No había buscado a Dios, pero Dios lo buscó a él. Era redimido. Todo un ejemplo de que no es por obras, sino por el que llama.
De Sodoma (también Gomorra y otras ciudades vecinas, pero a veces suelta) tenemos referencias en la Escritura como ejemplo y admonición. Parece que en el asunto también “mi pueblo fue llevado cautivo porque le faltó conocimiento”; les di mis leyes y ellos a lo suyo, las suyas. Con su moral han despreciado mis enseñanzas.
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Seguro que han escuchado en púlpitos una y otra vez clamar contra los habitantes perversos de Sodoma. Con eso de la moral elegetebi, esa que dicta que si estás a gritos y con pose contra ese modelo, eres un modelo ético, y defensor de los valores que te valen, se ha caído en un desorden moral enorme.
El relato del juicio contra Sodoma y Gomorra y sus vecinas, que fueron arrasadas, abrasadas, lo doy por suficientemente conocido. Salvando a los dos ángeles, mensajeros, y a Lot, que se dice que era redimido, (aunque su conducta externa no lo muestre, lo que a veces pasa) quiero indicar que tanta conducta inmoral se da fuera en la ciudad como dentro de la casa.
Sodoma era rica. Y Lot se fue allí porque era rica. Sus habitantes eran bastante inmorales. Como extranjero ciertamente, no sabemos cómo se obtenía la ciudadanía, pero allí estaba su casa. El mismo buscó lo que tenía. No había buscado a Dios, pero Dios lo buscó a él. Era redimido. Todo un ejemplo de que no es por obras, sino por el que llama.
Nuestro Pedro nos dice que este justo Lot “afligía su alma cada día” viendo lo que veía. Si lo dice nuestro Pedro, así es, pero si él no llega a contarlo, nadie lo hubiera concluido. De su mujer no sabemos sino su final.
Suelo avisar de no mirar demasiado a eso de mirar atrás, porque al final te quedas parado como una estatua mirando y especulando. Pasó lo que pasó, que así está narrado, pero no sabemos qué pasó.
A sus hijas las había dado en matrimonio, todavía no terminado, con dos sodomitas. En fin, que su casa muy de valores de esos que ahora se presumen, no parece. Lo que hacen con su padre en la cueva de la desesperación, no es muy ejemplar.
Lo que hace este Lot cuando los habitantes de Sodoma, los varones, todos, jóvenes y viejos, le piden cuentas sobre los dos extraños que había metido en su casa, es de miseria moral enorme. La conducta sexual de esa gente era, cuando menos, de intensa opresión y dominación. Que allí solo hubiera lo que hoy llamamos homosexuales no se sostiene.
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La gente se casaba y se daba en casamiento, en familias “naturales”. Nuestro Judas, el bueno, dice que esa gente “de la misma manera que los ángeles que no guardaron su dignidad, sino que abandonaron su propia morada… de la misma manera que aquellos, habiendo fornicado e ido en pos de vicios contra naturaleza…”, con lo que ya se ve que esos no son de un colectivo, sino los que sacando sus fantasías crean sus propios modelos morales.
Con lo que dice Judas tendríamos un montón de sodomitas y gomorritas, clamando contra los elegetebi, pero siendo sus herederos en cuanto a desprecio de la verdad, imponiendo la suya propia. “Manchas en vuestros ágapes, que comiendo impúdicamente [el colmo, y esto no se dice ni se predica en contra.] con vosotros se apacientan a sí mismos… fieras ondas del mar, que espuman su propia vergüenza…” [leedlo todo, que aquí no entra].
Si bien lo miras, estos corruptores, son como drag queens revestidos de moralina religiosa. Crean sus propios trajes de purpurina moral, y se exhiben. ¡Estos burladores ya de largo tiempo están reservados para el juicio, como les vino a los sodomitas y gomorritas!
Lot, al proponer entregar a sus hijas vírgenes para que la manada de vecinos hiciera con ellas como su lujuria les apeteciera, realizó un acto de miseria moral atroz. No hay excusa. También sus hijas, y ellas especialmente, estaban “bajo su techo”. Vemos que la miseria humana toca techo muchas veces. Por eso cuando las predicaciones estilo del fariseo se suben al pedestal de la moral, deben ser despreciadas y aborrecidas, y los predicadores de ese evangelio miserable, callados.
No hemos descubierto nada aquí. Que nuestro profeta ya lo proclama [todo el cap. 16 de Ezequiel es una joya, regálate su lectura.]: “Vivo yo, dice Jehová el Señor, que Sodoma tu hermana y sus hijas no han hecho como hiciste tú y tus hijas… Ni aun anduviste en sus caminos, ni hiciste según sus abominaciones, antes, como si esto fuera poco y muy poco, te corrompiste más que ellas en todos tus caminos… He aquí esta fue la maldad de Sodoma tu hermana: soberbia, saciedad de pan, y abundancia de ociosidad tuvieron ella y sus hijas; y no fortaleció la mano del afligido y del menesteroso, y se llenaron de soberbia, e hicieron abominación delante de mí…”
La moral que sale de la naturaleza humana tiene su modelo en Sodoma y en la casa de Lot. Sigue y ya la verás en los monasterios, y en los modelos inventados por religiosos de todo tipo. Pueden parecer muy diferentes, pero todos nacen y mueren en el mismo manantial. Nacen y mueren porque su “vida” es solo muerte, que la dice la Escritura.
Por otra parte, cualquier moral natural es siempre contra la naturaleza. El pecado es ese manantial de rebelión que destruye y no puede crear más que destrucción y muerte.
Además de Sodoma y la casa de Lot, ahora tenemos la gracia redentora que ha constituido una nueva creación, una nueva naturaleza. Esa que vino a Abraham y lo constituyó en padre de la fe, con la fe que le fue dada, y que obra según su naturaleza, no la antigua de muerte.
Esa gracia se da y vive en medio de Sodoma, pero llegará el día final en que será sacada. Mientras seguimos con los restos de nuestra naturaleza, dolidos, pero no destruidos.
Está ahí, con todos los dolores de verse a sí misma en su miseria, pero viendo al Invisible, que impide que pueda matarnos esa nuestra fuente de maldad.
Esa es la voz de la cruz para el redimido: tu pecado es impotente. Lo que le daba poder ha sido clavado en la cruz. Ahora se ha anulado el acta de condenación. Pero la cruz no es ni el desorden de Sodoma ni la ordenación humana religiosa, todo según la humana naturaleza.
La naturaleza “era una palabra vacía cuando no se estaba en condiciones de penetrar en la propia y cuando en ella anidaba algo monstruosamente indomable que equivalía a no tenerla. Eso indomable se mostraba bien en el desajuste perenne de la conducta respecto de la Ley. Era la firme evidencia de que la filosofía moral clásica se limitaba a exigir lo que el ser humano ni sabía ni podía dar. Ajustarse a la naturaleza era inviable. Si se contraponía esa exigencia a su continuo incumplimiento, la conciencia quedaba perturbada, sometida a una maldición. Desde la naturaleza, el hombre es una realidad frustrada y frustrante, el ser que inevitablemente se desgracia. Era necesario una nueva creación… Esa segunda creación era la de la gracia y del Espíritu”. (Villacañas)
Si el Señor no nos hubiera dejado un resto escogido por gracia, seríamos como Sodoma y Gomorra.
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