Desde la condición galilea de marginación se puede ejercer con alegría la singularidad de la misión cristiana.
Su aspecto era como un relámpago, y su vestido blanco como la nieve. Y de miedo de él los guardas temblaron y se quedaron como muertos. Mas el ángel, respondiendo, dijo a las mujeres: No temáis vosotras; porque yo sé que buscáis a Jesús, el que fue crucificado.
(Mateo 28:3-5 Reina-Valera 60)
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El ángel de Mateo 28 es un personaje muy simpático. Tenía el aspecto deslumbrante de un relámpago; no era nada común y corriente. Entró en escena en medio de un terremoto y quitó la piedra de la entrada de la tumba del Señor Jesús. Con todo y su aspecto imponente, mostró algunos rasgos de su personalidad, pues se sentó sobre la piedra, en actitud espontánea y jovial, con la alegría del anuncio de la realidad de la resurrección.
Los soldados se espantaron y quedaron como muertos del susto. En realidad, tenían motivos para ponerse a temblar. En cambio, a las mujeres, el ángel les dijo: “No temáis vosotras”. Esto significa que la resurrección tiene un efecto diferente en los soldados y en las mujeres. Es un mensaje que espanta a los guardias y los deja como muertos, pero el ángel explica a las mujeres: “Ustedes no tengan miedo”. Es como si dijera: “Está bien que esos soldados sí se espanten y queden paralizados. Pero ustedes y yo estamos en el mismo equipo. Esta alegría es para ustedes”. Según la ideología del imperio, los soldados representan el poder de la violencia, de la dominación y de las armas. Pero la resurrección es un poder mucho más grande que el de las armas. Es una alegría que espanta al sistema de dominación por la fuerza, deja temblando a los representantes de la ley del más fuerte, deja como muertos a los que se conducen por la vida defendiendo el sistema en el que los hombres dominan a las mujeres, los ricos a los pobres, los blancos a los negros, y los que tienen educación a quienes no la tienen.
Esos soldados son representantes de Roma. Es el imperio en el cual los hombres no se conducen “como Dios manda”. En esa orientación de vida imperial, el hombre es un intento fallido, un fiasco. No cumple su función como varón. No se hace responsable y no tiene palabra. Deja solas a las mujeres en la tarea de hacer familia y formar cultura. Esos hombres representados por los guardias no cuentan. Más bien, estorban. Son una mentira y no son hombres auténticos.
Hoy en día sigue vigente esa falsa imagen del hombre. Su violencia y su fuerza física los hace creer que son algo, pero en realidad no son nada. La realidad de la resurrección desafía al varón a portarse como hombre de palabra y de verdad, que sabe lo que quiere y que ha puesto a Dios como su prioridad. Consagra sus energías para la causa del reino, y busca hacer las cosas “como Dios manda”. Que podamos distinguir el desafío de la resurrección del Señor Jesús, manso y humilde de corazón, en medio de nuestro contexto de violencia. El resucitado nos invita a un tipo de vida que está lleno de gozo porque en esa vida, las cosas se hacen “como Dios manda”. Podemos ser lo que Dios quiere que seamos y vivir en el gozo de la santidad.
Los guardias quedaron como muertos por el miedo. Ellos representan al imperio –no sólo al romano, sino a cualquier idea de imperio que está fundado en el principio de dominación, que es una forma de exclusión del prójimo. El Señor Jesús fue crucificado por el imperio, reprobado por el sistema de dominación, pero Dios lo aprobó y lo resucitó. Esto quiere decir que Dios tiene una idea muy distinta a la del imperio. En Dios es mucho más valiosa la humildad que la arrogancia. La resurrección del Señor Jesús es la aprobación de la mansedumbre por encima del carácter pleitista. Dios aprueba al pacificador y reprueba al violento.
Por eso la resurrección espanta al imperio y a la manera de vivir que representan esos soldados de la guardia que cuidaban la tumba de Jesús. Ese tipo de vida fundado en la dominación y la agresividad, en la corrupción e inmoralidad, no sirve para nada. No conduce a nada. No produce fruto. No realiza la plena humanidad. No es la voluntad de Dios. No es vivir “como Dios manda”.
