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¿De dónde venimos, qué somos, a dónde vamos?

Dios, gracias porque en ti está nuestro pasado, presente y futuro.

ENROLADO POR LA GRACIA AUTOR 1053/Joel_Sierra 31 DE AGOSTO DE 2025 10:00 h
Foto de [link]Laila[/link] en Unsplash

Cuando alabamos la gloria de Dios encontramos el propósito verdadero de nuestra vida.



Es suficiente



Pablo, apóstol de Cristo Jesús por la voluntad de Dios, a los santos y fieles en Cristo Jesús que están en Éfeso: Que Dios nuestro Padre y el Señor Jesucristo les concedan gracia y paz. (Efesios 1:1-2 NVI)



Gracia y paz son un par que casi siempre está presente en las salutaciones de las epístolas del Nuevo Testamento. Gracia y paz de Dios el Padre y de su Hijo eterno el Señor JesuCristo.



Así comienza la carta de Pablo a los cristianos efesios. Se presenta como apóstol, mensajero enviado por Cristo Jesús. Y este envío no es un capricho ni una ocurrencia de Pablo, sino que todo su ministerio es en cumplimiento de la voluntad de Dios. Porque todo verdadero apóstol—misionero de Cristo Jesús el Señor, lo es de acuerdo a la buena, sabia y perfecta voluntad de Dios.



Nadie que se diga o que se considere, o que se autoproclame “apóstol” puede conducir sus asuntos fuera de la voluntad de Dios. Ningún líder del evangelio verdadero ha de andar con asuntos turbios, en malos pasos, o en conductas vergonzosas, sino que debe realizar su ministerio de apóstol por la voluntad de Dios, y en la voluntad de Dios.



La insistencia del Nuevo Testamento es que el Padre Dios y JesuCristo el Señor comparten igualdad de dignidad, poder, autoridad y jerarquía. JesuCristo no se presenta como de menor categoría que el Padre. Él es el Señor. Este título de Señor utiliza el mismo vocablo que en el Antiguo Testamento se refiere exclusivamente a Dios.



En la divina trinidad hay igualdad de poder, dignidad y esencia de Dios en las tres divinas personas. En este primer capítulo de Éfeso, como prácticamente en todo el Nuevo Testamento, aparecen las tres personas de la trinidad como un solo y único Dios-en-acción.



Así pues, es perfectamente justo que gracia y paz provengan para nosotros a partir de la trinidad (de Dios en acción). No necesitamos nada más. En Dios tenemos todo aquello que precisamos. Para nuestra vida, en su comienzo, sólo requerimos la gracia y la paz de Dios. Así también, para sustentar nuestra existencia sólo nos hace falta la gracia y la paz de Dios. Y a la hora de nuestro final, lo único que necesitamos es la gracia y la paz de Dios. En Dios está nuestro pasado, presente y futuro. 



Sin embargo, es importante observar que, si no fuera por lo que se nos ha revelado de Dios a través del Hijo eterno, el Señor JesuCristo, no podríamos conocer la gracia ni la paz de Dios. El Señor JesuCristo es la buena noticia de Dios. Sin él no conoceríamos a Dios como un Dios de gracia y de paz. Nuestra relación con Dios tendría que estar basada en las buenas obras, en los esfuerzos humanos por agradar a un Dios que sólo adivinaríamos por intuición, a una divinidad severa y exigente, que demanda nuestra perfección y no provee para el perdón de nuestro pecado.



 



¿De dónde venimos? 



Alabemos a Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que por medio de Cristo nos ha bendecido con toda suerte de bienes espirituales y celestiales. Él nos ha elegido en la persona de Cristo antes de crear el mundo, para que nos mantengamos sin mancha ante sus ojos, como corresponde a consagrados a él. Amorosamente nos ha destinado de antemano, y por pura iniciativa de su benevolencia, a ser adoptados como hijos suyos mediante Jesucristo. De este modo, la bondad tan generosamente derramada sobre nosotros por medio de su Hijo querido, se convierte en himno de alabanza a su gloria. (Efesios 1:3-6 La Palabra)



Recuerdo que en mi adolescencia presencié una gran agitación entre los jóvenes de aquella época. Hubo un movimiento de alcance evangelístico dirigido hacia los jóvenes, que rescató a muchos que andaban en malos pasos, e inundó a las iglesias con grupos numerosos de muchachos que encontraban en el evangelio el sentido de su vida.



