasársela a los bienhechores que Diosito, ¡tan bueno que es Diosito! le había mandado del cielo. En un pestañazo se le desaparecieron y hasta ahora ella y la policía los andan buscando.

Como corolario de toda esta reflexión, dos cosas. La primera, cuando un escriba le manifestó a Jesús su intención de ser su discípulo, el Señor le dijo (parafraseo el dicho): «¡Cuidado con lo que dices! Porque habrás de saber que el Hijo del Hombre, o sea yo, no tiene ni siquiera un lugar propio donde reclinar la cabeza. Las zorras tienen guaridas y las aves del cielo tienen nidos, pero en cuanto a mí, olvídate. No tengo nada. Ahora, si después de saber esto insistes en seguirme, bienvenido» (Mateo 8:19-20). Y la segunda, cito al apóstol Pablo: «Sé vivir humildemente, y sé tener abundancia; en todo y por todo estoy enseñado, así para estar saciado como para tener hambre, así para tener abundancia como para padecer necesidad. Todo lo puedo en Cristo que me fortalece» (Filipenses 4:11-13).

«Necio, esta noche vienen a pedir tu alma y todo lo que has acumulado ¿de quién será?» Y el necio, mostrando lo máximo de su necedad, responde: «Lo siento, pero lo tomado y lo bailado no me lo quita nadie!» ¿Nadie? ¡Espérate y verás!



(*) Palabras dichas en la capilla del Seminario Bíblico Latinoamericano de San José, Costa Rica, el año 1971, durante una de las sesiones de reestructuración de la Misión Latinoamericana.
 

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