El ángel que movió la gran piedra y abrió el sepulcro de Jesús identifica claramente lo que representan los guardias y lo que representan las mujeres. A ellas les dio la palabra de afirmación y el mensaje de buenas noticias. Hay otro tipo de existencia que es mucho mejor: el amor ha vencido y la paz reina victoriosa.
En un momento de tanta solemnidad, ese ángel está sentado arriba de la gran piedra, en actitud amigable y alegre, jovial y espontánea. Cuando termina de decir su discurso, como quien logra dar todos los detalles de un mensaje importante, como quien se da cuenta que ha logrado cumplir bien un encargo superior, dice la expresión: “Y esto es lo que yo tenía que decirles”. Es una oración que no formaba parte del mensaje encargado, sino que proviene de la personalidad del ángel. Es otro rasgo de la singularidad que distingue a los siervos y siervas de Dios.
La misión de Dios se debe realizar con alegría y creatividad. Siempre y cuando no se cometan ofensas al carácter santo de Dios y que no se desvirtúe la validez del evangelio, los siervos y siervas de Dios tenemos libertad y posibilidades tremendas de creatividad para vivir y para dar testimonio de la resurrección del Señor Jesús. Que nuestro Padre celestial nos ayude, por el poder de su Espíritu, a vivir el tipo de existencia resucitada del Señor Jesús, que es manso y humilde, alegre y fiel.
En los relatos de los cuatro Evangelios sobre la resurrección del Señor Jesús, participan las mujeres. No así en la primera versión (1 Cor. 15:3-7) que Pablo aprendió de los apóstoles. Probablemente al comienzo los líderes estarían preocupados por la participación de las mujeres en el relato, porque en aquella época, el testimonio de una mujer no tenía validez legal ni jurídica.
Sin embargo, cuando se pusieron por escrito los cuatro Evangelios, todos mencionan que fueron las mujeres, muy de mañanita, las primeras que se dieron cuenta que el Señor Jesús había resucitado, y las encargadas de llevar esta buena noticia al resto del grupo de discípulos, y con ello, al mundo entero.
Las primeras proclamadoras de la resurrección fueron mujeres. Así lo decidió el Señor, que eligió quiénes serían los testigos de su resurrección. Dios elige a quienes parecen los candidatos menos probables para tener éxito, a quienes el mundo considera descalificados, a quienes no tienen validez.
De esta manera se pone en evidencia que la proclamación del evangelio es una tarea de la gracia de Dios. Lo más importante no es el instrumento humano, hombre o mujer, sino el mensaje que se proclama, la Palabra de vida y salud. Los siervos y siervas de Dios podemos mostrar nuestra singularidad y descansar en la confianza del poder de la Palabra que se predica.
Como ya hemos mencionado, el mensajero angelical de Mateo 28 es un ángel muy simpático, con rasgos muy propios de su personalidad. Luego las proclamadoras de la resurrección son mujeres. Todo esto quiere decir que el énfasis no debe recaer en el instrumento –un ángel, una mujer o un hombre—sino en el mensaje, que proviene del Señor.
Todos hemos tenido sentimientos encontrados, combinación de emociones. Aquí se menciona la combinación de miedo y alegría. Porque lo que anunciamos son buenas noticias, bellas palabras que cambian la vida, es un mensaje que nos inunda de alegría, y también nos provoca nerviosismo y miedo, pues estamos ante una realidad y un poder mucho más grande que nosotros.
Este mensaje hay que darlo de prisa. Hay cosas que no pueden esperar. Hay una oración que debe hacerse ahora mismo. Hay una conversación importante que no se puede quedar para otro día. Hay un testimonio que se debe dar hoy mismo. Cristo está vivo, y eso lo cambia todo. Que hoy tengamos la bendición de dar testimonio de que el Señor Jesús está vivo.
En el camino apresurado de aquellas mujeres, Jesús las interrumpió saludándolas: “¡Buenos días! ¡La paz sea con ustedes! Ha amanecido un nuevo sol en este día”. Es un saludo mañanero de la nueva realidad de la resurrección. Comienza una nueva semana, no sólo porque es el primer día, domingo, sino porque Cristo ha resucitado.
