Un farol en tiempos difíciles

“La compasión es un dolor por el mal inmerecido que sufre otro.”

                                    Aristóteles

“No podemos hacer grandes cosas, pero sí cosas pequeñas con gran amor.”

                           Teresa de Calcuta

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En momentos de adversidad, la compasión se convierte en el acto humano más relevante. No es solo un gesto de bondad, sino una respuesta al llamado de Dios a ser luz en medio de la oscuridad.

Intento explorar en este artículo, cómo la compasión, arraigada en la fe cristiana, puede ser un puente que une corazones quebrantados en tiempos difíciles.

Permitid que comparta con vosotros una pequeña historia de compasión:

Durante una fuerte tormenta en un pequeño pueblo, María, una mujer mayor que apenas podía sostenerse con su pensión, escuchó golpes en su puerta. Era su vecino Juan, un joven desempleado que había perdido todo en un incendio. A pesar de sus recursos limitados, María le ofreció refugio y compartió lo poco que tenía; mientras preparaba un té caliente, le dijo: “El Señor proveerá, esto es sólo un poco de su amor”. Juan nunca olvidó esa noche, ni la semilla de fe que nació en su corazón gracias al gesto sencillo de aquella mujer.

La Biblia nos invita reiteradamente a actuar con compasión, Jesús, en su ministerio terrenal, modeló esta virtud: “Al ver las multitudes, tuvo compasión de ellas, porque estaban desamparadas y dispersas como ovejas que no tienen pastor” (Mateo 9:36).

La compasión no es un acto opcional, sino un reflejo del carácter de Dios que nos llama a ser “misericordiosos, como también vuestro Padre es misericordioso” (Lucas 6:36).

En tiempos difíciles, la compasión no solo consuela al que la recibe, sino que transforma al que la ofrece. Un simple gesto —un abrazo, una palabra de ánimo o un plato de comida— puede ser el bálsamo que alguien necesita para resistir en medio de la tormenta.

¿Cómo podemos cultivar un corazón compasivo?

Enfrentar crisis puede endurecer nuestros corazones, pero Dios nos llama a hacer lo contrario: “Sobrellevad los unos las cargas de los otros, y cumplid así la ley de Cristo” (Gálatas 6:2). La compasión no surge de forma automática; requiere humildad, empatía y una disposición a ser vulnerables.

Orar por un corazón compasivo es un buen comienzo, también lo es recordar el sufrimiento de Cristo, quien cargó nuestras penas y dolores (Isaías 53:4). Al recordar y reflexionar en su sacrificio, encontramos inspiración para extender el mismo amor a otro.

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La compasión no resolverá todos los problemas del mundo, pero puede cambiar el mundo de una persona. En tiempos difíciles, cuando las tormentas de la vida amenazan con abrumarnos, recordemos que cada acto de compasión es como un farol que guía hacia la esperanza. Es, en esencia, una extensión de la gracia divina, una chispa que puede encender el fuego de la fe y el amor. No olvidemos nunca que...

¡Una chispa puede encender un gran fuego!