Uno puede tener opiniones acertadas sobre Dios sin que eso implique un verdadero amor o deseo de servirlo. Satanás es un claro ejemplo de esto.
La verdadera teología no debería ser solo un ejercicio intelectual, sino también una práctica vivencial (1 Co. 8:1; Stg. 1:22). Sin embargo, como comentaba hace poco con un pastor amigo, en Occidente, la teología cristiana lleva décadas —en realidad siglos— perdiendo su dimensión contemplativa, espiritual y práctica. Hemos academizado la fe, hasta el punto de que medimos el grado de madurez de un creyente por su conocimiento de los conceptos teológicos de la Sagrada Escritura y no tanto por su piedad o poder espiritual. ¿Habremos dado lugar a un nuevo tipo de gnosticismo en la Iglesia?
Muchos seminarios bíblicos y teológicos fomentan el ejercicio intelectual de sus estudiantes —lo cual, no me malinterpreten, es indispensable—, pero relegan a un segundo plano, cuando no lo olvidan por completo, el carácter práctico de la teología. Las asignaturas de Teología Espiritual o Espiritualidad han ido desapareciendo progresivamente de las instituciones de formación de ministros, incluso en aquellas facultades de corte más carismático. Ya en el siglo XVIII, el ministro y predicador John Wesley, sentenció: “La ortodoxia o correcta opinión, es, después de todo, parte muy endeble de la religión”1. Sin duda, es poco probable que alguien desarrolle un carácter piadoso sin tener una comprensión adecuada de Dios. Sin embargo, es posible tener un conocimiento correcto sobre Dios sin poseer un buen carácter. Uno puede tener opiniones acertadas sobre Dios sin que eso implique un verdadero amor o deseo de servirlo. Satanás es un claro ejemplo de esto.
El peligro para la Iglesia es evidente: podemos caer en el craso error de engendrar “cabezones teológicos”, pero con corazones secos y faltos de poder espiritual. O, dicho de otro modo, se corre el riesgo de formar creyentes con una sólida base teológica, pero carentes de una relación íntima y transformadora con Dios.
No es extraño encontrar hoy a “teólogos” profesionales del discurso, que se envuelven en una retórica intelectual y hacen alarde de sus muchos saberes. Paul David Tripp sabiamente advierte: “Cosas malas suceden cuando la madurez se define más por saber que por ser”2. Tripp profundiza en esta idea al afirmar que “la madurez bíblica nunca se trata solo de lo que sabes; siempre se trata de cómo la gracia ha utilizado lo que has llegado a saber para transformar la manera en que vives”3. El resultado es un inevitable empobrecimiento de la teología y un enfriamiento de la Iglesia.
Los teólogos no deben convertirse en profesionales del discurso carentes de unción espiritual. El quehacer teológico debería desarrollarse más en actitudes de adoración, contemplación y experiencia espiritual. Los seminarios deben abogar por una “teología arrodillada” y no tanto por una “teología sentada”. Las iglesias no necesitan la aridez intelectual de los estudiantes, sino ministros de la Palabra sumergidos en el conocimiento de las Escrituras, pero que buscan la unción espiritual por encima de cualquier otra cosa.
Algo anda mal cuando puedes pasar horas de estudio alrededor del texto bíblico, pero su mensaje no te conmueve de manera personal y auténtica a cada momento. Siempre trato de recordarme a mí mismo el lema que había pegado en aquella pared de la clase, donde los estudiantes pasábamos horas diariamente estudiando teología. Decía algo así como: “Si tu teología no sirve para transformar tu carácter y hacerlo más semejante al de Jesucristo, tu teología no sirve para nada”.
El estudio de la teología puede volverse estéril si no nos conduce a una transformación personal profunda. La verdadera prueba de una teología efectiva reside en su capacidad para moldear nuestro carácter y acercarnos a la imagen de Cristo. De lo contrario, todo el conocimiento acumulado carece de sentido y propósito.
En este sentido, algunas sugerencias que podrían ayudarnos en la formación de ministros piadosos serían:
1. Integrar prácticas contemplativas (como la oración y la meditación cristiana) en los programas de estudio teológico.
2. Fomentar retiros espirituales como parte integral de la formación teológica.
3. Implementar proyectos de servicio comunitario que permitan aplicar los conocimientos teológicos en situaciones reales.
4. Revisar sus planes de estudio para incluir más énfasis en la formación espiritual.
5. Incorporar mentores espirituales además de los profesores académicos.
6. Evaluar no solo el conocimiento teórico, sino también el crecimiento espiritual, la transformación del carácter y la aplicación práctica de la teología.
7. Estudiar cómo aplicar los principios teológicos a los desafíos contemporáneos.
8. Fomentar el diálogo entre la teología y otras disciplinas.
9. Desarrollar una teología que responda a las necesidades específicas de diferentes contextos culturales.
10. Reintroducir la Lectio Divina como método de estudio bíblico.
11. Estudiar y aplicar las enseñanzas de los místicos y padres del desierto.
12. Fomentar la práctica de las virtudes cristianas en la vida cotidiana.
13. Fomentar proyectos de investigación-acción que combinen la reflexión teológica con la intervención social.
Y a ti, ¿se te ocurren otras formas de enriquecer la formación teológica y cultivar una fe viva y transformadora?
¡Que Dios nos ayude!
2 Tripp, P. D. Un llamamiento peligroso: Enfrentando los singulares desafíos del ministerio pastoral (2017).
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