El propósito de Dios no es solamente bendecirnos espiritualmente y llenar nuestra vida del señorío de Cristo, sino hacernos sus instrumentos de bendición a todo el mundo que nos rodea.
Vamos a comprender lo incomprensible, a conocer lo que excede a todo conocimiento, a ver lo invisible: vamos a vivir en el amor de Cristo.
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Por esta causa doblo mis rodillas ante el Padre de nuestro Señor JesuCristo, de quien toma nombre toda familia en los cielos y en la tierra… (Efesios 3:14-15 Reina-Valera 60)
La súplica del pastor por la congregación comienza reconociendo de rodillas la paternidad de Dios. Por medio del evangelio, por lo que Dios hizo en JesuCristo, su Padre es también nuestro Padre, y su Dios es también nuestro Dios.
Gracias al Hijo JesuCristo, y por la obra del Espíritu, reconocemos que todo lo que existe en el mundo, todas las familias en los cielos y en la tierra, originan su existencia en Dios.
Todo lo creado lleva el apellido de Dios, de manera que, por Dios, todos los seres vivos estamos emparentados, y no sólo los seres vivos, sino todo lo existente.
Las familias humanas, y las familias de seres vivos, en toda su enorme diversidad, reciben su nombre en Dios. Todo se origina a partir de Dios, pues Dios “ha formado todas las cosas, y por su voluntad existen, y fueron creadas”(Apocalipsis 4:11).
Este anuncio es una verdad teológica que tiene que concretizarse en cada familia. ¿Cómo se puede cumplir que nuestra familia lleve el apellido de Dios? Nuestra familia puede tener el apellido que la identifica como perteneciente a Cristo.
Así pasó con el carcelero de Filipos, que cuando preguntó “¿qué debo hacer para ser salvo?” Recibió la respuesta simple y clara: “Cree en el Señor JesuCristo, y serás salvo –tú y tu casa”.
Los misioneros Pablo y Silas estaban en el calabozo por haber liberado a una muchachita que estaba esclavizada por sus patrones. Cuando el evangelio tocó el bolsillo de esos patrones, los misioneros fueron vistos como criminales y sus actividades merecieron la cárcel.
Ahí en la cárcel, estos misioneros no se quejaron de Dios, sino que comenzaron a cantar himnos.
Algunos de los himnos que aquellos cristianos del Nuevo Testamento cantaban sobre Cristo como Dios están en los textos de Filipenses 2 y Colosenses 1: Siendo Cristo Jesús de condición divina, no quiso hacer de ello ostentación, sino que se despojó de su grandeza y asumió la condición de siervo… Él es la imagen del Dios invisible, el primogénito de toda creación. Todas las cosas en él fueron creadas, las de los cielos y las de la tierra: visibles e invisibles, sean tronos, sean dominios, principados, o potestades; todo fue creado por él y para él. Y él es antes de todo, y todo en él subsiste…
El carcelero estaba a punto de quitarse la vida porque supuso que todos los presos habían escapado. Pablo le anunció la buena noticia: Creer en el Señor JesuCristo, para la salvación de toda su casa.
Al orar, decimos al Señor: creemos en ti para que nuestra familia lleve tu apellido. Que aquellos que proyectan fundar una familia pongan como prioridad que su familia te pertenezca a ti. Amén.
…a fin de que, conforme a las riquezas de su gloria, les conceda ser fortalecidos con poder por su Espíritu en el hombre interior… (Efesios 3:16 Reina-Valera Actualizada 2015)
El pastor dobla sus rodillas para suplicar a Dios por su congregación. Todo líder cristiano tiene el deber de orar por su pueblo. En eso consiste un porcentaje muy importante del ministerio en sí.
Tener a una persona que realiza funciones pastorales es tener a alguien que ora por ti.
Hoy en día se confunde la tarea pastoral con la predicación, como si en predicar consistiera toda la función del pastor. Y sí, efectivamente, el predicar es una parte importante del ser líder cristiano. Pero si no hay oración por la congregación, las predicaciones más excelsas no sirven para nada. Lo que da efectividad a la predicación es la oración.
El pastor tiene una relación estrecha con el Señor por medio de la oración. Ora porque no se puede tener un ministerio sin contar con la compañía, la dirección y la gracia de Dios. El pastor ora por su propio corazón, y por toda su congregación.
Lo primero que Pablo suplica a Dios en oración por los efesios es que sean fortalecidos en el interior por el poder del Espíritu Santo. En la dimensión de lo interno, en el corazón, somos una persona que mora ahí dentro.
