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Hacia el quinto centenario del anabautismo: notas bibliográficas (III)

Los anabautistas de Zúrich en 1525 y Estrasburgo en 1534 defendieron vigorosamente la libertad de conciencia y el necesario respeto del Estado a la misma.

KAIRóS Y CRONOS AUTOR 84/Carlos_Martinez_Garcia 24 DE FEBRERO DE 2024 22:30 h
Ilustración de la ciudad de Estrasburgo en el siglo xv, a partir de un grabado de Hartmann Schedel, en la obra Crónica del Mundo (Weltchronik; Núremberg, 1493)./ Wikipedia, dominio público

El movimiento anabautista del siglo XVI fue disperso, tuvo distintos énfasis y abundancia de personajes (mujeres y hombres) que resistieron el entorno adverso que les estigmatizaba. Sucedió con ellos y ellas lo que conversando con el escritor Carlos Monsiváis él me dijo sobre los protestantes perseguidos en México durante la primera mitad del siglo XX: “El primer deber de una minoría simbólica y físicamente hostigada es sobrevivir”. En condiciones de persecución es muy difícil dejar un legado escrito, en el cual se den razones de las ideas sustentantes del grupo y la propuesta que desde su especificidad hacen a la sociedad, porque, en términos generales, la sociedad no quiere escucharlos sino desarraigarlos del espacio social.



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Los historiadores de las ideas tienden a centrar su interés en personajes que plasmaron, más o menos profusamente, sus puntos de vista por escrito. Es comprensible que sea de esta manera, ya que, metodológicamente, el sujeto de estudio que dejó tras de sí nutridas fuentes documentales representa una rica posibilidad de investigación para el interesado en su pensamiento.



A contracorriente de lo expuesto en el párrafo anterior existen pequeñas vetas documentales que, bien trabajadas, pueden mostrarnos una riqueza insospechada. Tal es el caso de un sencillo trabajador en el siglo XVI, quien a partir de su entendimiento de la fe y el seguimiento de Cristo fue a contracorriente de la unión Estado-Iglesia oficial, unión justificada tanto por teólogos católicos como protestantes.



Hostigados y perseguidos por las iglesias territoriales de distintas confesiones los anabautistas pacifistas, y subrayo lo de pacifistas, encontraron en Estrasburgo, a finales de los 20’s y principios de los 30’s en el siglo XVI, un lugar de refugio en el cual establecerse. En 1533 la situación comenzó a tornarse adversa para ellos, ya que entre las autoridades crecía la inquietud por declarar una fe oficial de la ciudad. En aquella centuria la tendencia general, tanto entre los gobernantes católicos como los protestantes (luteranos, calvinistas y anglicanos1) era la de establecer en sus dominios el principio de cuius regio, eius religio (la religión del territorio es según la religión del gobernante). En esta visión, “el príncipe –no el obispo– posee la autoridad final sobre la iglesia de su territorio, dado que él tiene el derecho de imponer la unidad en asuntos de religión, usando la fuerza si es necesario”.2



 



Los anabautistas de Estrasburgo



Pero regresemos a los anabautistas de Estrasburgo. El 3 de marzo de 1534 sobre ellos y ellas recayó la pena de proscripción, la orden decretaba el destierro contra los extranjeros de esa fe, mientras que a los ciudadanos que tuvieran la misma creencia se les extendió un plazo de catorce días para salir. Si abjuraban de sus creencias podrían permanecer en Estrasburgo. Los reformadores locales eran Bucero3 y Capito. Los disidentes lograron ser escuchados y poco a poco comparecieron ante las autoridades. Uno de aquellos, originario del Tirol, Austria, que había llegado a Estrasburgo hacia 1530,4 se presentó el 16 de junio y leyó, a nombre de un grupo de anabautistas, un escrito que todavía hoy es una sacudida a la conciencia, se trata del Llamamiento a la tolerancia dirigido al Concejo Municipal de Estrasburgo.



