Que esta Navidad, al recordar el regalo más grande de todos —el nacimiento de Jesús— nuestro corazón se llene de gratitud y paz.
Comenzamos la época navideña, este año especialmente dura para muchos, y pensando en ellos y mirándome a mí misma, quisiera reflexionar un poquito acerca de la gratitud y de compartir especialmente con todos los que me necesitan ¡por supuesto!
“La gratitud no solo es la mayor de las virtudes, sino que es la madre de todas las demás”. C.S. Lewis
La Navidad nos envuelve en un ambiente de luces centelleantes, aromas a canela y reuniones familiares. Es un tiempo que nos invita a detenernos, a mirar a nuestro alrededor y reflexionar sobre las bendiciones que hemos recibido a lo largo del año. Sin embargo, en medio del bullicio de las festividades, a menudo olvidamos que la esencia de esta temporada radica en un regalo espiritual que no tiene precio, la gratitud. Esta virtud, profundamente arraigada en nuestra fe cristiana, nos invita a reconocer con humildad y alegría las bondades de Dios, especialmente al celebrar el nacimiento de su Hijo.
La gratitud no es solo un sentimiento, sino una elección. Tal y como nos recuerda la Escritura en 1ª Tesalonicenses 5:18: “Dad gracias en todo, porque esta es la voluntad de Dios para con vosotros en Cristo Jesús”. Este versículo no nos llama a dar gracias únicamente cuando la vida es fácil, sino también cuando enfrentamos desafíos. La gratitud nos recuerda que aún en los momentos más oscuros, Dios está trabajando para nuestro bien y que su amor nunca nos abandona.
Recuerdo una Navidad que marcó mi vida para siempre. Era una época difícil para la familia de una amiga muy querida para mí desde niñas; su padre había perdido el trabajo unos meses antes, y su madre hacía todo lo posible para estirar cada peseta. Apenas tenían dinero para comprar comida, mucho menos para regalos o decoraciones navideñas. El árbol era pequeño y sencillo, adornado con algunas luces que apenas parpadeaban y unos cuantos adornos hechos a mano.
Su abuela, una mujer de fe inquebrantable, siempre sabía cómo traer luz a los momentos más oscuros, aquella Nochebuena, los reunió a todos en la sala. Se sentaron alrededor del árbol, y ella, con su sonrisa cálida, les contó una historia ocurrida en su niñez. Dijo que hubo un año en que su familia no tenía nada para celebrar la Navidad, excepto una simple vela encendida en la mesa; pero su madre, con el corazón lleno de fe, les había dicho: "La luz de esta vela nos recuerda que Jesús es la luz del mundo, mientras lo tengamos a él, no nos faltará nada".
Inspirada por esa historia real, la madre de mi amiga les pidió que hicieran algo especial, cada uno debía compartir algo por lo cual estaba agradecido. Al principio, hubo un silencio incómodo, todos estaban tan enfocados en las dificultades, que no sabían qué decir; pero poco a poco, las palabras comenzaron a fluir. El padre dio gracias por la salud de la familia, la madre, con lágrimas en los ojos, agradeció por tenerlos a todos juntos, el hermano menor, con su inocencia infantil, dijo que estaba agradecido por los abrazos cálidos que recibía cada noche. Cuando llegó el turno de mi querida amiga, dijo que agradecía por el ejemplo de fe y fortaleza de su abuela. Al final, todos terminaron llorando, no de tristeza, sino de gratitud.
Esa noche no hubo regalos costosos ni una gran cena, pero experimentaron algo mucho más valioso, el verdadero significado de la Navidad y aprendieron que la gratitud es un puente que nos conecta con Dios, que ilumina nuestras vidas incluso en los momentos más oscuros y que nos permite ver su amor en las pequeñas cosas.
La gratitud no solo nos llena de paz, sino que transforma nuestra perspectiva. Nos ayuda a enfocarnos en lo que tenemos en lugar de lo que nos falta y nos permite ver la mano de Dios en cada detalle. Como lo expresó C.S. Lewis, "La gratitud no solo es la mayor de las virtudes, sino que es la madre de todas las demás". Al cultivar un corazón agradecido, nos acercamos más a Dios y a las personas que nos rodean.
En esta temporada navideña, es fácil distraerse con listas de regalos, compromisos sociales y metas personales. Yo te invito a tomar un momento para reflexionar y agradecer, tal vez quieras empezar un diario de gratitud, escribir una carta a alguien que haya marcado tu vida este año, o simplemente dedicar unos minutos cada día para agradecer a Dios en oración.
Recuerda las palabras del Salmo 107:1: “Dad gracias al Señor, porque Él es bueno; su amor es eterno”. Este versículo nos recuerda que siempre hay algo por lo cual estar agradecidos, incluso en los momentos difíciles. La gratitud es una forma de alabanza, una manera de reconocer la bondad de Dios y su presencia constante en nuestras vidas.
Del mismo modo que aquella abuela los desafió aquella noche a encontrar motivos para agradecer, hoy te invito a hacer lo mismo. Haz una lista de tus bendiciones, grandes o pequeñas, reflexiona sobre las personas que te han acompañado en tu camino, las lecciones que has aprendido y los momentos en que sentiste la presencia de Dios, y después comparte tu gratitud con quienes te rodean. Puede ser un “gracias” sencillo, pero sincero, o una conversación más profunda sobre lo que valoras de ellos.
Para concluir, la gratitud es el corazón de la Navidad; no depende de las circunstancias, sino de nuestra decisión de ver las bendiciones que Dios nos ha dado. Que esta Navidad, al recordar el regalo más grande de todos —el nacimiento de Jesús— nuestro corazón se llene de gratitud y paz; porque cuando agradecemos, nos acercamos al verdadero espíritu de esta celebración, el amor de Dios manifestado en Su Hijo..
Y eso, sin duda..
¡Es el regalo más hermoso que podemos recibir!
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