En las Sagradas Escrituras, la mañana es un tiempo lleno de gloria y maravilla.
Oh SEÑOR, de mañana oirás mi voz; de mañana me presentaré ante ti y esperaré. (Salmo 5:3 Reina-Valera Actualizada 2015)
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Despertar es una experiencia que indica la realidad de la resurrección. Al estar dormidos, nuestra vida estaba suspendida, como si prefiguráramos la muerte, durante la noche. Pero en la mañana despertamos y recibimos la gracia de un nuevo día: una nueva oportunidad de vida.
En las Sagradas Escrituras, la mañana es un tiempo lleno de gloria y maravilla. Es el tiempo en que la iglesia recibe la ayuda que proviene de su Dios: “Dios está en medio de ella; no será movida. Dios la ayudará al clarear la mañana” (Sal 46:5); es el tiempo de alegría después de una noche de llanto: “Por la noche dura el llanto, pero al amanecer vendrá la alegría” (Sal 30:5); es el tiempo de la proclamación de la Palabra divina: “El SEÑOR es justo en medio de ella; él no hará maldad. Cada mañana saca a luz su juicio; nunca falta” (Sof 3:5); es el tiempo de la distribución diaria del sagrado maná (Éx 16:13-ss).
Antes del amanecer, el Señor Jesús se retiraba a orar (Mr 1:35); las mujeres fueron a la tumba del Maestro en las primeras horas de la madrugada, y de madrugada los discípulos encuentran al resucitado Jesús a la orilla del lago de Tiberias (Jn 21:4). El pueblo de la fe despierta porque está expectante de los actos maravillosos de Dios en este día: “Abraham se levantó muy de mañana, fue al lugar donde había estado delante del SEÑOR” (Gn 19:27); “Moisés escribió todas las palabras del SEÑOR. Y levantándose muy de mañana, erigió al pie del monte un altar y doce piedras según las doce tribus de Israel” (Éx 24:4); “…sucedía que Job mandaba a llamarlos y los purificaba. Levantándose muy de mañana, ofrecía holocaustos conforme al número de todos ellos” (Job 1:5); Y la lista de ejemplos es larga. El sueño ya no nos retiene cautivos. Nos apresuramos a recibir la gracia tempranera de Dios.
Al despertar, espantamos todas esas formas oscuras y todos esos sueños confusos de la noche, porque pronunciamos la bendición matutina y nos encomendamos a vivir este día para el Dios que es Padre, Hijo y Espíritu Santo. Si durante el día no podemos deshacernos del mal humor o de emociones y deseos descontrolados, casi siempre es porque son residuos de la noche que no pudimos espantar en la mañana y que ahora quieren venir a intentar estropearnos el día.
Demos gracias al Señor por el amanecer y todo lo que significa. Queremos caminar con Cristo cada día, para conocerle mejor y amarle más.
En un borrador escrito por D. Bonhoeffer entre los años 1935 y 36, titulado “Instrucciones en la meditación”, aparecen ideas que luego se desarrollaron más en su libro Vida en comunidad. Ahí dice este autor:
Los primeros momentos del nuevo día no deben estar llenos de nuestros propios planes y preocupaciones, ni siquiera de nuestro celo afanoso por realizar nuestro propio trabajo, sino que son momentos que pertenecen a la gracia liberadora de Dios y a su presencia santificadora. Para todos aquellos cuya motivación para despertarse temprano es la preocupación, la Sagrada Escritura les dice: “En vano se levantan de madrugada y van tarde a reposar comiendo el pan con dolor” (Sal 127:2).
Para comenzar el día, no he de tener frente a mí mis ansiedades sobre el día que empieza, ni el peso de mi trabajo y mi responsabilidad. Más bien debo presentarme ante el Señor que me despierta cada mañana: “cada mañana despierta mi oído para que yo escuche, como los que son adiestrados” (Is 50:4).
Antes que el corazón se abra al mundo, Dios quiere abrirlo para sí mismo; antes que el oído reciba las múltiples voces del día, debe oír en las primeras horas del día la voz del Creador y Redentor. Dios preparó la quietud de la mañana para regalarnos su amor. Así debemos vivir la mañana.
Antes de nuestro pan cotidiano debe estar la Palabra cotidiana. Sólo así se podrá recibir el pan con acción de gracias. Antes de nuestro trabajo cotidiano debe estar la oración de la mañana. Sólo así el trabajo se hará como cumplimiento del mandato de Dios. La mañana nos brinda una hora de tiempo quieto para la oración y para la devoción que compartimos con todo el pueblo de Dios.
Ciertamente no es tiempo perdido. ¿De qué otra forma podríamos prepararnos para enfrentar las tareas, los apuros, y las tentaciones del día? Y aunque casi nunca estamos “de humor” para meditar y orar, ese tiempo devocional es un servicio obligatorio a Aquel que desea nuestra alabanza y oración, y que sólo va a bendecir nuestro día por medio de su Palabra y de nuestras oraciones.
Busquemos la ayuda del Señor desde temprano y sin cesar en cada día que comienza, démosle gracias por el don de la mañana y porque viene a nuestro auxilio desde los primeros momentos del día.