Debemos la existencia del exhorto en castellano al erudito menonita John Howard Yoder (1927-1997), que incluyó en Textos escogidos de la Reforma Radical (Editorial La Aurora, 1976) el escrito del jabonero Leupolt Scharnschlager. Esta obra ha sido puesta nuevamente a circular desde España por Ediciones Biblioteca Menno (http://menonitas.org/bib_menno/textos_escogidos.html). Otro libro de Yoder traducido al castellano, agotado desde hace varios años, debiera reeditarse pero teniendo en cuenta la segunda edición en inglés (1994). Me refiero a su libro más conocido y provocativo, en el mejor sentido del término: The Politics of Jesus. Sigue circulando, en nuestro idioma, la traducción de la primera edición inglesa, ésta es de 1972, que publicó Ediciones Certeza con el título Jesús y la realidad política. La segunda edición de la obra tuvo importantes adiciones y puestas al día, así como respuestas de Yoder a sus críticos.



No cabe duda de que en el ánimo de Bucero, Capito y los integrantes del Concejo pesó la estigmatización que por todas partes se hacía de los anabautistas, sobre todo a partir de la Guerra de los Campesinos (1524-1525), y uno de sus mesiánicos líderes, Thomas Müntzer. Aunque es frecuente leer que Müntzer fue anabautista, tanto el traductor del conocido también como profeta de Allstedt, como el investigador menonita J. Denny Weaver coinciden en que Müntzer nunca practicó ni exigió el bautismo de adultos, es decir de creyentes.5 De la misma manera los reformadores de Estrasburgo estaban alertas por lo sucedido en Münster, Países Bajos, donde a partir de 1531 un grupo de exaltados que desdeñaba el paidobautismo (bautismo de infantes) proclamaron que era posible instaurar el Reino de Dios en la tierra, mediante la insurrección armada.6



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Bucero y Capito fueron incapaces de ver las diferencias entre los anabautistas armados y los pacíficos. En esto coincidieron con Juan Calvino, que desató una crítica feroz contra los radicales, sin tener en cuenta sus particularidades en cuestiones tan vitales como su opción ante el uso de la violencia.7 Aunque tal vez no haya sido incapacidad, sino rigidez mental que solamente consideraba la posibilidad de las iglesias territoriales, las de según la religión del rey así es la religión del pueblo, y esa mentalidad veía como un peligro la diversidad de creencias cristianas. Como haya sido, lo cierto es que el escrito de Scharnschlager fue certero y dio en el corazón de la Cristiandad establecida.



Para empezar el contraste era muy claro, un obrero que se enfrentaba a consumados teólogos. Esta desigualdad no era una excepción, desde el rompimiento de los primeros anabautistas con Zwinglio, en enero de 1525, en Zúrich,8 quedó constancia de que el de los “rebautizadores” era un movimiento popular y que en su seno se congregaban personas sencillas que con Biblia en mano se atrevían a desafiar a los doctores en teología. La misma línea siguió con la consulta bíblico teológica que resultó (1527) en un documento llamado Unión Fraternal de Schleitheim,9 cuyo artículo sexto se pronuncia claramente por la separación de la Iglesia y los poderes temporales, ya que en la comunidad de fe no debe tener cabida la coerción de la espada. La fe es voluntaria y debe estar ausente cualquier intento de imponerla y/o hacerla guardar por la fuerza, ya que forzar a las personas a creer es contrario al ejemplo de Cristo, establece el escrito citado.



 



Las mujeres en el anabautismo



Además de su raíz popular el anabautismo también fue un espacio de amplia participación para las mujeres. Quien quiera corroborarlo podrá leerlo en la carta que le escribe Anneken de Jans a su hijo (incluida en la antología de Yoder). La misiva es conmovedora y deja testimonio de que las mujeres fueron una fuerza vital en la expansión del anabautismo. Antes de ser ejecutada, el 24 de agosto de 1539, Anneken le dejó a su hijo Isaías, de 15 meses, unas palabras que evocan el libro veterotestamentario de los Proverbios: “¡Escucha hijo mío, las instrucciones de tu madre! Abre tus oídos para escuchar la palabra de mi boca. Hoy emprendo el camino de los profetas, de los apóstoles y de los mártires y bebo el cáliz que todos ellos han bebido. Emprendo el camino, decía, recorrido por Jesucristo, la Palabra eterna del Padre, llena de gracia y verdad, el pastor de las ovejas, que es por sí mismo (y no por otro) la vida”.