Me llamaba mucho la atención que cuando contaban su testimonio de vida, daban la impresión de estar compitiendo a ver quién había llegado más bajo en su condición perdida. Como si en nuestro pasado lo más importante fuera aquello que nosotros hicimos o dejamos de hacer. Como si contara más nuestra condición que las iniciativas y los planes de Dios.



Es cierto que en muchos casos ha habido sufrimiento. Sin embargo, lo que hayamos sido, bueno o malo, no es lo que importa, sino la iniciativa de la benevolencia de Dios. No es mejor cristiano el que estuvo más perdido, ni se requirió mayor esfuerzo de la gracia de Dios para salvarle. El hijo pródigo no tiene mayor prueba del amor de Dios que el hermano mayor (el fariseo de la familia) enojado por no querer celebrar el retorno de su hermano perdido.



Nuestro pasado está en Dios. No somos nosotros los autores de esta gran obra de arte que es la redención. El tamaño del amor y la gracia de Dios no se mide de acuerdo a nuestra necesidad, sino a su corazón y a la bondad tan generosamente derramada sobre nosotros por medio de JesuCristo.



Por eso cantamos el himno “Esta es mi historia”: Nuestro pasado es que Dios desde antes de la fundación del mundo nos tenía en mente. Nos seleccionó. Nos amó y en JesuCristo nos bendijo con bendiciones de todo tipo. De manera que la iglesia cristiana no es una improvisación de último momento ocasionada por el rechazo de Israel. O un “premio de consolación” para el Mesías, en vista de que Israel no lo recibió. Dios tenía en mente a la iglesia desde antes de comenzar a crear el universo. En la iniciativa de Dios está nuestro pasado.



Todo comienza en la buena voluntad e iniciativa de Dios. Dios nos tiene en su mente y corazón desde antes de nuestro comienzo. Ese es nuestro pasado. Ese es nuestro testimonio. Todo comienza en Dios. Señor, ayúdanos a fundar nuestro pasado en ti, y no en nuestras grandes tragedias.



 



¿Qué somos?



…para alabanza de la gloria de su gracia, con la cual nos hizo aceptos en el Amado, en quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados según las riquezas de su gracia, que hizo sobreabundar para con nosotros en toda sabiduría e inteligencia…  (Efesios 1:6-8 Reina-Valera 60)



Dios pensó en nosotros desde antes que existiéramos, y por su pensamiento hemos sido llamados a vivir. Por eso decimos que nuestro pasado está en Dios. Nuestra historia es la iniciativa del amor y la gracia de Dios.  Y también nuestro presente está en Dios.



¿Qué somos el día de hoy? Hemos sido aceptados gracias a la muerte del Hijo JesuCristo. Somos hijas e hijos adoptados por Dios y sellados por el Espíritu Santo. La santísima Trinidad es Dios-en-acción; es Dios-en-misión para rescatar lo que se había perdido.



Nuestra condición presente es ser una alabanza de la gloria de Dios. En esto consiste nuestro presente. De manera que así resuelve el Nuevo Testamento toda angustia o congoja existencial. Cuando nos preguntamos ¿Qué somos? ¿Por qué no somos un alacrán o una ardilla, una piedra o una planta? ¿Qué soy como ser humano? Soy un himno de alabanza a la gloria de Dios.



Dios nos ha llamado a ser para alabanza de la gloria de su gracia. En la Biblia, la palabra gloria puede significar importancia o buen nombre. Su traducción literal es “peso” y también “belleza”. Dios es glorioso porque es importante y tiene buen nombre. Quiere decir que es fiel y cumple lo que promete. Es de importancia y de peso. Y tiene hermosura.



En Salmos 27:4 dice que nuestro mayor deseo en la vida es contemplar la hermosura de Jehová. ¿En qué consiste la hermosura de Dios? No consiste en categorías estéticas como el equilibrio, la armonía o la proporción de una obra de arte. De los griegos aprendimos a separar y a clasificar. De modo que lo bello está colocado en el cajón de lo estético, y lo bueno corresponde a otro cajón, el de la ética. Pero de los hebreos aprendimos que en Dios se juntan lo bello y lo bueno, y se confunden en uno solo.



