Creo que casi nadie en estos momentos sería capaz de vivir sin tener acceso a todo lo digital, incluso en nuestras relaciones con los demás.
“La tarea del educador moderno no es talar selvas, sino regar desiertos.” C. S. Lewis
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En el amanecer de este día, como siempre me levanté temprano; pero lo cierto es que estaba tan dormida, que lo único que me hizo reaccionar fue el despertador de mi móvil.
Hoy no sé que hice después de tener mi tiempo con mi Señor, que cuando me disponía a escribir me di cuenta de que mi móvil “había desaparecido” y no sé donde está, miré en varios lugares y lo dejé por imposible... ¡Ya sonará de nuevo!
Pero la verdad es que esta experiencia me ayudó en lo que quiero compartir sobre la dependencia que tenemos de todo el tema digital, algo maravilloso e imprescindible; pero que en algunas ocasiones, no sé si decir que me agobia o me preocupa.
Es una maravilla conectarnos a lo que sea y obtener toda la información del mundo, ni recuerdo la última vez que pude ver a alguien comprando un periódico impreso, o aquello que sucedía hace años de personas que cada día recibían en su casa determinado periódico y si por alguna razón no estaban, se lo dejaban en la puerta.
Creo que casi nadie en estos momentos sería capaz de vivir sin tener acceso a todo lo digital, incluso en nuestras relaciones con los demás.
Es fantástico poder hablar con nuestra gente, incluso con nuestra propia familia, un recado, una pregunta, en ratos... esos pocos ratos en los que nos lo podemos permitir, el chatear con alguien o vernos en vídeo conferencia con alguna persona que tenemos lejos.
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El poder reunirnos en un webinar, el poder compartir las reuniones de nuestra iglesia con personas que no pueden asistir o –directamente- utilizar nuestras redes para llevar el gran mensaje en mil colores y formas.
Hace unos cuantos días tenía a una amiga y hermana que estaba pasando por momentos difíciles y, lo cierto que que yo estaba atascadísima de trabajo; la llamé ni sé cuantas veces, le hablé por WhatsApp mil veces, pero ella no lo entendía y un día me dijo ¿Pero es que no tienes un rato para salir, ver el aire a pesar del mal tiempo y charlar cara a cara tomando un cafecito conmigo?
Es cierto que es mayor que yo, que tiene más tiempo ... pero me hizo recapacitar mucho, no estaba necesitando una llamada o un mensaje, me estaba necesitando a mí, tocarme de verdad, abrazarme de verdad...
No hace muchos días estaba leyendo un espléndido devocional de Eduardo Delas que os transcribo tal cual y después de haberle pedido permiso; porque la verdad es que lo releí repetidas veces y me hizo muchísimo bien, vengo pensando en este tema hace tiempo por múltiples razones:
Ser iglesia en el mundo digital
La Palabra se hizo carne y puso su tienda entre nosotros…. Jn. 1:14
Por Eduardo Delás
En la novela “La policía de la memoria”, la escritora japonesa Yoko Ogawa, habla de una isla sin nombre en la que unos extraños sucesos intranquilizan a sus habitantes. Inexplicablemente, desaparecen cosas luego irrecuperables: perfumes, lazos para el pelo, sombreros, flores, pájaros y un largo etcétera.
Andando el tiempo, los habitantes del lugar acaban por no saber para que servían estas cosas. La autora describe en su novela un régimen totalitario que destierra cosas y recuerdos de la sociedad con la ayuda de una policía de la memoria similar a la policía del pensamiento de Orwell. Los isleños viven un invierno perpetuo de olvidos y pérdidas. Todo va desapareciendo en una disolución progresiva.
La “policía de la memoria” puede leerse en analogía con nuestro momento histórico. También hoy desaparecen cosas sin que nos demos cuenta. A diferencia de la distopía de la citada novela, no vivimos en un régimen totalitario con una policía del pensamiento que despoja a la gente a la fuerza de sus cosas y recuerdos.
Es más bien nuestro frenesí de comunicación e información lo que hace que muchas cosas esenciales desaparezcan. Hoy, el mundo se vacía de cosas y se llena de información inquietante. La digitalización desmaterializa el mundo suprimiendo también los recuerdos. Los medios digitales sustituyen a la policía de la memoria, realizando su trabajo de forma sutil y no violenta.
Hoy corremos detrás de la información sin alcanzar un saber. Tomamos nota de todo sin obtener un conocimiento. Viajamos a todas partes sin adquirir una experiencia. Nos relaciones sin crear comunidad. Almacenamos datos sin recuerdos que conservar.
Acumulamos seguidores sin encontrarnos con el otro. La información crea así una forma de vida sin permanencia y duración ("No Cosas". B. Chul Han). Tan solo conocemos la cara amable de la tecnología, pero no contemplamos la parte de atrás donde todo fluctúa.