La participación activa de las mujeres en el anabautismo no tuvo paralelo en ninguna otra confesión religiosa del siglo XVI. C. Arnold Snyder10 llama la atención al hecho de que en el extenso recuento del martirio que hace Braght, un tercio de quienes sufrieron la muerte por sus creencias fueron mujeres.11 De acuerdo con las actas de los juicios condenatorios, las mujeres no solamente mostraban que su adherencia al anabautismo era voluntaria, sino que también se armaron de valor para desafiar, aun cuando muchas de ellas eran analfabetas, a los clérigos y jueces usando numerosos versículos –particularmente del Nuevo Testamento- para su defensa.



 



Los dos reinos



Leupolt inicia su alegato con la idea de que es contradictorio querer juzgar las cuestiones de la fe a través del poder de la “espada temporal”. Para ello recurre a las primeras enseñanzas de los líderes espirituales de los integrantes del Concejo: Lutero y Zwinglio, quienes inicialmente rechazaron el dominio del poder político en asuntos de fe. En este punto es necesario recordar que el reformador alemán escribió en 1523 un trabajo de teología política, Sobre la autoridad secular: hasta dónde se le debe obediencia.12 En el opúsculo, Lutero reflexiona sobre el origen, las fuentes, de donde emana la autoridad del gobierno y su derecho a usar la espada, y su texto central es Romanos 13:1-7. En este apartado concluye: “está bastante claro que es voluntad de Dios que se emplee la espada y el derecho seculares para el castigo de los malos y para la protección de los buenos”.



Después de haber establecido la existencia del “reino del mundo, o bajo la ley” (al que pertenecen todos los que no son cristianos), Lutero habla del gobierno espiritual, el que se ejerce en la Iglesia, donde obra el Espíritu Santo en la vida de sus integrantes y, por lo tanto, no debe existir lugar para la coacción. El ex monje agustino deja muy clara su concepción acerca de la existencia de dos reinos. Más adelante se refiere a la función del gobierno secular con respecto a las creencias de las personas, en el asunto está en juego si tiene autoridad el reino de la espada sobre el reino del Espíritu. Su conclusión es nítida: “Si una ley humana impone al alma creer de una manera u otra, según lo mande el propio hombre, es seguro que no está en ella la Palabra de Dios… Al alma no debe ni puede mandarla nadie, a no ser que sepa mostrarle el camino del cielo. Ningún hombre puede hacer esto, sólo Dios. Por esto, en los asuntos que afectan a la salvación de las almas no debe enseñarse ni aceptarse nada que no sea la Palabra de Dios”.



La crítica inicial de Scharnschlager toca un punto neurálgico, el hecho de que, de acuerdo con sus mentores, las autoridades de Estrasburgo no debían juzgar asuntos de fe, y que al hacerlo entraban en contradicción, como lo haría el mismo Lutero a partir de 1525 con la Guerra de los Campesinos. Luego argumenta ante las autoridades de la ciudad que si son cristianos, como ellos sostienen, y van a tomar una decisión sobre temas de la fe entonces debieran poner en práctica el modelo pastoral establecido por el apóstol Pedro: “Ruego a los ancianos que están entre vosotros que apacienten la grey de Cristo que está entre ellos, y que cuiden de ella, no por fuerza, sino voluntariamente; no como teniendo señorío sobre la herencia” (1P. 5:1). Leupolt les hace una recomendación: “…os exhorto ante Dios, por vuestra conciencia –en la medida en que deseéis y esperéis salvaros- que sepáis comportaros de conformidad con ese deseo de guardaros de la tiranía, que yo no os envidiaría, por cierto”. Confundir un papel con otro, o juntar los dos en un mismo cargo (autoridad política/autoridad eclesiástica), les recuerda el jabonero tirolés, conduce a trastocar indebidamente la enseñanza neotestamentaria.