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No somos sólo una masa de tejidos, huesos, músculos y órganos. No somos sólo cuerpo. Ahí está una persona, que se identifica con un nombre. Que esa persona interior esté fortalecida con poder por el Espíritu Santo. Las cosas que se hacen con el cuerpo tienen grandes implicaciones en la vida.
Existe el hombre interior, la mujer interior, la persona que somos, nuestra conciencia. No somos solamente un conjunto de órganos y sistemas fisiológicos, ni somos sólo un complejo enredo de neuronas dentro del cráneo y en la espina dorsal.
No somos sólo la realidad física. Hay una persona, una identidad, una conciencia, un yo. Es el hombre interior: Una persona que al mirarse al espejo, dentro de las pupilas distingue a alguien ahí dentro, que responde a una vocación delante de Dios.
A lo primero que hemos respondido –aun sin darnos cuenta, es a la voz de Dios, que nos llamó a existir. Aun desde antes que nuestros padres nos asignaran un nombre, Dios nos conoce, y nos ama. Dios sabe quiénes somos, y busca relacionarse con nosotros como un buen Padre celestial, gracias a lo que hizo el Señor JesuCristo y a través de su Espíritu Santo.
El hombre interior está enfermo. Está debilitado. Está descuidado, porque casi todos piensan que sólo hay que cuidar al cuerpo y que no hay que ocuparse de las cuestiones importantes de la vida, que están en el interior. Al orar decimos: Señor, te rogamos que por tu Espíritu Santo, y conforme a las grandes riquezas que hay en Cristo Jesús, nos fortalezcas en lo interior, en la vida de la fe y la oración. Amén.
Entonces Cristo habitará en el corazón de ustedes a medida que confíen en él. (Efesios 3:17 Nueva Traducción Viviente)
La oración pastoral no sólo es que el pueblo de Dios sea fortalecido por el Espíritu en el interior, sino también que Cristo habite ahí.
Esto significa que no sólo predicamos la vida espiritual, desprovista de todo contenido cristiano. No se trata solamente de “estar en contacto con el misterio”, o de admitir que existe la dimensión espiritual, sino que hay un contenido cristiano que informa, instruye y ocupa la vida espiritual.
No se trata simplemente de aprender a poner la mente en blanco, o de practicar técnicas espirituales de meditación, sino de que nuestra vida interior sea fortalecida con el poder del Espíritu Santo y que sea morada y habitación plenamente ocupada por Cristo.
El hombre interior, la persona que somos por dentro, nuestra conciencia, nuestra identidad, debe estar en sumisión a Cristo. Si Cristo habita en nuestro corazón (es decir, en el centro de nuestro ser) es para ser ahí el Rey y Señor.
Que ese que vive adentro, ese que atiende cuando se le llama por nombre, ese que maneja la voluntad y la vida desde el centro del ser, se ponga de rodillas ante el Señor Jesús. Que le entregue las llaves y las riendas de su vida al Señor JesuCristo.
Que se rinda ante Cristo. Que diga: “Ya estoy cansado (o cansada) de haber cometido tantos errores en mi vida, de haber hecho siempre lo que yo quería –mi voluntad en lugar de la tuya”.
Que pueda decir: “Señor, a partir de hoy, que se haga tu voluntad y no la mía. Que yo mengüe y tú crezcas cada día; que sea lo que tú quieres, Señor Jesús, y no lo que yo.”
Entonces, que Cristo habite no sólo como un inquilino o un rentero en nuestro corazón, sino como el dueño de toda la casa. Esto sólo se logra por medio de la fe. Es a medida que vamos confiando más y más en él, para que sea el Señor de toda nuestra existencia.
Si la fuerza del Espíritu Santo es el motor de nuestra vida interior y si Cristo habita en nuestro corazón por la fe, entonces podemos disfrutar la vida plena y abundante que se nos ha prometido, para ser canales de la bendición de Dios a todas las familias de la tierra.
El propósito de Dios no es solamente bendecirnos espiritualmente y llenar nuestra vida del señorío de Cristo, sino hacernos sus instrumentos de bendición a todo el mundo que nos rodea.
Si el Señor nos bendice es para bendecir a otros. Si somos llenos de Cristo es para que Cristo pueda bendecir a quienes nos rodean, a todo el mundo, tanto los que están cerca como los que están lejos.
Que su Espíritu nos fortalezca y que el Hijo JesuCristo habite en nuestro corazón, para poder ser canales de la nueva creación y de bendición a todas las familias de la tierra.
