A pesar de nuestra condición caída, nos incluye en sus buenos planes de bendición.
En el año que murió el rey Uzías vi yo al Señor sentado sobre un trono alto y sublime, y sus faldas llenaban el templo. … Después oí la voz del Señor, que decía: ¿A quién enviaré, y quién irá por nosotros? Entonces respondí yo: Heme aquí, envíame a mí. (Isaías 6:1-8, Reina-Valera 60)
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Es imposible leer este texto de Isaías de manera fría e impersonal, como tal vez se pudiera leer una serie de genealogías de la Biblia. Este texto es totalmente extraño, y muy impresionante. Al morir el rey, igual que sucede el día de hoy, cuando hay un cambio de poder, cambios en el liderazgo mundial, cuando no se sabe para dónde se va a dirigir el mundo, Isaías dice que vio ángeles con seis alas en lugar de dos. Dios está ocupando el lugar de máximo poder en todo el universo, magníficamente vestido y atendido por estos ángeles de seis alas que gritan constantemente proclamando la gloria de Dios.
Lo más importante de la visión no es lo espectacular o asombroso, sino el efecto que causa en Isaías. Al ver la gloria de Dios, Isaías se da cuenta que tiene labios inmundos y que vive entre personas con labios inmundos. Esto quiere decir que al acercarnos más a Dios se nos muestra más claramente nuestra condición desintegrada como seres humanos.
Al ver la luz de Dios sale a la superficie nuestra oscuridad. Al acercarnos a la sabiduría de Dios sale a relucir nuestra ignorancia. Al contemplar la hermosura de la bondad de Dios se manifiesta claramente nuestra maldad y nuestra gran hambre, carencia y necesidad.
Cuando logramos ver la gloria de Dios, puede ser algo totalmente extraño y asombroso. Tal vez incluso sintamos algo de miedo. Tal vez incluso nos den ganas de huir… Pero Isaías nos enseña que es posible dar otra respuesta. En momentos de gran incertidumbre para el futuro de las naciones, Dios ocupa su trono universal, y lo más asombroso de todo, quiere involucrar al ser humano en la misión de bendición. Isaías, como los discípulos de Jesús, respondió a esta invitación. ¿Y nosotros?
Roguemos a Dios que se revele ante nosotros para que nos demos cuenta que, independientemente de la política humana, Dios sigue ocupando el lugar de mayor autoridad en todo el universo. A pesar de nuestra condición caída, nos incluye en sus buenos planes de bendición. Busca nuestra colaboración, aunque sea tan insignificante, y nos llama.
Hemos sabido de multitudes que se agolpan para ver a grupos famosos de rock, o de “acarreados” que llegan traídos por autobuses para llenar el evento de algún político. Pero no es muy frecuente que sean predicadores los que requieren algún tipo de control de multitudes, predicadores rodeados de gente que desea escucharles. Y esto es exactamente lo que sucedió con Jesús a orillas del mar de Galilea, cuando llamó a los pescadores.
Lo más probable es que a nosotros se nos ocurrirían soluciones diferentes. Tal vez recurriríamos al uso de cuerdas para delimitar los espacios en los que la gente puede estar, o contrataríamos a un portero, de los que seleccionan quiénes entran y quiénes no. Quizás incluso usaríamos la fuerza de la policía para contener a la multitud, o haríamos que la gente compre su boleto con asiento numerado con mucho orden y con mucha ganancia para los organizadores.
Pero él es Jesús, y sus ideas son mejores que las nuestras. En esa situación, su solución no consiste en limitar el acceso, sino precisamente en todo lo contrario.
Jesús no limita a la multitud, sino que se adapta a la necesidad del momento. Si la gente quiere escucharlo, él encuentra una manera para que todos puedan escuchar. No hay control de multitudes; más bien hay accesibilidad para la multitud. Y él también se vuelve creativo. Porque cuando se agota el espacio a la orilla del lago Genesaret (también conocido como Mar de Galilea), él se sube a un barco de pesca para que todos en la orilla puedan escucharlo. Sin púlpito ni micrófono, sin plataforma y sin transmisión en vivo como podríamos usar hoy, más bien, expande su alcance utilizando los recursos que tiene a la mano.
