Es una paz que comienza primero en el corazón y luego se manifiesta de maneras concretas en el trato cotidiano: una forma de ser pacífica, no-violenta en actitudes, palabras y acciones.
Foto: [link]Laura Nyhuis[/link], Unsplash CC0.
Que la esperanza sea sin fallos, y que el amor sea sin remilgos, y que el gozo sea sin excusas, y sin explicación la paz.
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Porque un niño nos es nacido, hijo nos es dado, y el principado sobre su hombro; y se llamará su nombre Admirable Consejero, Dios Fuerte, Padre Eterno, Príncipe de Paz. (Isaías 9:6 Reina-Valera 60)
La paz de Dios está siempre presente y siempre disponible.Tomemos un momento para estar en quietud y sentir la paz de Dios que nos rodea.
En el adviento entramos al hangar de Dios, para revisar y dar mantenimiento a la maquinaria que nos hace funcionar en el mundo como iglesia. Dios nos revisa en cuatro aspectos para ver cómo andamos. Nos revisa la esperanza, la paz, el gozo y el amor. Se nos invita a todos a revisar estas cuatro palabras; actitudes básicas hacia la vida, y especialmente hacia la misión de la iglesia.
La esperanza, la paz, el gozo y el amor deben ser los patrones que rigen nuestra conducta y nuestra misión. En las profecías sobre la llegada del Mesías se anunciaba que con él vendría un reino de paz: El león y el cordero podrían descansar juntos, y un niño pequeño sería quien los guíe.
¿Podemos imaginarnos cómo es cuando el cazador y la presa, el carnívoro agresivo y el herbívoro apacible pueden hacer comunidad? Se trata de una comunidad de mansedumbre y no de violencia.
Imaginemos a un enorme boxeador de peso completo, con sus brazos y manos gigantescas, y cargando a un bebé pequeño. El contraste de tamaños entre el boxeador y el bebé obviamente es impactante. El atleta es fuerte, de aspecto rudo, habituado a luchar y golpear; y el pequeño bebé es tan confiado, tan frágil, y tan pacífico.
Podemos imaginar la escena de ese tipo de fraternidad. Sería hermoso ver manifestada la gentileza y ternura del boxeador cargando a un precioso bebé. En ese momento nos daríamos cuenta de que, de hecho, es posible que el lobo se acueste a reposar con el cabrito; y que la vaca y la osa sean amigas y críen juntas ... y que un niño sea quien nos guíe a todos.
Ese niño es el que ha nacido en Belén. Es el heredero y dueño de todo el reino. Es el que concretiza nuestras esperanzas, el que nos llena de gozo, el que nos enseña cómo se vive el amor; es el Príncipe de la paz.
No es una paz equivalente a la paz de los cementerios. Tampoco es la pacificación que se logra por medio de la imposición de la fuerza de los poderosos sobre el resto de la población. Tampoco es el apaciguamiento de los calmantes y fármacos o pastillas para dormir.
Es, para empezar, una paz inexplicable en medio del conflicto, una paz que comienza primero en el corazón y luego se manifiesta de maneras concretas en el trato cotidiano: una forma de ser pacífica, no-violenta en actitudes, palabras y acciones.
Agradezcamos al Señor por la fuerza que nos da para vivir día a día. También por esos momentos en que nos muestra nuestra debilidad, para que entonces podamos encontrarnos con su gracia, y aprendamos a confiar en Dios.
¡Shalom! Aunque esta palabra está en los saludos cotidianos de millones de personas, en distintos idiomas, y forma parte de las salutaciones de las epístolas del Nuevo Testamento, es más que un simple saludo.
Es una oración compartida; suplicamos que Dios nos dé su paz en medio de la tormenta, que en medio de la guerra podamos tener la paz que comienza en el corazón y se desborda hacia nuestro entorno.
La paz del Mesías que ya ha nacido –hace dos mil años—está estrechamente ligada a su soberanía, a su dominio, imperio o reinado. Es un reino de justicia, de amor y de verdad.
Es un reino que se dispersa como la más pequeña de las semillas, encuentra cabida en corazones que tienen oídos para oír, y que oyen la invitación a vivir en el reino.
Es un reino de paz que no es mudo ambiente de sepulcros, ni apaciguamiento de narcóticos, ni pacificación lograda por medio de represión violenta, sino que es paz cuyos cimientos son la justicia y la rectitud que son obra del Señor Todopoderoso.
Cuando el Señor Jesús comenzó a predicar públicamente, anunció que su reino ya había llegado, e invitaba a todos a arrepentirse para creer en esta buena noticia, en este evangelio.
Es un reino que traspasa muros y fronteras. No hay límites para este reino de paz que celebramos en Navidad. No es la paz como la da el mundo, sino la paz de Cristo, la que excede a todo conocimiento, comprensión y explicación.
Por eso es oración compartida en el simple saludo cotidiano, cuando nos decimos “Paz”, “Shalom”, “Que Dios te bendiga”. Shalom es una palabra que no sólo significa ausencia de guerra, sino también bienestar en todas las áreas de la vida: salud, buenas relaciones familiares, abundantes cosechas como fruto del trabajo y de la bondad de Dios, buen clima apacible y sereno, como para disfrutar el día que es regalo del Señor.