Una muestra de que en los círculos anabautistas enseñaban cómo refutar a sus críticos, la tenemos cuando en la carta el trabajador refiere la existencia de dos Lutero: uno al principio de la Reforma, libertario y hasta simpatizante con la idea de bautizar solamente adultos y no infantes; otro cuando consolidó su movimiento con el apoyo de los príncipes alemanes. Scharnschlager tuvo la entereza de afirmar: “Tienen que reconocer (Lutero y los suyos) que han desobedecido a la verdad que ellos mismos enseñaban, o bien, que han sido falsos maestros o profetas”. De manera implícita el señalamiento sobre las dos fases de Lutero apunta hacia que la cercanía con el poder influyó, y hasta modeló, el corpus teológico político del pensador germano. Por otro lado, al sostener la convicción de que es necesaria la separación Estado-Iglesia(s), la postura anabautista, necesariamente hizo de los disidentes enemigos del orden político eclesiástico dominante tanto en los territorios católicos como en los protestantes. Así pasó en Zúrich, en 1525, cuando el pequeño grupo de anabautistas no quiso sujetarse a la disposición del Concejo de la ciudad, en el sentido de que todos los infantes debían ser bautizados, y prefirió el destierro. Una convicción teológica los convirtió en disidentes políticos.



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Consciente de la pesada carga que significaba para los anabautistas la “herencia de Thomas Müntzer”, Leupolt subraya los ánimos pacifistas de su congregación, “…meditad y considerad que yo y los míos estamos y tenemos que estar en esta posición [de defender sus creencias}; pero que ni ellos ni yo tenemos la intención de conservarnos y conservar a nuestra fe con violencia o defendiéndonos, sino con paciencia y padecimientos, hasta la muerte corporal, con la fuerza de Dios, por la cual rogamos”. Su arma era la persuasión, no la fuerza armada. Incluso afirma que la cuestión no era qué parte tenía la mayoría ciudadana de su lado, y con ello establece lo que en lenguaje moderno de derechos humanos hoy llamamos derechos de las minorías: “Aún cuando yo y los míos fuéramos cien mil en la ciudad, sería mejor para nosotros, ante Dios, que nos alejáramos o que nos dejáramos expulsar antes de expulsaros a vosotros con violencia y provocar así grave escándalo contra el amor de Dios (aunque so pretexto del mismo). Si tenéis cristianos ojos del espíritu comprenderéis lo que digo”.



Como buen polemista Leupolt estableció puntos de coincidencias con sus oponentes, y por lo mismo les trajo a la memoria que ellos sabían bien que no era posible, ni deseable, forzar a la conciencia con imposiciones. Porque si de tiranía se tratara en asuntos de fe, entonces los reformadores de Estrasburgo (y otros como ellos en otras ciudades) quedarían al arbitrio de quien tuviera el poder de su lado para normar las creencias de los demás. “Pero si la fe no hubiera de ser libre ¿habrías actuado en contra del Emperador y del Papa, suprimiendo los conventos imágenes y misas? ¿No estaríais obligados a reimplantarlos inmediatamente? En contra de eso aducís que nuestra fe no es la verdadera, que la verdadera fe es la vuestra. Yo os respondo: lo mismo os dicen a vosotros el Emperador y el Papa; os dicen que la vuestra no es la verdadera fe, que la verdadera es la de ellos. No obstante eso, vosotros no queréis pasar de la vuestra a la de ellos. Pues bien, ¿entonces por qué debemos ceder nosotros ante vosotros?”