No es legalismo preocuparse por el orden en nuestra vida cristiana y por nuestra respuesta fiel en lo que se nos requiere en cuanto a lectura bíblica y oración. La lucha contra el legalismo de ninguna manera implica entregarse al desorden y abandonar la oración y la lectura bíblica.
El antídoto contra el legalismo no es la falta de límites. Sigue en pie el mandamiento: “no se embriaguen con vino, pues en esto hay desenfreno. Más bien, sean llenos del Espíritu” (Ef 5:18). No por rechazar el legalismo vamos a caer en el libertinaje.
El desorden socava y destruye la fe. No se debe confundir la libertad evangélica con la falta de disciplina. La persona que quiera desarrollar bien un ministerio espiritual pleno e íntegro, sin precipitarse a la ruina del mero activismo, es decir, sin provocarse un desastre personal, familiar o ministerial sólo por llenarse de tareas agotadoras y extenuantes, debe aprender desde el comienzo la disciplina espiritual del siervo o sierva de Cristo Jesús.
El joven o señorita que obedece al llamado al servicio del reino encontrará mucha bendición si establece tiempos fijos para la oración y la quietud de unos minutos devocionales, y si los mantiene, los respeta y los guarda con paciencia y persistencia.
Todo cristiano requiere pasar tiempo en silencio para la oración. Y los líderes lo requieren mucho más. Por la designación y la responsabilidad de realizar una tarea especial, se necesita pasar más tiempo con la Palabra de Dios y la oración. ¿Cómo podemos enfrentar el día como ministros de la Palabra, predicando y enseñando, ayudando a llevar las cargas de los demás, si nosotros mismos no hemos experimentado la ayuda de Dios para el día que comienza?
No queremos que nuestro trabajo se convierta en algo rutinario y vacío. Por eso es bueno estructurar el tiempo de oración alrededor de un pasaje de la Escritura. Eso le da contenido a nuestra oración y nos da confianza y firmeza para mantenernos fieles. Puede ser el mismo pasaje para toda la semana. Así la Palabra puede morar en nosotros; y cobrar vida; consciente o inconscientemente, estará presente acompañándonos a cualquier lugar que vayamos. No cambiemos tan rápido los textos de meditación para evitar la superficialidad. Si usamos las Escrituras para hablar con Dios, aprendemos a orar con el lenguaje que Dios ha usado para hablarnos. Aprendemos a hablar con Dios del mismo modo que el niño pequeño aprende a hablar con su madre. Pidamos al Señor que nos enseñe a orar, utilizando las mismas palabras con las que él nos ha hablado. Que tengamos más amor por su Palabra, que es viva y eficaz.
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A partir de la Palabra de Dios, oramos todo lo que la Palabra nos enseña; oramos con las ideas, palabras y frases que recibimos de Dios en las Escrituras. Ponemos delante de Dios el día que comienza y purificamos nuestros pensamientos e intenciones ante Dios. Pero, sobre todo, oramos para estar en comunión plena con JesuCristo. Ese es nuestro ruego diario.
No queremos olvidar orar por nosotros mismos. Que en la hora de la prueba y de la tentación, no caigamos, sino que nos mantengamos firmes en la fe. Luego, hay frente a nosotros un campo muy amplio de intercesiones. Nuestra visión se expande para orar por personas y situaciones cercanas y lejanas, para encomendarlas a la gracia de Dios. Nadie de los que hayan solicitado nuestras oraciones debe quedar fuera. Hay que incluir a todos aquellos que han sido puestos bajo nuestro cuidado, ya sea por relaciones personales o por compromisos profesionales –y la lista es larga.
También hay que orar por aquellas personas que no tienen quién ore por ellas. Los apartados, marginados y solos. No debemos olvidar dar gracias a Dios por quienes nos ayudan y nos fortalecen con sus intercesiones.
Si no sabemos qué decir en la oración tenemos confianza en que el Espíritu Santo ora por nosotros. Podemos partir de la oración modelo que el Señor nos enseñó: el “Padre nuestro”. Cada día de la semana corresponde a una frase. El domingo podemos orar: “Santificado sea tu nombre”. El lunes: “Venga tu reino”. El martes: “Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra”. El miércoles: “El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy”. El jueves: “Perdónanos nuestras deudas, como nosotros también perdonamos a nuestros deudores”. El viernes: “No nos dejes caer en tentación, mas líbranos del mal”. Y el sábado: “Porque tuyo es el reino, el poder y la gloria, por todos los siglos”. Para luego volver a comenzar la semana de oración el domingo…
No queremos concluir el tiempo de oración sin repetir con gran convicción un “Amén” que sella nuestra confianza en el Padre celestial.
Dios nos habla en su Palabra, al leer las Sagradas Escrituras, en el silencio de la mañana; podemos tener comunión con Dios en la oración que hacemos en soledad.
Así podemos enfrentar con confianza el día de trabajo que comienza.
Señor, danos la bendición de saber que estás cerca en cada momento del día. De mañana, sácianos de tu misericordia. Cúbrenos con tu amor en el día, y de noche, rodéanos con la luz de tus cánticos de liberación. Amén.
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