Dios es hermoso, es glorioso, pero no hay en la tradición bíblica ni una sola representación estética de Dios. Su hermosura, su gloria, es una característica ética. Dios es hermoso por su gracia, por la forma en que ha acompañado nuestro caminar, porque su mano eterna nos ha sostenido toda la vida, y nos ha mostrado su gracia una y otra vez. La gloria de Dios llena la tierra porque da de comer al hambriento, levanta al caído, hace ver al ciego, saca de la cárcel al que está en prisión, protege a las viudas, y es un Padre para todos los que estamos huérfanos.



La gloria, la hermosura de Dios es una categoría ética. Dios es hermoso por lo que hace. Extiende su mano para encontrar al perdido por medio de la sangre de su amado Hijo Jesús. Por eso hay que oír la invitación al arrepentimiento y la fe, y hay que abrir bien los ojos para detectar cómo el mundo entero está lleno de la gloria de Dios. Señor, queremos ser hoy un canto de alabanza a la gloria de tu gracia.



 



¿A dónde vamos?



En él también vosotros, habiendo oído la palabra de verdad, el evangelio de vuestra salvación, y habiendo creído en él, fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la promesa, que es las arras de nuestra herencia hasta la redención de la posesión adquirida, para alabanza de su gloria.

(Efesios 1:13-14 Reina-Valera 60)



En Dios está nuestro pasado, presente y futuro. A pesar de todo el dolor que embarga la existencia humana, creemos que toda la tierra está llena de la gloria de Dios; de un Dios que levanta al caído, acompaña al que sufre, sana al enfermo, endereza los pasos de quien va por camino torcido, y rescata al que se había perdido. Lo único que Dios pide es nuestro arrepentimiento y nuestra fe en Cristo Jesús.



La historia del universo entero encontró su punto culminante en Cristo, que llegó a nuestro mundo en el momento preciso dentro de la economía divina. En él se concentra todo el poder (celestial y terrenal). En Cristo se ha concretado la unión del cielo y la tierra. Todo tiene su centro en Cristo. Desde que el Señor Jesús caminó por los poblados de Galilea, su vida comenzó la eterna unión de todas las cosas.



Y el universo está encaminado hacia la unión de todas las cosas en Cristo. Llegará un día en que “toda rodilla se doblará y toda lengua confesará que JesuCristo es el Señor, para gloria de Dios el Padre”. En espera de ese futuro, de ese nuestro destino final, ya tenemos desde ahora un adelanto. Hemos recibido el Espíritu Santo. Es el “enganche”, el pago inicial que representa el compromiso formal de dar una suma total en el futuro.



Quienes hemos creído en Cristo hemos sido sellados con el Espíritu Santo. Quiere decir que pertenecemos a Dios, en la vida y en la muerte. Al momento de creer en Cristo fuimos sellados con el Espíritu para ser propiedad de Dios. Este sello es la garantía de nuestro futuro.



El día de nuestra muerte no representa algo terrorífico o indeseable, sino el momento de recibir una herencia. Al morir participamos plenamente en la liberación del pueblo que Dios ha adquirido con la sangre de su Hijo Jesús, y que ya gozamos anticipadamente por el Espíritu Santo. Cuando Cristo murió en la cruz hizo por nosotros algo que no podíamos hacer por nosotros mismos. La riqueza de su bondad nos perdona plenamente y efectúa el buen plan que Dios tenía desde antes de la creación.



Aquí está nuestro pasado, presente y futuro. Dios tomó la iniciativa y nos eligió. Ese es nuestro principio. Hoy dedicamos pensamiento, palabra y esfuerzos por entero a ser un canto de alabanza a la belleza de un Dios que, en el presente, consuela a quien sufre, reanima al desanimado y fortalece al débil. Y nuestro futuro no está lleno de angustias ni miedos. Más bien es una herencia preciosa que nos quita todo temor. Tenemos futuro de gloria y bendición, y el Espíritu nos lo recuerda desde hoy.  



Dios, gracias porque en ti está nuestro pasado, presente y futuro. Ayúdanos a vivir en esta confianza y certeza en medio de tantas aflicciones presentes. Amén.



 



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