Entonces hubo y ahora también existe, en algunos círculos cristianos permeados de contantinianismo, la tentación de usar los aparatos del Estado para adoctrinar y forzar a la gente con el fin de que se sujete a determinadas creencias y prácticas prescritas desde el poder. Creer que se puede cristianizar a la sociedad desde arriba es tanto un mal entendimiento neotestamentario como una ingenuidad histórica.



 



La revelación progresiva



Un asunto más que plantea la vigorosa carta tiene que ver con tópicos hermenéuticos. Los anabautistas creían en la Revelación progresiva de Dios, en que Cristo es la plenitud de la promesa dada por el Señor en el Antiguo Testamento. En razón de esto enarbolaron una interpretación cristológica de las Escrituras, por lo que afirmaban sus creencias y normaban sus conductas con lo que llamaban la Ley de Cristo. Había que juzgar todas las cosas de acuerdo a la Revelación final de Dios, según el Verbo encarnado, el Cordero que fue inmolado y venció. Por lo mismo Leupolt Scharnschlager llamó a los señores del Concejo a dirimir las diferencias cristológicamente, al decirles “…no veo para vosotros nada mejor que el diligente estudio de las Escrituras, en especial el Nuevo Testamento, en lo que se refiere al poder especial, a la espada y al dominio de Cristo, del Espíritu Santo, de los cristianos y de la fe… El poder temporal está obligado a proteger a los cristianos y a los justos de lo malo, Rom. 13:4; pero no está obligado a actuar en la fe y en cosas espirituales o a perseguir o a expulsar por causa de ellas”. Estamos ante un llamado a la tolerancia, entendida como el derecho a existir de los diferentes y la función de las autoridades para normar la convivencia, o por lo menos la coexistencia, entre quienes tienen distintas creencias.



 



La tolerancia anabautista



Por cierto que en este campo, el de la tolerancia, hay una deuda histórica por parte de los especialistas en el tema con el anabautismo pacifista. Sin hacerlo de una manera sistemática, no eran pensadores dedicados a la tarea intelectual sino creyentes bajo persecución, argumentaron prácticamente sobre el respeto a la diversidad y los derechos de las minorías. Antes que Sebastián Castellio,13 personaje que muchos expertos en el tópico de la tolerancia consideran el precursor,14 los anabautistas en casos como los que hemos citado, Zúrich en 1525 y Estrasburgo en 1534, defendieron vigorosamente la libertad de conciencia y el necesario respeto del Estado a la misma.



Tras varios meses de polémica entre las autoridades y los anabautistas, como bien señala el erudito estudio de Williams, “en febrero y marzo 1535, el ayuntamiento de la ciudad de Estrasburgo ordenó finalmente que los hijos de todos los ciudadanos fueran bautizados dentro de las seis semanas siguientes a su nacimiento, y que se exigiera el juramento civil a todos los separatistas bajo la pena de destierro”.15 Ambas exigencias, el paidobautismo y el juramento iban contra el entendimiento anabautista del Nuevo Testamento, por lo tanto rehusaron dar cumplimiento a las ordenanzas. Leupolt Scharnschlager, el jabonero, y sus condiscípulos anabautistas fueron desterrados de Estrasburgo. La de ellos fue una historia de desarraigo porque, como Abraham, esperaban una ciudad “de cimientos sólidos, de la cual Dios es arquitecto y constructor” (Hebreos 11:10, NVI).



Después de su salida forzada de Estrasburgo, Scharnschlager peregrinó, como miles de anabautistas por varias partes de Europa. Lo encontramos a partir de 1546, y hasta su muerte en 1563, en los valles de habla alemana. En una población de la zona, Ilanz, se desempeñó discretamente como maestro de escuela, al mismo tiempo que diseminaba su fe mediante cartas y viajes. Por casi veinte años mientras él “daba públicamente sus lecciones en Ilanz, dirigía en secreto el conventículo anabautista de la localidad y se mantenía en contacto epistolar con el exterior, su fiel esposa, que procedía de una destacada familia tirolesa, trataba de recuperar las posesiones que le habían sido confiscadas después de que ambos se convirtieron al anabautismo. Nos es lícito imaginar al acomodado matrimonio Scharnschlager, en su hogar de Ilanz, acogiendo a no pocos radicales italianos y dándoles hospitalidad y consejo”.16



