La influencia de Escobar consiste en un modelo cristiano de vida sencilla y modesta.
Difícil es resumir en pocas palabras el enorme legado que me queda por haber tenido a Samuel Escobar como maestro inspirador, y como mentor en el ministerio. En mis años de estudiante universitario me ayudó la lectura de su Diálogos entre Cristo y Marx para poder entablar mis propios diálogos con compañeros de estudios, jóvenes entusiastas y confundidos con sus ánimos pseudo-revolucionarios. En 1981 fui a mi primer campamento del Compañerismo estudiantil (movimiento mexicano afiliado a IFES); el último día del campamento, Luis Scott me regaló el libro Irrupción juvenil, que me inspiró a escribir el canto “Nosotros los jóvenes”, una declaración de fe y compromiso con la causa de Cristo. Aun desde antes de conocerle personalmente, Samuel Escobar ejercía una influencia decisiva en mi pensamiento y acción como embajador de Cristo en la universidad.
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Además, sus escritos sobre la responsabilidad social de la iglesia fueron dando forma a mis actitudes como líder cristiano frente a las necesidades de mi contexto, y me ayudaron a entablar otros diálogos, hacia adentro de la iglesia, sobre nuestra razón de ser como cristianos en el mundo. Sus reflexiones muestran un corazón regido por dos impulsos que palpitan en equilibrio: el amor comprometido con el pueblo de Dios y la crítica aguda y certera sobre lo que debe ser la misión. Así, Escobar me ayudó a entablar diálogos con las inquietudes del mundo en la universidad, y diálogos con la pasividad de la iglesia en el cumplimiento de su misión.
Su influencia en mi trabajo ha permanecido a lo largo de décadas; sus consejos y aportes han sido invaluables para mí. Me inició y me ha acompañado en mis estudios sobre Unamuno, y en nuestra casa lo recordamos todos los días al llamar Samuel a uno de nuestros hijos.
En enero de 1986 lo conocí en la ciudad de México. Estaba dando unas conferencias sobre las raíces cristianas de las universidades, y yo tocaba con el grupo musical Armagedón, que estaba a cargo de la música del evento. Ahí me mostró un libro que contenía la música y letra del himno “Tenemos esperanza”, del obispo metodista Federico Pagura. Encontrar ese himno en el marco de la influencia de Escobar en mi formación fue el principal punto de inflexión en cuanto a mi producción de himnos, cantos y recursos litúrgicos.
Por influencia de Samuel Escobar aprendí a valorar las profundas raíces que nutren a nuestra cultura latinoamericana. La expresión musical de la fe evangélica en América Latina debe incorporar, con sabio balance, la herencia de la lírica ibérica, riqueza lingüística e historia de fe, además de la sensibilidad poética y filosófica de la cosmovisión indígena, en mestizaje fecundo que no ha de despreciarse, sino valorarse. En esta fructífera mezcla se incorporan elementos africanos y asiáticos que dan profundidad y solidez a las expresiones culturales de toda la región.
En sus cursos profundizábamos en los tesoros de la mística española, al tiempo que aprendíamos sobre el cronista indígena Guamán Poma de Ayala, con la consigna de valorar ambos aportes como cimientos de nuestra identidad. Organizó viajes con sus estudiantes de Eastern al Perú, para tomar cursos coordinados con el Seminario Evangélico de Lima, con el antropólogo Tito Paredes. Ahí recibí la hospitalidad de la casa de los Escobar en Lima, y el teólogo Samuel Escobar me orientó sobre cómo usar el transporte público de la ciudad. En el contacto personal y cotidiano Escobar enseñaba lecciones de vida y fe que trascendían lo que se revisaba en un salón de clase.
Es decir, la influencia de Escobar consiste en un modelo cristiano de vida sencilla y modesta. En nuestro tiempo en el seminario de Filadelfia, mi esposa Eva y yo pudimos conocer la hospitalidad (que es accesibilidad) en casa de los Escobar. Samuel y su esposa Lilly abrían las puertas de su casa y de su corazón a los seminaristas para ofrecer su amistad y su sabiduría en el camino del Señor. Lilly recogía a Eva en el seminario para pasar la tarde en compañía, y nos recibía para cenar y conversar alrededor de la mesa. Ella decía: “todo va a quedar listo en media hora”, y nos contagiaba la alegría de compartir el arroz y la fe. La cena iba siempre aderezada con conversaciones interesantes de teología, cultura, historia y misión que luego desembocaban en sobremesas de canciones y valses peruanos.
En medio del espectacular cuarto congreso del movimiento de Lausana (L4), celebrado hace poco más de un mes en Corea del Sur, escuché el episodio 11 de la serie de podcasts Al Trasluz, de José de Segovia, sobre la vida de Samuel Escobar. Se trata de la participación de Escobar en el primer congreso, en Suiza, en 1974. Fue muy impactante para mí escuchar ese episodio en el contexto del L4, por el contraste evidente que se puede hacer entre el congreso de 1974 y el de 2024. En 1974 Samuel Escobar impactó al mundo evangélico con señalamientos valientes sobre la injusticia de las dictaduras del mundo de habla hispana en ese tiempo como obstáculos para la evangelización, y sobre la necesidad de concebir la misión cristiana como una realidad integral, que afecta todas las esferas de la vida humana.
Justo el día que escuché el episodio había sido publicada una disculpa oficial de los directivos del congreso L4 en cuanto a unas líneas de la participación de Ruth Padilla DeBorst, quien había hablado el día anterior sobre la justicia como distintivo indispensable de la misión cristiana. Escuché el trabajo de José de Segovia con el corazón roto y la mente inquieta tratando de no perder de vista el legado de Escobar entre tantas luces, sonidos y estímulos espectaculares del L4. La misión de Dios y de su pueblo en el mundo es definitivamente algo más sencillo y de más bajo presupuesto: dar testimonio fiel de JesuCristo con palabras y acciones de justicia, misericordia y humildad delante de Dios en el mundo.
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Por sobre todo, lo más valioso que nos enseñó el hermano Samuel es la centralidad de las Sagradas Escrituras para el ministerio. Es por la revelación de Dios en Cristo, registrada en las Escrituras, que nuestra cultura tiene esperanza de redención. Aunque afirmamos nuestra riqueza cultural, también reconocemos nuestra gran necesidad de la palabra de Dios, un elemento que nos viene de afuera, que proviene de Dios, y que transforma, regenera y redime nuestro contexto. En vísperas de sus 90 años de vida, varias generaciones de líderes evangélicos en el mundo de habla hispana, lusitana y de otras lenguas damos gracias a Dios por la obra de siervos suyos como Samuel Escobar.
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