…y que el amor les sirva de cimiento y de raíz. (Efesios 3:17La Palabra)
Las tres cosas que el pastor suplica a Dios por su congregación son: que el Espíritu Santo fortalezca la vida interior de cada creyente, que el Hijo JesuCristo habite en el centro y ordene la vida, y que el amor sea cimiento y raíz para cada uno de los miembros de la congregación.
En un tiempo como el nuestro, cuando todo es superficial, cuando el cuerpo es glorificado por la cultura como lo más importante, es urgente fortalecer la vida interior por la amistad del Espíritu Santo.
Hay que atender lo más importante, hay que valorar lo profundo, hay que saber quiénes somos mucho más allá de las apariencias de nuestro cuerpo.
Sin embargo, esa profundización en lo espiritual no es sólo cuestión de superación personal, o de encontrarse a sí mismo y nada más. Hay que rendirse plenamente a la soberanía del Señor Jesús.
Si Cristo habita el corazón no lo hace sólo como un tímido invitado que no pasa más allá de la sala. Es el Señor que gobierna y pone en orden todos los rincones de la vida.
Y todo esto tiene que desembocar en el amor. No es posible que alguien sea fortalecido en el interior por el Espíritu, y que Cristo viva en su corazón, para que luego sea una persona que no sabe amar.
La tercera petición pastoral es que los hermanos y hermanas que se han fortalecido en su vida espiritual y que han cedido a Cristo las riendas de su vida estén cimentados y arraigados en el amor.
Que el amor sea la fortaleza de su vida. Que sean personas que sirven y actúan en amor. Sus palabras son palabras de amor y sus actos son actos de amor.
Que el amor sea cimiento y raíz. Porque hay quienes piensan como constructores –ingenieros o arquitectos—que todo lo ven como edificios que necesitan cimientos; y hay quienes piensan como biólogos –que lo ven todo más orgánico, como seres vivos que tienen raíces. Cimiento para los unos y raíz para los otros, pero es la misma idea.
Cimentados, como si estuviéramos construyendo el edificio de nuestra vida; y enraizados, como si fuéramos un árbol. Que la base, (y aun lo que está más profundo que la base) sea el amor.
Porque si la vida está cimentada y enraizada en el amor que se reveló en Cristo Jesús, entonces estamos firmes y fuertes. Pueden venir las tormentas, huracanes o tempestades. Tu vida no se va a desmoronar ni a derrumbar, porque el amor es su cimiento y raíz. Siempre triunfará el poder del amor.
Todo el que ama no se puede perder porque sólo el amor es lo que perdura, y Dios es amor. Es el amor a Dios y a todo lo que Dios ha hecho. Es el amor por la Palabra de Dios. Es el amor por el pueblo de Dios. Es el amor por los planes de Dios. Es el amor por el mundo que Dios ama de tal manera… Es el amor por el prójimo, como a uno mismo.
Pedimos en oración que el pueblo de Dios cultive y fortalezca la vida espiritual por la amistad estrecha con el Espíritu, que Cristo habite y ponga en orden cada vida, y que nuestro cimiento y raíz sea el amor. Amén.
Y que así puedan comprender con todo el pueblo santo cuán ancho, largo, alto y profundo es el amor de Cristo. Pido, pues, que conozcan ese amor, que es mucho más grande que todo cuanto podemos conocer, para que lleguen a colmarse de la plenitud total de Dios. (Efesios 3:18-19 Dios Habla Hoy)
Si la amistad estrecha con el Espíritu Santo fortalece nuestra vida interior, y si todos nuestros asuntos se ponen en orden porque Cristo habita y gobierna en nuestro centro de operaciones, y si nuestro cimiento y raíz es el amor del Padre, entonces podremos comprender lo incomprensible, podremos conocer lo que excede a todo conocimiento: el evangelio, la historia de amor de Dios por el mundo, es decir, el amor de Cristo.
Aquí se hace referencia a la historia de amor más extraordinaria de todas. Porque las epístolas están estrechamente vinculadas a los Evangelios. Tanto éstos como aquellas dan testimonio de Cristo.
Los Evangelios de manera narrativa, y las epístolas de manera explicativa, pero todo es testimonio del amor que Dios nos demostró por medio del Señor Jesús.
Es un amor largo, profundo, alto y ancho. Tan alto que no puedo estar arriba de él, tan bajo que no puedo estar debajo de él, tan ancho que no puedo estar afuera de él. Grande es el amor de Dios.