Así actúa el Señor Jesús. Su objetivo siempre es hallar una forma de llegar a todos. Hoy en día, no debemos poner barreras e impedimentos para que la gente pueda conocer a Cristo, sino que debemos ser creativos para tratar de alcanzar a todos con las palabras de vida del Señor Jesús.
Queremos estar con esa multitud alrededor de Jesús y sintonizar los oídos a su voz. Le pedimos que elimine los obstáculos que nos impiden recibir sus palabras, que sea creativo para alcanzarnos. Y humildemente suplicamos que nos dé su creatividad para saber cómo alcanzar a otros con sus palabras.
El Señor Jesús era carpintero-constructor, no pescador. Sabía del oficio de hacer muebles, puertas, bardas, techos y otros arreglos en las casas. Incluso tal vez sabía cómo hacer una barca de madera. Su oficio no tenía nada que ver con la pesca, y sin embargo tiene algo que decir a los pescadores.
Cuando llamó a los pescadores para involucrarlos en su misión, la situación parece un poco extraña, y tal vez algo divertida. Jesús, un carpintero y predicador, le está diciendo a un verdadero pescador cómo pescar. La Escritura no nos dice cuál fue el gesto en la cara de Simón al explicar a Jesús que han estado trabajando duro toda la noche y que no han pescado nada. Seguramente, también le pudo haber dicho que él sabe lo que hace, que tiene experiencia en su profesión, que tiene todas las certificaciones y la capacitación que se requiere y que ya ha probado las aguas más profundas. A veces así pasa: no hay resultados en el trabajo.
El Señor Jesús está preparando a los pescadores para darles una lección práctica. Su manera de comunicar la palabra de vida no sólo es por medio de sermones y parábolas. También enseña por medio de las situaciones concretas en la vida. Cuando depositamos la confianza en nuestras propias habilidades para conseguir nuestro propio sustento por nuestras propias fuerzas y por nuestro propio trabajo, Cristo tiene algo que enseñarnos.
Primero viene algo así como una noche entera sin pescar. Nos damos cuenta de que hay veces en que toda nuestra experiencia, capacitación y habilidad simplemente no dan para salir adelante. Hay que incorporar la fe en la palabra de Cristo.
Simón podría haber dicho: "No necesito que me digas cómo pescar, y yo no voy a decirte cómo construir una barca—no te metas en un oficio que no es el tuyo". Lo que está a punto de suceder es tremendo, porque Simón le dice a Jesús, sin saber de quién se trata, y en un despliegue de tolerancia y tal vez de burla: "Bueno, Jesús, haré lo que dices sólo para que veas que yo sé lo que hago, porque yo soy el que sabe pescar… Hay algo que me intriga en tu manera de ser y de hablar. Voy a darte el beneficio de la duda, y a hacer la prueba contigo”.
Así, hoy en día Jesús también se nos acerca y pretende interferir en nuestros asuntos, para involucrarnos en la misión de bendecir a su mundo. Tal vez hoy es un buen día para hacer la prueba con su palabra.
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Toda la noche intentando pescar y no sacaron nada. Y ahora, sin mucha convicción, tal vez sólo para demostrarle a un carpintero-constructor que no sabe nada de la pesca con red, Simón echó las redes por la palabra de Jesús y atrapó tantos peces que tuvo que pedir ayuda a la otra barca, ¡y las barcas se llenaron!
Simón sabe que esto sucedió por la palabra de Jesús y porque estuvo dispuesto a seguir sus instrucciones (echar las redes, aunque ya había estado pescando toda la noche sin resultado). ¿Qué lección quería dar el Señor Jesús a estos pescadores?
Con esta pesca milagrosa, Simón y sus compañeros reciben varios mensajes. Primero, se dan cuenta que Jesús no es un maestro como cualquier otro. ¡Es el Señor! Además, se dan cuenta de su propia indignidad. “¡Apártate de mí, Señor, que soy pecador!” Una respuesta idéntica a la de Isaías. En tercer lugar, con esta pesca pueden dejar a sus familias bien abastecidas durante el tiempo que dediquen a su capacitación teórico-práctica aprendiendo directamente de Jesús en el camino de la misión.
La pesca milagrosa no sólo tenía como objetivo convencer a esos pescadores sobre la verdadera identidad de Jesús, sino también tranquilizarlos en su relación con las esposas y las familias que iban a dejar durante un breve tiempo de capacitación.