Ellas se aferraron a sus pies y lo adoraron. Lo adoraron porque es Dios, porque sólo a Dios se debe adorar. El Señor Jesús no les impidió que lo adoraran, porque es Dios, y porque sabe que al corazón humano le hace bien adorarlo. La adoración es mucho más necesaria para nosotros que para Dios. Adoramos a Cristo porque nos hace bien; es medicina para nuestros huesos y para nuestro corazón.
Entonces aparece un tema que sólo se menciona en Marcos y en Mateo. Es el tema de Galilea. El resucitado da instrucciones de ir a buscarlo a Galilea. Galilea fue la región donde Jesús realizó la mayor parte de su ministerio, de ahí eran sus apóstoles, y ahí creció él también. Es una región al norte de Palestina, que en ese tiempo estaba poblada por un lado de gentiles y por el otro de judíos que descendían de familias que habían retornado del exilio babilónico varios siglos atrás.
Los judíos de Galilea eran como de segunda clase. Estaban marginados de la vida nacional centrada en Jerusalén. Esta ciudad capital está en el sur del territorio, en la región de Judea, donde se concentró más la población judía que retornó del exilio.
En 1 Reyes 9 se habla del regalo de gratitud de Salomón a Hiram de Tiro. Veinte ciudades de Galilea. El rey de Tiro las fue a visitar y le pareció una burla. No eran nada. Desde entonces, la región tuvo un desprestigio general como una zona muy despreciada. Galilea, esa región despreciada, es donde el Señor Jesús realizó casi todo su ministerio de enseñanza y señales.
El resucitado Jesús indica que hay que ir a buscarlo ahí, a Galilea, a una región marginada, que no tiene fama ni prestigio de ser un gran centro de poder o influencia. Galilea está en las márgenes, esos cinturones de pobreza en las ciudades latinoamericanas, esas regiones rurales de nuestros pueblos donde no hay mucho atractivo. ¿Por qué nos manda el Señor resucitado ir a buscarlo ahí? Porque el ministerio debe realizarse como seguimiento del Maestro que es manso y humilde de corazón. Damos gracias al Señor Jesús, por su saludo de resurrección, y porque podemos adorarle, ya que nos hace mucho bien. Que nos enseñe a encontrarle en nuestra Galilea el día de hoy.
Galilea, la región donde se realizó la mayor parte del ministerio de enseñanza, predicación y señales del Señor Jesús, era una zona de poco valor económico y político. Era lugar de asentamientos de grupos mezclados, por un lado del lago había poblados judíos, y del otro lado del lago había poblaciones de otros grupos étnicos.
Desde los días del reinado de Salomón, Galilea tenía la fama de ser de muy poca importancia y de muy poco valor. Era un lugar sin importancia según los parámetros humanos. Pero ahí es donde Jesús realizó casi todo su ministerio y ahí es a donde, en la resurrección, el Señor manda a sus discípulos a buscarlo.
Galilea es todo aquel lugar de marginación. Ahí es donde podemos encontrar e identificar al resucitado. El resucitado no quiere que su centro de operaciones sea el mismo que el centro de poder e influencia del mundo. Por eso en la historia cristiana es una terrible falla el haberse identificado con los centros de poder. La primera iglesia cristiana de liderazgo importante fue la de Jerusalén, que tenía mucha más importancia que Galilea. Posteriormente, en un error todavía más grande, durante siglos el cristianismo occidental se identificó de tal manera con el imperio romano, que adoptó el apellido “romano” como su denominación.
Hemos de ir a buscar al resucitado en Galilea. Ahí, en donde aparentemente no hay poder ni influencia, es donde podemos encontrar a Jesús, que sigue haciendo ministerio y nos sigue invitando a servirlo precisamente ahí, entre la gente sencilla.
Hoy en día muchos cristianos buscan identificarse con los centros de poder, en vez de buscar dónde se encuentra la condición galilea en cada ciudad y en cada país. Desde la condición galilea de marginación se puede ejercer con alegría la singularidad de la misión cristiana.
Que el Señor nos ayude a identificar la condición galilea ahí donde vivimos. Queremos encontrarlo precisamente donde nadie más lo quiere buscar. Que hoy podamos aprender dónde servir a Cristo.
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