De alguna manera tuvo lugar en el tipo de implantación del cristianismo evangélico en América Latina a partir del último tercio del siglo pasado, una reivindicación histórica con los separatistas del siglo XVI. Incluso confesiones originalmente europeas que en el Viejo Continente se desarrollaron como iglesias territoriales, dado el contexto latinoamericano de predominio católico romano y el monopolio de éste en cuanto a creencia religiosa excluyente de las demás y la protección del Estado a tal orden social político y religioso; se vieron en la necesidad de comportarse de manera no conformista.



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Es decir, en la práctica se desarrollaron como iglesias de creyentes, en tal carácter enarbolaron la separación Estado-Iglesia (católica) y se destacaron en la defensa del laicismo. Bien lo detectó hace poco más de cuatro décadas Samuel Escobar: “…observados a cierta altura de su desarrollo, los grupos evangélicos que más se extienden en nuestras tierras adquieren una talante del protestantismo radical o anabautista. El protestantismo más respetable, el llamado histórico, se niega a emprender la obra misionera en el seno de esta cristiandad establecida. Tal es el sentir de Edimburgo 1910, aquel gran primer cónclave del siglo (XX). Y sin embargo, el impulso misionero rompe diques de esos escrúpulos teológico-políticos, y se lanza a la evangelización en estas tierras, partiendo a veces desde las filas del mismo protestantismo histórico. Llamo la atención de nuevo a este hecho por la significación que tiene para nuestra reflexión teológica. Hemos hecho referencia a adquirir un talante anabautista. Con ello es necesario aclarar que aunque muchos evangélicos de América Latina tienen su origen en misiones que no eran anabautistas en doctrina u origen histórico, por su carácter de minoría dentro de una cristiandad establecida adquirieron una manera de ser semejante a la de los grupos de la llamada Reforma Radical del siglo XVI”.17



Los perseguidos de ayer legaron un principio libertario que hoy es necesario revalorar y examinar a la luz del contexto presente, en el que hay intentos de restaurar el maridaje Estado-Iglesia(s). En el terreno de las creencias y sus consecuentes prácticas, siempre y cuando las mismas no signifiquen atentados a los derechos de terceros, no debe tener cabida la imposición ni la persecución de los y las disidentes.



 



BIBLIOGRAFÍA



Braght, Thieleman Van, Bloody Theater or Martyr’s Mirror of the Defenseless Christians, Herald Press, Pennsylvania, 2nd Rep edition, 2001, 1158 pp.



Balke, Willem, Calvin and the Anabaptist Radicals, Wm. B. Eerdmans Publishing Co., Grand Rapids, 1981, 338 pp.



Cohn Norman, En pos del Milenio. Revolucionarios milenaristas y anarquistas místicos de la Edad Media, Alianza Editorial, Madrid, cuarta reimpresión, 1993, 393 pp.



Escobar, Samuel, “El Reino de Dios, la escatología y la ética social en América Latina”, en Padilla, C. René (editor), El Reino de Dios y América Latina, Casa Bautista de Publicaciones, El Paso, 1975, pp. 127-156.



Estep, Wiliiam R., The Anabaptist Story: An Introduction to Sixteenth-Century Anabaptism, Wm. B. Eerdmans Publishing Company, Grand Rapids, 3rd Rev edition, 1996, 332 pp.



Greschat, Martin, Martin Bucer: A Reformer and His Times, Westminster John Knox Press, Louisville-London, 2004, 334 pp.



Lutero, Martín, Obras, edición preparada por Teófanes Egido, Ediciones Sígueme, Salamanca, 1977, 472 pp.