Cuando alguien deja a su familia abandonada o descuidada con el pretexto de estar sirviendo a Cristo, está cometiendo un grave error. Las consecuencias de ese error pueden llegar a tener proporciones catastróficas no sólo en el plano individual, sino también a nivel mundial e histórico.
Simón Pedro aprendería que sus principales ovejas en su tarea pastoral son su esposa y sus hijos. El Señor Jesús le ayuda para proveer para su casa, y de esa manera le permite dedicar semanas y meses de ausencia mientras aprende más y más de este Señor que tiene tanto que enseñar…
Durante dos mil años, el bendito recuerdo de cómo el Señor Jesús involucró a Simón y a sus compañeros pescadores en su misión ha inspirado a generaciones de cristianos a hacer lo mismo. Jesús nos está llamando para colaborar en bendecir a su mundo. Para bendecir al mundo, Dios pudo haber utilizado un ejército de ángeles que acompañaran a su Ungido y llenaran todos los rincones del planeta con la buena noticia del amor de Dios. Y sin embargo, Jesús llamó a estos pescadores sencillos, marginados, para alcanzar a otros en su nombre, y para vivir la nueva realidad de su reino de los cielos.
En aquel contexto sociocultural, empobrecido por el imperio que los dominaba, los pescadores eran aún más pobres. No trabajaban la tierra para su sustento. Quiere decir que no participaban de la bendición de la promesa dada a Abraham, de recibir la tierra. Se hallaban en la situación marginal de tener que sacar su sustento del agua y no de la tierra. La respuesta de Jesús ante el asombro de Simón y sus compañeros de pesca es una respuesta de tranquilidad y comisión: “No tengas miedo, vamos a pescar gente”.
La misión de Jesús y de sus seguidores es sacar a seres humanos que han sido arrojados a las aguas como si fuera un tiradero de basura, sacar a la vida a quienes han sido etiquetados como endemoniados, o descartados como si fueran desechables. Especialmente en este tiempo en que se deporta a miles de personas y se les descalifica como seres humanos. Es una misión de rescate para quienes sienten que están a punto de ahogarse, con las aguas hasta el cuello, y listos para darse por vencidos y ya no seguir pataleando, intentando respirar.
Jesús nos llama a todos a cuidar a esos seres humanos que tienen un lugar especial en su corazón, a amar a quienes él ama. A quienes han perdido su dignidad y han sido echados fuera por tener alguna discapacidad: motriz, visual, auditiva, o intelectual. O a quienes han sido descartados y deportados por el imperio del dinero. Han recibido la etiqueta de endemoniados o descartables. Pero Jesús nos llama, como a estos primeros discípulos, a seguirlo en un mundo de gente lastimada y a unirse a él en la misión de traerles esperanza.
Jesús se pone del lado de quienes han sido etiquetados como endemoniados, para deshacer ese prejuicio. Se pone del lado de quienes han sido desechados para que dejemos de tirar seres humanos a la basura, al lago o al mar. Ahora tienen esperanza esos que están luchando entre la vida y la muerte, que están a punto de ahogarse en un medio ambiente que no es el que les corresponde, porque el ser humano no fue hecho para respirar agua, ni fue creado para vivir entre basura. Por eso esta misión es tan urgente el día de hoy. Hay que sacar a más gente para que viva.
Cuando vivimos la vida en respuesta al llamado de Dios, hay que mantener esta verdad siempre frente a nosotros: El llamado no se trata de nosotros. Dios no nos ha invitado a ser colaboradores suyos porque tengamos muchas cualidades. Más bien, se trata de continuar la misión de Cristo en el mundo, asumiendo que en realidad las habladurías y críticas que dicen de nosotros tienen algo de verdad. Cada uno de nosotros es necesario para continuar la misión, que no tiene que ver con nosotros, sino con Aquel que murió y resucitó porque el amor siempre gana. Se trata de Aquel que nos hace libres para amar como él ama.
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Pidamos al Señor que nos ayude a recordar que nos llama a actuar en su nombre y para su voluntad de bendecir al mundo, justamente cuando parece que en el mundo todo va mal. Todo es por Aquel que nos amó para morir y conquistar la muerte.
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