En nuestros momentos más difíciles las lágrimas nublan nuestros ojos de tal manera, que casi se nos olvida que el Señor sigue a nuestro lado.
“Corazones sin lágrimas nunca pueden ser buenos heraldos de la Pasión de Cristo.”
John Henry Jowett
“Dios ama con infinito amor a aquellos hombres cuyos corazones se quebrantan de pasión por lo imposible”.
William Booth
Cuando ya hemos pasado por la Semana de Pasión y celebrado el grandioso día de la Resurrección, vuelve a mi corazón con mucha fuerza lo que nos relata la Escritura en Lucas 24.
Pasaban tres días después de la muerte de Jesucristo cuando dos de sus discípulos, uno de ellos el impulsivo de Cleofas caminaban por el camino a la aldea de Emaús, que está a unos 12 kilómetros de Jerusalén. Estaban totalmente absortos en sus propios pensamientos y en lo que había acontecido en los días anteriores, cuando un forastero al que en un principio no reconocieron, se unió a ellos.
El forastero preguntó: “¿Qué conversaciones son estas que tenéis entre vosotros mientras camináis, estando tristes?”.
Los discípulos hablaron de los acontecimientos recientes, pensaban que Jesús había venido a redimir a Israel; pero había sido condenado y crucificado injustamente y también decían que las mujeres habían dicho que él se había levantado de entre los muertos.
El forastero les dijo que eran “tardos de corazón para creer todo lo que los profetas habían dicho”. Repasó lo que enseñaban las Escrituras y el modo en que Cristo había cumplido las profecías, estoy segura que aquello los llenó de gozo.
Cuando llegaron a Emaús los discípulos le pidieron al forastero que se quedara con ellos, pero durante la cena el forastero bendijo el pan y lo partió. ¡De repente, los discípulos se dieron cuenta de que el forastero no era ningún extraño; sino el salvador mismo!
Toda mi vida me conmovió este relato bíblico, iban cabizbajos, tristes, parecía que no habían entendido nada de aquellos tres años junto al Maestro y Cleofas “saltaba” de vez en cuando, algo tan típico en él.
Tal vez nos preguntemos el porqué los dos discípulos no supieron que el salvador caminaba con ellos; sin embargo ¡con cuánta frecuencia no logramos entender que él camina con nosotros! A menudo estamos tan centrados en los desafíos e incluso en las alegrías de nuestra vida diaria, que no vemos que el mismísimo salvador está a nuestro lado. En ocasiones parece que nos ocurre lo mismo que les sucedió a aquellos dos discípulos, en nuestros momentos más difíciles las lágrimas nublan nuestros ojos de tal manera, que casi se nos olvida que sigue a nuestro lado, que nos toma en sus brazos cuando no podemos más y que nos vuelve a repetir las preciosas palabras:
“Estad quietos y conoced que yo soy Dios; seré exaltado entre las naciones; enaltecido seré en la tierra. ¡Jehová de los ejércitos está con nosotros! ¡Nuestro refugio es el Dios de Jacob!”
Salmo 46: 10 y 11
Y volviendo a la pregunta del título, ¿Qué significa exactamente el arder de nuestro corazón? alguien lo describió como...
“Queremos que nuestro corazón arda, queremos que se inflame en el amor. No queremos ser tibios en el amor, queremos vivir la plenitud de nuestra vocación cristiana que consiste en el verdadero amor a Dios y al prójimo por amor a él.”
Me parece una definición excelente, jamás podremos vivir nuestra vida cristiana en plenitud sin antes “arder en pasión por él”
Aquellos dos discípulos se preguntaban muchas cosas y no entendían absolutamente nada cuando ¡por fin! Reconocieron a su Maestro y Señor ¿cómo no podía ser que sus corazones ardieran mientras “aquel forastero” se les unió en el camino?. ¿Y qué de nosotros?
Os lo dejo escrito en poesía...
Lo he ido dejando todo desde que te vi en la zarza,
Una zarza envuelta en fuego que no quemaba y llamaba;
llamaba y sigue llamando, envolvió y sigue envolviendo,
y sigo dejando todo porque tu pasión me llama.
Nunca fui pidiendo nada y nada sigo pidiendo,
y he ido dejando todo y todo sigo dejando;
porque tu pasión me envuelve, porque tu zarza me llama,
y porque ese fuego santo enciende todas mis brasas.
No puedo ver una herida sin sentir que a mí me duele,
no puedo ver una pena sin sentir que a mí me enrede,
ni sangren sin que yo sangre,
ni lloren sin que yo llore, ni hambre que a mí no llegue
ni dolor que yo no sienta, ni angustia que no de pena.
Porque tu fuego me envuelve,
porque tu zarza me llama;
y porque he dejado todo y todo sigo dejando.
Fuego y pasión de mi vida, fuego que sigue llamando.
Y seguiré caminando envuelta en tus dulces llamas,
pisando por pedregales llevando mis pies descalzos:
porque no he pedido nada y nada sigo pidiendo,
sólo llegar a tu cielo y enredarme en tu mirada.
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