Lutero, Martín, Escritos politicos, edición preliminar y traducción de Joaquín Abellán, Editorial Tecnos, Madrid, 1986, 173 pp.



Marius, Richard, Martin Luther: The Christian Between God and Death, Harvard University Press, Cambridge-London, fifth printing, 2004, 542 pp



McKim, Donald K. (editor), The Cambridge Companion to Martin Luther, Cambridge University Press, Cambridge-UK, 2003, 320 pp.



Roth, John D., Beliefs, Mennnonite Faith and Practice, Herald Press, Pennsylvania-Ontario, 2005, 169 pp.



Snyder, Arnold C., Following in the Footsteps of Christ. The Anabaptist Tradition, Orbis Books, New York, 2004, 216 pp.



Steinmetz, David C., Calvin in Context, Oxford University Press, New York-Oxford, 1995, 235 pp.



Steinmetz, David C., Luther in Context, Baker Academic, Grand Rapids, second edition, 2002, 195 pp.



Weaver, J. Denny, Becoming Anabaptist. The Origin and Significance of Sixteenth-Century Anabaptism, Herald Press, Penssylvania-Ontario, second edition, 2005, 271 pp.



Williams, George H., La Reforma radical, Fondo de Cultura Económica, México, 1983, 1026 pp.



Yoder, John Howard (compilador), Textos escogidos de la reforma radical, Editorial La Aurora, Buenos Aires, 1976, 490 pp.



Yoder, John Howard, Jesús y la realidad política, Ediciones Certeza, Buenos Aires-Downers Grove, 1985, 220 pp.



Yoder, John Howard, The Politics of Jesus, Wm. B. Eerdmans Publishing Company, Grand Rapids, 2nd edition, 1994, 270 pp.



Zagorin, Perez, How the Idea of Religious Toleration Came to the West, Princeton University Press, New Jersey, 2003, 371 pp.



 



Notas



1 Soy consciente de que tipificar a los anglicanos como protestantes todavía es un asunto controversial. Para algunos el anglicanismo es una corriente que rompió con la Iglesia católica, pero que no es plenamente protestante sino una vía distinta, que se encuentra a medio camino entre el catolicismo y el protestantismo. Sin embargo, me parece que los postulados teológicos anglicanos tienen un talante protestante y por lo mismo los considero una vertiente del protestantismo



2 John D. Roth, Beliefs: Mennonite Faith and Practice, p. 125.



3 Una buena biografía de este personaje es la de Martin Greshat, Martin Bucer, A Reformer and His Times.



4 George H, Williams, La Reforma radical, p. 332



5 Luis Duch, Thomas Müntzer, tratados y sermones, p. 68; Becoming Anabaptist, The Origin and Significance of Sixteenth-Century Anabaptism, p. 66.



6 Un buen recuento de los hechos es el de Norman Cohn, En pos del Milenio, capítulo 13.



7 Willem Balke, Calvin and the Anabaptist Radicals.



8 La historia de la ruptura con el reformador suizo la narra casi literariamente Estep, The Anabaptist Story; el asunto se encuentra cinematográficamente en la película The Radicals.



9 El documento se encuentra en John Howard Yoder, Textos escogidos de la Reforma radical, pp. 155-164.



10 Following in the Footsteps of Christ. The Anabaptist Tradition, pp. 177-178.



11 Martyr’s Mirror.



12 El escrito se encuentra en la edición preparada por Joaquín Abellán, pp. 21-65.



13 Crítico de Calvino, sobre todo a partir de que el reformador de Ginebra justificó teológicamente la despiadada ejecución de Miguel Servet (octubre de 1553). Además puso en tela de juicio el férreo dominio, hasta tiránico lo llamó, que Calvino ejercía en aquella ciudad.



14 Entre otros Perez Zagorin, How the Idea of Religious Toleration Came to the West, pp. 93-144.



15 La reforma radical, p. 335.



16 Ibid., p. 598.



17 “El Reino de Dios, la escatología y la ética social en América Latina”, pp. 131-132.


 

 


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