Si piensas que has caído muy bajo en la vida, porque has cometido errores terribles, imperdonables, no puedes estar por debajo del amor de Cristo. Su amor te puede alcanzar ahí en las profundidades a donde has caído.
Él dijo: “No te condeno. Vete y no peques más”. Y si crees que eres tan perfecto en las alturas de tu rectitud moral, de manera que sientes que no necesitas el amor de Cristo, hasta allá también te puede alcanzar su amor; no puedes estar por encima. De igual manera lo necesitas. Él dijo: “Es necesario nacer de nuevo”.
Incluso si opinas que no quieres nada con Cristo, y piensas que Cristo tampoco se interesa por ti, y crees que entre Cristo y tú sólo hay indiferencia por ambas partes, su amor es tan ancho que no puedes quedar fuera de su alcance. Él dijo: “He venido para servir, y para dar mi vida en rescate por muchos”.
En Cristo, Dios nos ha alcanzado a todos, y de todas las maneras, en los lugares en que nos encontramos. El Señor Jesús vino a revelarnos plenamente, nítida y claramente, a Dios.
Sin Cristo estamos perdidos, sólo palpando a tientas en la oscuridad. Pero en Cristo tenemos la plenitud de Dios. Cristo no es sólo uno de muchos resplandores de la luz de Dios, sino que es su plenitud. No es sólo una buena parte de Dios, sino el todo. En Cristo conocemos plenamente a Dios.
Dios, que podamos ver lo que el mundo no ve, comprender lo que nadie comprende, y conocer lo que excede a todo conocimiento: la forma en que has amado al mundo entero en tu Hijo Jesús, a quien has dado toda autoridad en el cielo y en la tierra. Amén.
Y a Aquel que es poderoso para hacer todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos, según el poder que actúa en nosotros, a él sea gloria en la iglesia en Cristo Jesús por todas las edades, por los siglos de los siglos. Amén. (Efesios 3:20-21 Reina-Valera 60)
En Cristo, Dios nos ha alcanzado con su amor, y no hay forma que escaparnos, por lo alto, lo bajo, lo largo, lo ancho y lo incomprensible de este amor. Dios está a nuestro favor, incluso más a nuestro favor de lo que nos imaginamos.
Que sean conocidas nuestras peticiones y súplicas delante de su trono, pero hemos de saber que Dios está en acción para hacer todas las cosas de manera mucho más excelente que lo que alcanzamos a pedir. El Espíritu Santo está en acción, produciendo la salvación –en nosotros, y por medio de nosotros a todo nuestro entorno.
Su poder actúa en nosotros. Nos convence de pecado cuando nuestro rumbo es erróneo, y pone en nuestro corazón el impulso de buscar su camino, que es camino de justicia y verdad. Cristo es ese camino. Buscar a Cristo es la mejor de todas las estrategias, es la más buena de todas las buenas obras. Buscar al Señor Jesús es el resultado del trabajo del Espíritu Santo en nuestra vida.
El poder del Padre actúa en nosotros porque el Espíritu no sólo nos convence de nuestros errores, sino que también encamina nuestros pasos por el buen juicio. Nos damos cuenta de que muchas de las cosas que pedimos a veces sólo reflejan nuestros deseos, o los deseos de los demás que hemos incorporado, tomado prestado, imitado o copiado.
El Espíritu Santo da testimonio a nuestro espíritu en cuanto a que somos hijos e hijas del Padre por la obra del Señor Jesús. Es todo lo que requerimos. Ninguna bendición material se compara con la preciosa identidad que tenemos en Cristo Jesús, nuestro Señor.
Por eso hay que vivir todos los días como si fuéramos un cántico de alabanza a Dios. Nuestra ética se convierte en una doxología. La adoración no es sólo un momento breve de sentimientos lindos en el culto, sino un estilo de vida de obediencia al camino que es Cristo.
Adorar es vivir la vida entera de rodillas frente a Dios y de pie ante los ídolos del mundo, en actitud segura y firme, desafiando su falsa autoridad y sus pretensiones sobre nuestro corazón.
Así, a Dios, que es capaz de hacerlo todo de un modo incomparablemente mejor de lo que pensamos, pedimos o entendemos, sea la gloria en Cristo; a Dios sea la gloria en la iglesia, sea la gloria de siglo en siglo, y por generaciones sin término.
Pidamos a Dios que por su Espíritu podamos vivir para su gloria, en nuestros asuntos personales, y en nuestra familia, en nuestra vida comunitaria como iglesia y en nuestra relación con su Hijo eterno, el Señor Jesús, a quien ha dado toda potestad en el cielo y en la tierra. Amén.
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