¿Se esconde detrás de la utilidad técnica un individualismo irracional que se opone a las necesidades humanas más profundas? ¿Qué significa ser iglesia en un contexto en el que le pérdida de memoria atenta contra nuestra propia identidad comunitaria? ¿Qué significa ser iglesia en un contexto donde los distanciamientos se han convertido en realidades cada vez más cotidianas?
¿Qué hacer cuando se nos empuja al desapego de los cuerpos y donde se hace cada vez más difícil practicar una relación personal de empatía y acogida? (“Iglesias en Pandemia, templos en crisis” M. Garcia; H. Dalbes).
La relación de empatía y acogida no comienza con un “Sé cómo te sientes” superficial, distante y “online”, sino cuando comprendes que no sabes cómo se siente la otra persona. A partir de ahí, comienza una relación personal de auténtico “Cuéntame cómo te sientes”. En medio de un universo digital, donde las relaciones interpersonales se resumen a “tuits” descarnados e impersonales, la empatía y la acogida son una propuesta alternativa de compañía, ayuda, escucha, amparo y sostén que requiere tiempo de delicada aproximación y una profunda disciplina emocional.
Y es ahí, en ese encuentro personal, precisamente, donde nace el clima ambiente de confianza, seguridad y comprensión que todos los seres humanos necesitamos para sentirnos personas amadas y queridas en medio de un mundo roto y desestructurado.
La iglesia, desde el modelo programático del Jesús encarnado, Jn. 1:14, 18, ha de convertirse en un espacio de inclusión abierto que escucha, acoge y recibe con afecto fraterno a los otros sin importar quiénes sean, porque solo desde ese dinamismo comunitario impulsado por el amor se pueden vislumbrar los signos del reino de Dios que se acerca en medio de un mundo como el nuestro. Soli Deo Gloria.
Me encanta recibir un saludo en la mañana de mi gente, igual que mil cosas que necesito, mis grupos de iglesia y demás y me encanta leer lo que yo quiero de quien sea, como en esta ocasión un escrito que recibo porque quiero cada mañana de este apreciado y respetado hermano.
Pero cuando “pongo un pie en mi móvil” y comienzo a recibir mil tarjetas, versículos u otro tipo de cosas , muchas veces repetidas, de personas que en ocasiones me parece que ni me han leído el día anterior, comienzo a ponerme nerviosa, no porque me hagan daño y no me apetezca saludar; pero sí me molesta que se me llene el móvil de cosas que no pido, es como si yo pusiera todo lo mío a ... una lista de distribución.
Comparto algo mío con quien quiero, o estoy discipulando de algún modo, o por alguna otra razón, y me paro a leer con gusto a alguna persona que me comparte algo que me hace bien.
Pero cuando veo que pasa el tiempo y.... entonces vienen la hermana del principio y me dice ¿es qué no tienes tiempo a bajar a tomar un cafecito conmigo? me siento hasta culpable, malhumorada conmigo misma y con todo.
Cuando voy a algunas redes sociales en las que hay personas que te cuentan desde primera hora del día hasta la última toda su vida ¡lo siento! Pero es que me pongo de los nervios.
Una cosa es compartir un testimonio, un escrito, un vídeo... lo que uno desee con algún fin, en mi caso esparcir la Palabra de Dios; aunque también es bonito verse y hablarse de cuando en cuando.
¡Claro que es precioso dar un saludo, preguntar como está la otra persona y hasta “abrazarla de corazón”! Mi paquete de Sitckers un día revienta, los uso muchísimo y con alguno de ellos dices mil cosas en un segundo; pero volviendo a lo que os he compartido de Eduardo Delas, en demasiadas ocasiones añoro estar en mi iglesia sin que nadie grabe nada y todo lo que esto genera; porque genera muchas cosas cuando sabemos que hay una cámara esparciéndolo al mundo.
Y os está escribiendo quien utiliza mucho las redes sociales, por el motivo que os dije, y lo que estoy escribiendo jamás vería la luz si no fuera desde una revista digital.
Todo esto es simplemente necesario y no podríamos vivir sin ello y es una herramienta fantástica para miles de cosas.
Solamente, extraño demasiadas veces el abrazo apretado de verdad, el ir a la iglesia cualquier día a una reunión sin cámaras ni espectadores, tal vez con el cabello recogido en una noche de invierno y un buen abrigo que me envuelva de arriba abajo y luego venir a casa, poder cenar calentita y relajadamente mientras hablamos de esto y de lo otro y... si alguna vez me da tiempo, disfrutar de una buena película, que con el permiso de algunos ¡me encanta, además de ser muy sano y enriquecedor!
Simplemente, os he dejado algunas cosillas que me preocupan y ¡por supuesto! Un saludo y un abrazo sincero a todo aquel que haya llegado hasta aquí, desde alguien que vive para servir a Dios a través del servicio a los demás.
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