En esta temporada de adviento nos deseamos unos a otros la paz que viene de Dios, que está firmemente cimentada en la justicia y en la rectitud, es decir, que es producto de hacer las cosas bien, como Dios manda, en nuestros tratos con propios y ajenos. Todo eso decimos cuando nos deseamos “Feliz Navidad del Señor”.
Pidamos al Dios de paz que nos enseñe a vivir hoy en todas las dimensiones de su paz y justicia, que es rectitud de vida y restitución de toda dignidad perdida.
Dios trabaja en maneras sorprendentes. Dios irrumpe en el mundo con una paz asombrosa en formas que nunca hubiéramos imaginado ni esperado. Dios también puede sorprendernos hoy si abrimos el corazón con un sentido de expectativa.
Aquellos pastores de la primera Navidad, ¿podían dejar de lado su miedo e ir a buscar al Mesías bebé? ¿Podían atender a la invitación gloriosa que les hizo el ángel? ¡La respuesta es un rotundo SÍ!
Se apresuraron a encontrarse con el recién nacido Mesías. Ante aquel pesebre, parece que cualquier otro temor que tenían se desvaneció, porque los pastores salieron para convertirse en los primeros proclamadores de la noticia del rey recién nacido. Se hallaron entre los primeros predicadores del evangelio.
Pero la paz de la Navidad no sólo la tienen los pastores. El relato del Evangelio dice que María reflexionaba y atesoraba todo lo que sucedió en su corazón.
Los pastores eran unos marginados sociales que muy probablemente el día de hoy no serían invitados a asistir a una fiesta de bebé, a un “baby shower”, pero su presencia borró toda duda que pudo haber en el corazón de José y María durante su arduo viaje a Belén.
Esos pastores fueron una fuente inesperada de gracia y afirmación por parte de Dios para aquella joven pareja.
Una vez más, la paz de Dios nos sorprende al abrirse camino de manera dramática. Al repasar y atesorar la historia de la Navidad en nuestro corazón durante estos días, reflexionemos sobre las maneras inesperadas que Dios puede estar utilizando para mostrarnos su paz, su gracia y su afirmación. ¿Y a quién pudiéramos compartirle esta noticia como aquellos pastores—proclamadores? ¿A quién le podemos proclamar esta increíble historia diciéndole: “Feliz Navidad del Señor”?
Que el Dios de paz abra nuestro corazón para recibir su amor y sus buenas noticias, incluso (y especialmente) en situaciones y lugares sorprendentes e inesperados. Que nos lleve al mundo con esperanza y expectativa, con el corazón abierto para ver su trabajo continuo en este mundo.
Estamos habituados a pensar en la Navidad como algo muy apacible, como una “Noche de Paz” de la cual cantamos cada año. Sin embargo, en realidad la Navidad ocurrió en un ambiente de mucha tensión y peligro.
El himno dice “Un día que el mal imperaba más cruel, Jesús descendió y nació de una virgen”. El mal imperaba, e imperaba de un modo muy cruel. Herodes el grande, de origen edomita, era un gobernante títere del imperio romano, que pasó a la historia como ejemplo de crueldad.
Cuando llegaron los sabios de oriente a Jerusalén, él y toda la ciudad quedaron en un estado de alteración e inquietud. El nacimiento del Mesías representaba para todos el comienzo del reinado de Dios en la tierra –si bien, no con toda su plenitud, sí como una semilla de mostaza, de crecimiento implacable, inevitable e imposible de detener.
Un ángel avisó a José que el niño estaba en peligro. No le dijo que Herodes mandaría asesinar a todos los bebés de Belén. José no tenía esa información. De modo que la novela de José Saramago El Evangelio según Jesucristo está equivocada al depositar tanto peso en la culpa de José por supuestamente haber tenido esa información privilegiada y no haber hecho algo por salvar a todos los demás inocentes.
El José de Nazaret no lo sabía. En menos de dos años de vida del Señor, su noche de paz se convirtió en una noche horrible de muerte para todos los bebés de su camada. Por la crueldad del gobernante humano, el Señor Jesús quedó como el único sobreviviente de todos los que nacieron en Belén en esa temporada.
Hoy no ha cambiado mucho la situación. El reino de Dios ya está presente en el mundo (aunque parezca sólo una semilla de mostaza) y está en constante riesgo y peligro de ser aniquilado por los poderes que prevalecen en nuestro mundo.
Así, en medio del conflicto y la guerra, podemos y debemos proclamar y celebrar diciendo con esperanza: “Feliz Navidad del Señor”.
Pidamos al Dios de paz, que nos tiene en su hangar de reparaciones y mantenimiento, que al revisarnos la paz nos ayude con el poder de su Espíritu y la luz de su Palabra, para que vivamos su paz en medio de todo conflicto, y para que todo lo que hagamos como iglesias lo pasemos bajo la sanción de la paz que hay en Cristo.
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